THE OBJECTIVE
Joseba Louzao

Marc Fumaroli

«Con el fallecimiento de Marc Fumaroli se apaga una de las pocas voces que nos quedaban de un tiempo que ya no es el nuestro»

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Marc Fumaroli

THOMAS COEX | AFP

Con el fallecimiento de Marc Fumaroli se apaga una de las pocas voces que nos quedaban de un tiempo que ya no es el nuestro. Fumaroli armonizaba una profunda erudición sobre el pasado con la finura analítica del presente. Profesor universitario en el Collège de France durante décadas y miembro de la Académie française, este intelectual marsellés podía acercarse puntillosamente a la querella entre antiguos y modernos en el siglo XVII, examinar el impacto del Oráculo manual de Baltasar Gracián en la Europa de su tiempo, participar de los intensos debates culturales franceses o reprobar el impacto de Amazon en el universo libresco.

Un repaso a su amplia bibliografía nos muestra a un francés que amaba su tradición con una evidente vocación universal. Dedicó centenares de páginas a los principales autores de la literatura francesa (Montaigne, Chateaubriand o Jean de La Fontaine), pero no se olvidó de enmarcar esta cultura nacional en el puzle europeo. De hecho, uno de los ejes fundamentales de su producción académica fue aquella República de las letras que se generó en el continente a partir del florecimiento renacentista. Fumaroli encontraba en los ecos de esas relaciones culturales entre sabios europeos un ideal al que soñaba regresar algún día para conectar lo moderno y lo clásico. En el fondo, Fumaroli siempre fue defensor de una tradición humanista virtuosa y dinámica que, cuando dejamos de lado la locuacidad más presentista, nos sigue hablando de todas esas cuestiones que aún importan.

Pero, más allá de su intensa labor académica, gran parte de su fama internacional procede de sus posicionamientos públicos, siempre polémicos y contra las modas del momento. Por ejemplo, la publicación de El Estado Cultural en 1991 generó una cascada de reacciones adversas contra la tesis central del ensayo: un rígido control estatal de la cultura puede llegar ser contraproducente. Fumaroli sostuvo entonces que el dirigismo de los políticos acababa por amenazar de muerte a la cultura. Sin embargo, y pese a lo señalado por muchos de sus críticos, no quería suprimir las políticas culturales gubernamentales. Al contrario, buscaba hacer reflexionar sobre lo limitado de los recursos públicos y enfatizaba la importancia de proteger aquellas producciones culturales que sí necesitan del mecenazgo, especialmente si hablamos de un legado patrimonial que es tan frágil como valioso.

Y no puedo terminar esta semblanza de urgencia sin hacer memoria de Jaume Vallcorba (1949-2014), quien editó con pasión gran parte de la obra de Fumaroli en España. Tanto es así que La República de las Letras se publicó antes en nuestro idioma que en francés. Fumaroli subrayaba en aquel ensayo “las ventajas indiscutibles que la invención de la imprenta ha valido a la humanidad en la transmisión y la acumulación de sus saberes, y por consiguiente en su capacidad de acrecentarlos en detrimento de la rutina y de la ignorancia”. Por eso, precisamente, habrá que regresar a Fumaroli una y otra vez. Sus textos están repletos de sorpresas, sugerencias e ingenio contra la inercia ignorante.

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