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José García Domínguez

En defensa de los luditas

«¿A dónde podrán emigrar ahora los nuevos desempleados tecnológicos?»

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En defensa de los luditas

Chris Sunde | Dominio público vía Wikipedia

El aprendiz de tejedor Ned Ludd nunca existió en la realidad, pero la memoria mítica del célebre arranque de furia que le empujó, allá por el año 1779, a destruir aquel par de máquinas, las mismas que él creía culpables de la pérdida de su empleo fabril, está llamada a continuar persiguiéndonos más de dos siglos después de su muerte literaria. La semana pasada, justo tras su regreso de la cumbre de reconstrucción, el presidente Sánchez hizo público el anuncio de la primera y muy principal reforma a la que España se obligará tras la recepción de los fondos europeos. Una reforma honda, de calado, estructural, histórica también, que, sin embargo, nada tiene que ver con la recurrente matraca mediática de eso que Enric Juliana llama «la fábrica del ruido».

Porque la gran reforma que pedía Europa y ha aceptado de grado España no apela a mutilaciones de pensiones públicas, subidas de impuestos indirectos, recortes del Estado del Bienestar o beatificaciones laicas de la regresiva legislación laboral heredada de la Gran Recesión de 2008. La transformación radical de nuestra estructura económica que el Ejecutivo se apresta a poner en marcha ya, ahora mismo, con particular énfasis en el trienio 2020-2022, remite, por el contrario, a la definitiva digitalización de nuestro país. Van a ser, ya se ha cuantificado de modo oficial, 140.000 millones a invertir durante los próximos cinco años, casi tanto como el monto absoluto de las ayudas europeas destinadas a España. Palabras mayores. Una transición tecnológica, inevitable por lo demás, que está llamada en todo el mundo, también en España, a desenterrar herrumbrosas escenas de conflictos sociales que nos recordarán las luchas desesperadas de los luditas contra el nuevo orden que venía a imponer la Revolución Industrial.

Un nuevo orden en el que las máquinas parecían destinadas a competir con los seres humanos, condenando al desempleo crónico y a la miseria de por vida a los antiguos artesanos que, como el legendario Ned Ludd, verían así desaparecer su modo tradicional de vida. Los rebeldes luditas, para cuya final rendición en 1811 el Gobierno inglés necesitó movilizar un ejército superior en número y armamento al que había enviado a la Península Ibérica a luchar contra Napoleón, han tenido muy mala prensa durante los últimos doscientos años. En general, se les trata en los libros de historia como unos pobres simples que no fueron capaces de entender el efecto virtuoso del progreso técnico, que a largo plazo crearía muchos más empleos de los que a corto pudiera destruir. Pero los luditas no eran tan necios ni estaban tan equivocados. De hecho, no estaban equivocados. La Primera Revolución Industrial, un fenómeno social perfectamente equiparable por sus consecuencias colectivas inmediatas con el acelerado proceso de digitalización y robotización en el que andan inmersas ahora mismo las principales economías del planeta, destruyó muchísimas más ocupaciones laborales de las que fue capaz de crear. Muchísimas más. El mundo sórdido y famélico de las novelas de Dickens era el preciso retablo coral de aquella realidad. Así, en Gran Bretaña, y a lo largo de casi un siglo, entre 1755 y 1820, la digitalización, esto es la introducción masiva de las máquinas en las factorías, llevó a que los sueldos reales de los trabajadores se redujesen a casi la mitad. Setenta y cinco años consecutivos de pobreza y miseria, pues, para el grueso de la población asalariada inglesa, nada menos que setenta y cinco años seguidos. Una eternidad.

A largo plazo, sí, las cosas salieron bien. Pero el largo plazo tardó mucho, muchísimo en llegar. Mientras tanto, cerca de cuarenta millones de desempleados europeos tuvieron que emigran a las tierras vírgenes de América para poder sobrevivir. ¿A dónde podrán emigrar ahora los nuevos desempleados tecnológicos? Dos premios Nobel de Economía, Abhijit Banerjee y Esther Duflo, dedican en su último libro un capítulo a La pianola, novela distópica del norteamericano Kurt Vonnegut en la que la mayoría de los puestos de trabajo han desaparecido. Las pianolas, es sabido, son pianos que no necesitan de ningún pianista para emitir música porque se tocan solos. Es a lo que vamos, a un mundo de pianolas digitalizadas. La OCDE ya estima que el 46% de los trabajadores de sus Estados miembros posee ocupaciones susceptibles de ser sustituidas por aplicaciones tecnológicas. La mitad de la población, sobrante. La mitad. No, los luditas no eran tan estúpidos ni tan ciegos como se quiere creer. Tras la cumbre, nuestros publicistas domésticos de guardia, igual los de la derecha que los de la izquierda, se han vuelto a enfrascar en la batallita retórica de siempre a cuenta de la reforma laboral, pero lo que se nos viene encima no va a ir de trabajo, sino de falta de trabajo, de ausencia absoluta y permanente de trabajos. Y de eso nadie habla. Ned Ludd vive.

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