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Cultura

Capítulo 15: La Nada

THE OBJECTIVE publica en exclusiva y por entregas la nueva novela del escritor Álvaro del Castaño. Cada día, un nuevo capítulo de un thriller de acción electrizante que, a su vez, es un espejo que refleja la realidad que a menudo preferimos ignorar

Capítulo 15: La Nada

Ilustración de Alejandra Svriz.

Gracia no había descansado en el avión de Bonaire a Madrid. Entre la apasionante lectura del informe de la CIA, que la mantuvo en vela casi todo el vuelo, y lo mal que había dormido, se encontraba profundamente agotada. Su mente no paraba analizando los datos obtenidos del informe de inteligencia y buscando conclusiones, pero su sistema nervioso apenas se mantenía despierto. 

La escala en Ámsterdam se hizo eterna, y el cansancio acumulado empezaba a pasarle factura. Por un lado, emocionalmente empezaba a flojear. Hacía ya varias semanas que no había ido a ver a su madre, ni sabía nada de ella, y eso la torturaba. Por otro lado, desde que se peleó con Paulo, antes de viajar a Bonaire, no había tenido contacto con él, y ni siquiera lo había intentado. Se sentía triste por el enfado que había tenido con su pareja, pero al mismo tiempo estaba muy incómoda con la atracción física que realmente sentía hacia Miguel, por muy inocente que pareciese que fuera. 

Le incomodaba también saber que tenía que ir a visitar a su madre en los próximos días. Eso le producía desasosiego. Albergaba un amargo cargo de conciencia. Los días antes de cada visita estaba profundamente inquieta. Quería mucho a su madre, de eso no tenía ninguna duda, la respetaba y la admiraba, pero siempre se había enfrentado a ella como si tuviera un resorte que la hacía saltar ante cualquier discusión. Ese enfrentamiento maternofilial era una atracción irremediable, probablemente mutua, pero totalmente incomprensible. Su afiliación emocional con su padre había sido tan potente, que su madre ocupaba siempre un segundo plano emocional. Cuando su padre falleció, su madre no ocupó en su corazón el hueco emocional que ella hubiera querido, pero no por culpa de su madre, sino por incapacidad suya.

Al aterrizar en el aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid, Gracia cogió un taxi y fue directamente al trabajo en el banco, donde se le amontonaban cientos de emails, reuniones perdidas y gente esperando sus llamadas. Pese a que tenía un trabajo flexible, donde lo que importaban eran los resultados de sus decisiones de inversión y no las horas que pasaba en la oficina, tenía que despachar en persona regularmente y atender a su equipo. Podía simultanear su trabajo con su actividad de inteligencia, pero todo tenía sus límites. Sus tareas pendientes la tuvieron dos días trabajando sin descanso y dejando de lado sus obligaciones emotivas y familiares. Desconectó de Agartha. No volvió a la casa que compartía con Paulo, sino que, por evidente cobardía, acabó durmiendo en la de su madre, que aún estaba abierta pese a que ella estaba ingresada. Todo con tal de evitar encontrarse con Paulo y tener que explicarse y perdonarse. Sus sentimientos estaban desconectados, en modo espera.

Al tercer día, el cargo de conciencia acumulado le obligó finalmente acercarse a la residencia. Aunque ella no lo sabía, su madre llevaba muchos días preguntando a sus cuidadores por su hija ‘Gracha’, como la llamaba cuando era pequeña. No era un diálogo, sino una pregunta perdida en el tiempo, un mensaje en una botella sin destinatario, sin tiempo aparente y sin esperar una respuesta. Su madre había perdido casi toda su consciencia y casi nunca reconocía a nadie. Esporádicamente, una pequeña llama de razón avivaba su mirada y la devolvía a la vida de manera imprecisa, distante y extraña. Esos episodios eran cada vez más ocasionales y a Gracia le dolían aún más porque convertían esa enfermedad en algo vivo y lacerante. Cuando estaba inconsciente, podía tratarla con cariño y amor, como si fuera una muñeca a la que mimar, sin sentirse vulnerable o culpable por su falta de cariño durante tantos años. Para ella no tener que discutir era también un alivio.

Gracia planeó muy bien su visita. Quería llegar a la hora justa. Entró a la residencia por la entrada de personal y se fue directamente al salón. Sabía que a esas horas los enfermos pasaban sus horas muertas allí esperando a que el tiempo se consumiese y su reloj biológico acabase de hacer su triste trabajo. Su madre estaba sentada allí, en el mismo sofá de siempre. Estaba perfectamente peinada, maquillada e impecablemente vestida. Parecía una adinerada y elegante señora del barrio de Salamanca de Madrid esperando a que su chófer la viniese a buscar. Gracia la divisó a lo lejos e inmediatamente se le encogió el corazón. Parecía que su madre estaba totalmente viva, alerta en su tremenda oscuridad. Se acercó a ella lentamente, como si no quisiera despertarla de su letargo y le posó con sumo cuidado la mano en el hombro, con la intención de avisarle de su llegada, y a continuación darle un tierno beso en su mejilla sin asustarla. Su madre la miró extrañada y apartó su cara súbitamente sin decir nada. Gracia se sentó a su lado impertérrita, acostumbrada a esas reacciones ariscas. Le agarró la mano sigilosamente. Los ojos de su madre parecieron iluminarse durante un instante revelando ternura, amor, consentimiento y cariño. Mantuvo unos minutos de silencio, como si a través de su piel estuviera transmitiendo un torrente de información subcutánea a su madre. Por fin, comenzó a hablar. 

—Hola, Mamá, soy Gracha. 

Se lanzó a contarle todo lo que le había sucedido desde la última vez que se vieron. El relato sistemático de sus últimas semanas fue muy relajante para ella misma, pues alejaba su cabeza de la realidad. Cuando le contó la pelea que había tenido con Paulo, ella giró su cabeza y la miró a los ojos como si de verdad la estuviera escuchando. Gracia quiso ver en ese gesto otro destello de luz de la mirada materna, pero no observó más que el abismo. Le contó finalmente el viaje a Bonaire, ahorrándole los detalles innecesarios, y contándole las bellezas de la isla. Mientras describía sus maravillosas playas, su madre pareció relajar los músculos de su cara como si el sol de la isla le estuviera calentando el rostro. Tras casi una hora de monólogo, mantuvo otro largo y eterno silencio, acompañando a su madre en su soledad. Solo el sonido del móvil cifrado que tenía en su bolso la sacó de su enfrascamiento emocional. Leyó el mensaje descodificado que había recibido y a continuación se dirigió a su madre: 

—Bueno, mamá, me tengo que ir, mi jefa me ha convocado a una importante reunión. 

Gracia se fue a levantar, pero notó cómo su madre le apretaba la mano con fuerza impidiendo que se alejase. Girando la cara le dijo muy seriamente:

  —Por favor, cuando yo me vaya a mi casa rece por mi hija Gracha, la pequeña no tiene a su padre.

A Gracia se le partió el alma.

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La historia narrada en la presente novela, junto con los nombres y personajes que aparecen en ella son ficticios, no teniendo intención ni finalidad de inferir identificación alguna con personas reales, vivas o fallecidas, ni con hechos acontecidos. Por lo tanto, tratándose de una obra de ficción, cualquier nombre, personaje, sitio, o hechos mencionados en la novela son producto de la imaginación del autor y no deben ser interpretados como reales. Cualquier similitud a situaciones, organizaciones, hechos, o personas vivas o muertas, pasadas, presentes o futuras es totalmente fruto de la coincidencia.

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