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'La chica salvaje' o la dificultad de contar una buena historia de amor en estos tiempos

La cinta fue un exitazo en taquilla y ya la puedes ver en HBO. Repasamos sus aciertos y errores

‘La chica salvaje’ o la dificultad de contar una buena historia de amor en estos tiempos

Una escena de la película. | HBO

¿Recuerda la última película romántica que le hizo reír y llorar? Una vez que el amor romántico ha sido sepultado por las miles de corrientes que pregonan el «quiérete primero» y los gurús del empoderamiento antes que la «dependencia» sentimental, a los estudios se les han agotado las ideas para contar historias sin que se les tilde de anticuados, promotores del patriarcado y enemigos de la «sexualidad sexodiversa».

Se nos olvida que el cine es ficción. Y que lo verdaderamente importante es contar una buena historia. Realmente son tiempos difíciles para los creadores: la policía de lo políticamente correcto obliga a los escritores a pensar primero en las consecuencias, no vaya a ser que la cinta sea boicoteada en las redes sociales y se pierda el dinero invertido.

Reparaba en todo esto mientras veía La chica salvaje (Where the Crawdads Sing en su título original), un exitazo de taquilla (costó 24 millones de dólares y superó los 140 millones) que ya está disponible en HBO. La película está dirigida por Olivia Newman, quien había recibido muchos elogios por First Match, trabajo para televisión que cuenta la historia de una adolescente que busca a su padre biológico y para ello se suma al equipo de lucha masculino.

Newman sabe cómo mover las fibras del espectador. Aunque se trata de dos películas completamente diferentes, los personajes femeninos están bien construidos. Las mujeres que retrata la directora no se sientan a esperar que la vida les regale algo. Son luchadoras que saben adaptarse a las circunstancias. Salen adelante desde la acción, nunca desde el victimismo. 

Sin embargo, en La chica salvaje, la realizadora no consigue el punto exacto para que la historia tome vuelo y no se convierta en el cliché de la protagonista que, abandonada por su gran amor, es víctima de los lobos vestidos de corderos. Es cierto que hay trampa en esta narración para que el final nos impacte. Pero, lamentablemente, cuando llega ese plot twist, el espectador está demasiado adormilado.

Una de las dificultades que presenta el guion, en el que colabora la propia autora del libro, Delia Owens, es que en una obra literaria se puede desarrollar mejor el perfil de un personaje tan complicado como el de la protagonista, no así en una creación audiovisual. Daisy Edgar-Jones (Kya Clark) hace un gran trabajo. De hecho, carga con todo el preso de la producción, sin embargo hay ciertas contradicciones que saltan a la vista y que perjudican la verosimilitud de su rol.

«Cuando escuché hablar por primera vez sobre el libro, supe que sería una película increíble. Y cuando lo leí, no pude dejarlo. Estaba asombrada por el carácter de Kya, por su fuerza y ​​su resistencia», decía Newman en una entrevista con Motion Pictures. «Pensé que era tan heroica en su capacidad de ser derribada y volver a levantarse, en su capacidad no solo de sobrevivir en estas circunstancias increíblemente desafiantes, sino también de encontrar una manera de prosperar, de encontrar algo que fuera exclusivamente suyo. Así que pensé que ese personaje era fascinante. Y luego el escenario para un cineasta, solo quieres tomar una cámara y comenzar a filmar en el pantano. Es simplemente hermoso».

En la cita de la realizadora se establece el problema del largometraje. Por un lado, hay una reiteración en las capacidad de supervivencia de la protagonista, esa que le permite sortear las peores condiciones: es una niña cuando queda sola, en una casa, en medio de la nada. Es de suponer que una mujer que tiene esa capacidad de sobreponerse a la naturaleza, desarrolla cierto instinto de agresión tan necesario para sobrevivir. Sin embargo, se opta tanto por mostrar su delicadeza, para despistar al espectador sobre lo que sucederá más adelante, que resultan confusas algunas decisiones del personaje.

Por otro lado, La chica salvaje se eleva cuando, en efecto, se muestra toda la belleza natural que rodea a la casa de Kya. Los animales, el lago, los matorrales, la arena… Con mucho gusto nos iríamos a vivir a este lugar, más cercano al idílico paisaje de La laguna azul, que a un pantano sureño. En determinado momento es imposible que no recuerdes el clásico romántico El diario de Noa (The Notebook).

Pero lo anterior también tiene sus consecuencias. Todo este lirismo nos lleva a olvidarnos de lo principal: la protagonista está acusada de un serio crimen y podría ser condenada a la muerte si la encuentran culpable. Y ese es el principal problema del filme. Newman no encuentra el tono para que todo pueda convivir en el mismo espacio y tiempo. O estamos maravillados viendo un dibujo de un pajarito, o preguntándonos cuándo Kya se dará cuenta del engaño. Llegado este punto, la resolución del caso nos sabe a poco.

En ese contexto, la escena final, que pretende sorprender al espectador, no consigue el efecto deseado. Es decir, no estamos frente a un momento Keyser Söze (Sospechosos habituales) sino más bien ante un ingrediente que enrarece más la sopa, perdiendo esta su sazón original. No es que la mencionada escena no tenga sentido, es que cuando llega, la historia de amor lo ha consumido todo. Y ya no hay espacio para sentir pena o admiración por nadie. 

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