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The Idol

«Los tres elementos clásicos, drogas, sexo y rock and roll, imbrican una serie que ahoga y te suelta cuando lo considera»

The Idol

Escena de la serie The Idol, en HBO. | HBO

El dichoso algoritmo americano que prevé el número de espectadores de una peli sobre guion lleva más de dos años en marcha, es anterior al chat GPT y a la explosión de la Inteligencia Artificial, aunque sea IA en pañales. El algoritmo no acaba de acertar, lo mismo que no dieron en la diana los gurús del cine americano que llenaron las pantallas de protagonistas del colectivo LGTBI. Lo que siempre funciona son un par de buenas tetas y tiros, o, al contrario, un paquetón y tiros, o ruido. El espectador quiere ser como él o ella y si es del sexo contrario, o del mismo, aspira a llevárselo a la cama. Eso se logra en las series de HBO, las que pulen los viejos sueños de humedad y reciclan e inventan, lo más complicado, temas y argumentos.

El algoritmo de marras se aplica a los guiones de las series con dispar fortuna. Lo mejor y lo más productivo sigue siendo coger a un tío con talento y ponerlo a parir ideas que luego pueden acentuarse con la IA, pero no antes. Contraten al polémico Sam Levinson y no fallarán. Se permitió el lujo de plantear un capítulo de la serie Euphoria como una obra de teatro, donde hablan una exyonki y su padrino de desintoxicación, y consiguió atraer una audiencia juvenil.

«The Idol seguramente sea la mejor serie en lo que va de año»

La última genialidad de Levinson se llama The Idol, que rueda y emite HBO. The Idol seguramente sea la mejor serie en lo que va de año y su puesta en escena se encuentra entre las top diez de la historia televisiva. Cierto que los protas se pasan la historia en pelotas, practicando sexo, metiéndose de todo y generando música. Los tres elementos clásicos, drogas, sexo y rock and roll, de compleja nueva combinación, imbrican una serie tan medida que te ahoga y te suelta cuando lo considera. Comienza con la foto viral de una corrida en la cara de la estrella y prota. El acto no deriva en una aburrida sucesión de feminismo extremo, sino en actos de libertad al margen del género. La serie sigue la relación tumultuosa entre la estrella emergente del pop Jocelyn, interpretada por la actriz Lily-Rose Depp, y un enigmático líder de un pequeño culto llamado Tedros, interpretado por el artista musical The Weeknd.

La historia gira en torno a la carrera ascendente de Jocelyn y lo que sucede cuando comienza una relación peligrosa con el misterioso y carismático Tedros, el dueño de una discoteca donde se arremolina una caterva de chavales a cada cual más genial, todos músicos. Jocelyn cede a la dominación sado de Tedros y le abre las puertas de su mansión, de su cuenta y de su cuerpo. 

Se propicia un giro moderno a la vieja idea del artista y el mentor, capturando temas universales de ambición, redención y fama a través del mundo de las redes, que aquí tienen una impronta transversal. Valga la falsa acusación por parte de los esclavos de Tedros de una violación que se atribuye a una estrella de cine, antiguo novio de Jocelyn. 

No se pierdan a los secundarios, a la mejor amiga de Jocelyn, una especie de sierva auto convencida; a la directiva de la compañía de música; al manager y al hombre de confianza. Forman un grupo que se mueve por la pasta. Se ve cuando inducen a Jocelyn a grabar un video que de repetirse le produce lesiones. La escena sirve para remarcar el aire sado que impregna la serie y para recordar que si el fin es el dinero se puede exprimir las ubres de la vaca, Jocelyn, hasta dejarla seca.  

Lo que se sabe, que el talento a mansalva despierta controversia. The Idol es una serie repleta de talento que no gustará a podemitas y demás fauna estrema. Es una serie donde el viejo sentido de la libertad se actualiza en la controversia, el término que lo define.

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