THE OBJECTIVE
José Antonio Montano

Las cloacas de Poe

«Lo de Iglesias con las cloacas es una manera interesada de ver las cosas, porque le exime de asumir que el que frenó a Podemos fue él»

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Las cloacas de Poe

El comisario retirado José Villarejo. | Europa Press

Cloacas del poder existen en todos los países. Lo singular de España es la cantidad de porquería que circula por la superficie desinhibidamente. 

El comisario Villarejo, ese Torrente con pinta de Savater, al menos conocía las leyes del pudor: grababa las cintas, pero luego las guardaba. Y si amenazaba con ellas, era apelando al pudor de sus grabados. No dejaba de ser, como decía La Rochefoucauld de la hipocresía, homenajes que el vicio le rendía a la virtud.

Pero por encima de las subterráneas cloacas, tenemos en España un sistema de pasarelas móviles que exhiben el detritus. El dueño de cada porción de basura, lejos de esconderse, permanece junto a ella: en el escaparate está el dueño con su basura, a modo de mascota, de la que se siente orgulloso.

La socorrida imagen de «la carta robada» de Poe viene a cuento. Aunque con una variación. Aquí no se trata, como en el relato de ese título, de que la policía registre minuciosamente la habitación en busca de la carta que, ajena a sus ojos, estaba a la vista en la mesa. Aquí el personaje que denuncia las cloacas lo hace no solo con métodos cloaquescos, sino mostrando con descaro su propia cloaca, en la que el público (como los policías de Poe) no repara.

Pablo Iglesias es hoy el gran ejemplo. Lleva días en La base con el tema de Ferreras, como hacía Ferreras cuando pillaba un tema. Era la técnica de García con el deporte o la de los periodistas del corazón en sus programas. Iglesias, el Antonio David de la ideología, es uno de ellos. Su carrera política, con la que alcanzó una vicepresidencia del Gobierno, no fue más que un rodeo para sofisticar La tuerka.

«A Sánchez tampoco le faltan sus cloacas en exhibición, con su ristra de corrupciones legales como son las concesiones al independentismo y al proetarrismo»

Ahora está convencido de que las cloacas, con Ferreras, Villarejo e Inda, frenaron a Podemos. Es una manera interesada de ver las cosas, porque le exime de asumir que el que frenó a Podemos fue él. Lo frenó tras impulsarlo, ciertamente. Impulso en el que colaboró muchísimo Ferreras, que no se ocupaba de Podemos cada día, sino cada hora y cada minuto. Y ya era cloaquesco entonces: Podemos fue impulsado por aquella cloaca.

Ahora, mientras denuncia las cloacas, Iglesias y los suyos (esa Familia Manson: ojo, encabezada por Antonio David) reparten mierda con su cansina matraca ideológica: no es que haya cloacas, es que toda crítica a él y a Podemos no puede sino provenir de las cloacas. La derecha entera y la izquierda crítica son cloacas, según su discurso cloaqueril. Un discurso que se caracterizó siempre por su matonismo, no solo hacia fuera sino también hacia dentro de su propio partido.

Pero Iglesias no tiene el monopolio de las cloacas a la vista (si bien es cierto que simpatiza con casi todas). Están las cloacas del nacionalismo, igualmente aficionado a denunciar las cloacas ocultas mientras expone las suyas con alegre desfachatez: desde su discurso xenófobo y divisor hasta el incumplimiento de leyes y sentencias de los tribunales, pasando por sus arrebatadores momentos golpistas de cuya repetición alardea.

Al Gobierno Sánchez tampoco le faltan sus cloacas en exhibición, con su ristra de corrupciones legales como son las concesiones al independentismo y al proetarrismo, sus indultos caprichosos, su permisividad ante el incumplimiento de sentencias, el destrozo de organismos como el CIS o, lo último, el toqueteo de las leyes para ir imponiendo sus arbitrariedades autoritarias…

Para terminar con Poe, me viene, alterado, uno de sus títulos más célebres: «La caída de la Casa Sánchez». Ocurrirá un día y, por cómo van las cosas, el desplome va a ser el del país entero. 

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