THE OBJECTIVE
Anna Grau

1.800 muertos invisibles (al día)

«¿De verdad no tenemos una Sanidad capaz de atender a uno de cada 5.000 de nosotros?»

Opinión
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1.800 muertos invisibles (al día)

Me lo dijo un especialista. Uno que lleva ya tiempo trabajando en un modelo matemático para avisar a las autoridades de lo que nos podía, nos puede, llegar a pasar en situaciones así. Hasta ahora, por supuesto, nadie le hacía ni caso. Ahora no paran de llamarle de programas de radio y de televisión. En uno de estos me lo encontré yo. Y para mi pasmo, siendo tremendo lo que decía on, todavía lo era más lo que se reservaba para el off.

-Nos enfrentamos a 1.800 muertos al día.

-¡¿Cómo?! ¿Por el coronavirus[contexto id=»460724″]?

-No. Por cualquier otra cosa. Te haces un corte en una pierna y nadie te lo puede curar. En el momento en que la Sanidad se colapsa, es como si volvieras a la Edad Media…

-Ya.

¿Qué más tiene que pasar para que los gobernantes dejen de hacer trampas al solitario y al presupuesto, los políticos (algunos…) dejen de buscar su medro en el mal común pero, sobre todo, sobre todo, los ciudadanos desarrollemos un elemental sentido crítico?

Hace demasiado tiempo que el incremento del gasto público (y de una presión fiscal tan excesiva como mal repartida e injusta) para nada se corresponde con un gasto social acorde. Pagamos y pagamos y volvemos a pagar, los políticos se lo gastan en lo que consideran oportuno, rindiendo poca o ninguna cuenta. Y cuando tú vas a pedir tu pensión o una simple cama de hospital, de repente van y suspenden pagos. Si los gestores de nuestro sistema de pensiones y de nuestra Sanidad pública fueran empresarios ya estarían todos en la cárcel. Por estafa piramidal.

Admitámoslo: el coronavirus no es el virus del Ébola. Es otro tipo de emergencia. Plantea otro tipo de crisis. Hagamos números sensatos, basados en un recuento de este pasado lunes, 16 de marzo. En ese momento se hablaba de 9.191 contagiados en España. Redondeemos a 10.000. Sobre una población de 47 millones de personas, es un enfermo cada 4.700 personas, redondeemos a 5.000. ¿De verdad no tenemos una Sanidad capaz de atender a uno de cada 5.000 de nosotros? ¿Con los muchísimos impuestos que pagamos? ¿Más teniendo en cuenta que este virus en concreto no requiere ni siquiera hospitalización en todos los casos, la mortalidad es más baja que en otras pandemias (309 fallecidos y 530 recuperados justo tras la declaración del estado de alerta y de la histeria colectiva…)? Si hacemos los números a escala mundial, el troquel aparece todavía más claro. 169.387 contagiados sobre una población de más de 7.000 millones. Más de la mitad de la cifra de contagiados (77.257) dados de alta. 6.513 muertos…¡en todo el planeta!

¿Nos tomamos a cachondeo la enfermedad, los muertos, el riesgo? Nada más lejos de nuestra intención. Simplemente tratamos de centrar la pelota de algo que consideramos muy importante para entender lo que está pasando. Si con estas cifras nuestras Sanidades colapsan, es que las hemos dejado languidecer, infrafinanciar, privatizar…etc. Confiando en que, como muy sagazmente escribió hace ya tiempo un ministrio francés de Sanidad, Bernard Kouchner, “la Sanidad universal es una ilusión, basada en que no todo el mundo se ponga enfermo al mismo tiempo”. Insisto, las cifras del coronavirus, siendo serias y dando miedo, a mí personalmente me lo dan porque me parecen pocas para hacer saltar la “banca” sanitaria de tantos países. Empezando por el nuestro, al que tanto le gusta alardear de tener “la mejor Sanidad del mundo”. Y sin duda es así si miramos el esfuerzo, la calidad profesional y humana de nuestros médicos, enfermeras, etc. Pero a este paso les va a pasar como a los médicos de Fidel Castro en Cuba: los mejores de la América Latina, pero te ibas a sacar una muela, y tenía que ser sin anestesia porque se les había acabado.

Lo peor de estas cosas es que cuando por fin afloran y salen a la luz, raramente o nunca es para dar pie a un debate serio. Muchos que ahora acusan al gobierno Sánchez de inacción, o de acción lenta, tampoco se dieron ellos ninguna prisa en plantear un discurso alternativo hasta que, justo al día siguiente de la multitudinaria y, en muchos sentidos, feroz manifestación feminista del 8-M, algunos elementos espabilados de la oposición, empezando por la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso (ojo con infravalorar políticamente a esta mujer y a su jefe de gabinete, Miguel Ángel Rodríguez; con menos llegó Aznar a presidente), descubrieron el filón y abrieron brecha. Durante casi una semana Ayuso y el alcalde Almeida encabezan o parecen encabezar la reacción política y sanitaria a un virus que el gobierno Frankenstein ha minimizado como el “bichito” de la colza que si se caía se mataba, o como la crisis económica que Zapatero pasó de negar a comerse y hacernos comer a todos con patatas. Siempre tarde y mal, siempre de un día para otro…

Llegado este punto hago algunas elipsis porque les supongo a todos enterados de la tormenta política desatada y además seguro que hay millones de comentaristas y analistas hablando de lo mismo ahora mismo. Yo por mi parte sólo quisiera poner énfasis en los siguientes puntos:

  1. a) Nuestros gobernantes nos hurtan el fondo y el problema de la cuestión cuando se presentan, nos presentan, como víctimas de una pandemia imprevisible y terrible, una plaga bíblica, una peste negra…cuando no hay mayor peste negra que el innoble regateo de recursos a la Sanidad. Lo que nos mata no es el virus. Es no tener con qué, a pesar de lo mucho que pagamos para que eso no suceda.
  2. b) Constatado el peligro de colapso de la Sanidad de la que tanto han advertido y advierten los expertos sin necesidad de esperar a que llegara el coronavirus, se carga sobre el ciudadano la responsabilidad y el sacrificio de la contención. Claro, si nadie sale de casa (y si además se elude hacer la prueba a los casos leves…), bajarán los contagios. Pero esto es como si un fabricante de preservativos descubre que ha puesto en el mercado una remesa de millones de unidades agujereadas y para evitar un baby boom impone la abstinencia sexual a cal y canto y hasta nueva orden. Es una manera de parar el golpe, sin duda…pero entonces los condones defectuosos (o la Sanidad defectuosa) deben retirarse del mercado y recauchutarse seriamente antes de volver. Si no, es cuestión de tiempo que vuelva a pasar lo mismo.
  3. c) Siguiente parada de la crisis: la economía. Del mismo modo que se ha pretendido disponer de “la mejor Sanidad del mundo” hasta que hemos visto que llega a donde llega, ¿de verdad vamos a pretender que esto no es un país con cada vez más autónomos y falsos autónomos, y que cerrar la economía no es una opción cuando quien se queda en su casa no tiene asegurado el sustento? Me acuerdo de una alarma de bomba en el metro de Nueva York, pocos años después del 11-S. Al día siguiente los ciudadanos volvieron a coger en masa este medio de transporte ante la admiración mundial por lo que se consideró un alarde de “sangre fría”. Qué sangre fría ni qué niño muerto: en Nueva York no hay otra que coger el metro para que millones de personas lleguen cada día al trabajo, y más cornadas da el hambre. Quien no quiera ver que aquí estamos igual incurre en una temeridad tan frívola y socialmente criminal como los que hasta ahora no han querido admitir que el colapso sanitario podía ser un hecho.
  4. d) El terror como alternativa al debate. Meter miedo siempre funciona y a mí eso me descorazona cada vez más. ¿De verdad nadie se ha parado a analizar que a estas horas, a estas alturas, lo más probable es que estemos todos o casi todos contagiados asintomáticamente, la mayoría incluso inmunizados? No digo esto para animar a la población  a bajar la guardia o a desobedecer el decreto de alerta. Sólo lo digo para animarla a obedecerlo con sentido común y disciplina, pero sin caer en el apocalipsis. Contagiarse hoy es infinitamente más difícil que hace tres o dos semanas, cuando llenábamos alegremente los bares, los cines y las discotecas. Lavémonos las manos, usemos geles y mascarillas y todo lo que haga falta…pero sin perder la cabeza. Un poco de sentido común nos ayudará a protegernos mejor, a proteger mejor al prójimo y quizá, quizá, a no olvidarnos de pedir cuentas de lo que de verdad importa cuando el pico de la crisis quede atrás…
  5. e) Y quien dice terror o miedo, dice odio. El sábado estuve en un programa de la TV catalana al que suelen invitarme para que haga de sufrida sparring, de Juana de Arco, del independentismo más agresivo e irredento. Yo pienso que aguantar los insultos y la barbarie me entran en el sueldo o en el deber cívico de defender el ágora, el espacio público, que es o debería ser de todos. Pero este sábado a la barbarie habitual se había añadido la disparatada idea de Quim Torra de tratar usar el coronavirus para declarar una especie de DUI sanitaria. Cuando el gobierno de España, con inesperada y saludable contundencia, felizmente apoyada por Inés Arrimadas, todo hay que decirlo, les paró los pies, empezó a generalizarse en el mundo indepe cierto delirio en forma de “vienen de Madrid con virus a infectarnos”. Y es verdad, oigan, que el miedo irracional al coronavirus viaja en algunas personas exactamente por los mismos conductos mentales que la xenofobia, el supremacismo o algo peor que todo eso. Uno de mis trolls indepes me deseó en Twitter que me contagie “de la peor manera posible” y que muera “cuanto antes y más dolorosamente mejor”. Ahí lo dejo.

Y les dejo. Voy a ver si aprovecho el encierro para releer “El enemigo del pueblo”, de Ibsen…

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