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José García Domínguez

Por qué Casado no puede llegar

«El viejo orden, pues, viene de vuelta, si bien trufado por un par de distorsiones que terminarían haciendo inviable cualquier intento voluntarista de reconstruir sus costuras originales»

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Por qué Casado no puede llegar

Rodrigo Jimenez | EFE

El drama de Pablo Casado, por extensión el del Partido Popular todo, remite a la paradoja sangrante de que es bien probable que gane las próximas elecciones, pero casi imposible que llegue a gobernar. Casi imposible porque el final de conmoción nacional fruto de la Gran Recesión, la levadura sociológica que dio origen a la llamada nueva política con el descrédito de las formaciones tradicionales, ha propiciado el paulatino retorno del bipartidismo imperfecto que caracterizó al sistema político de la Transición. El viejo orden, pues, viene de vuelta, si bien trufado por un par de distorsiones que terminarían haciendo inviable cualquier intento voluntarista de reconstruir sus costuras originales. Y es que el rutinario turnismo entre PP y PSOE que lo retrató en su época dorada imponía la ausencia dentro del ámbito de lo relevante de fuerzas como Vox y Junts per Catalunya. 

Dicho de otro modo: el modelo de alternancia que diseñaron los autores intelectuales de la Transición entre dos grandes partidos moderados, uno socialdemócrata y otro liberal-conservador, no era compatible ni con la batasunización de las clases medias autóctonas catalanas, ni tampoco con la irrupción parlamentaria de una marca populista capaz de competir con el PP por su flanco derecho. Porque la bisagra que tenía la misión sobreentendida de hacer posibles los tránsitos se llamaba, valga el oxímoron, nacionalismo moderado catalán, criatura política oficialmente extinta desde el 1 de octubre de 2017. Así, aquel añejo bipartidismo, el que podríamos llamar histórico, requería que siempre fuese CiU, por norma con la escolta del PNV,  quien forzase el desahucio de uno de los dos grandes del Ejecutivo. Es lo que no volverá a pasar. ¿O acaso alguien imagina a Carles Puigdemont reuniéndose en un hotel de Bruselas con Pablo Casado y Santiago Abascal para acordar las grandes líneas maestras de un acuerdo de legislatura a tres bandas? 

Más allá de su relevancia económica, el simple peso demográfico de Cataluña la convierte en un actor colectivo determinante a fin  de establecer los equilibrios de poder nacionales. Pero, y desde el mismo 1 de octubre de 2017, esa influencia únicamente va a beneficiar a la izquierda peninsular. En España, ningún presidente en minoría ha gobernado jamás sin el apoyo parlamentario del nacionalismo catalán. Y el Partido Popular, a diferencia del PSOE, ya no va a disponer nunca más de ese comodín. En consecuencia, resulta evidente que Casado solo podría gobernar si el bloque de las derechas obtuviese mayoría absoluta. Pero ahí emerge otro de los factores críticos de la sociología electoral hispana, el que explica en gran medida las distintas mudanzas que ha sufrido el Palacio de La Moncloa en los últimos 44 años. Pues, y dejando al margen aquella mayoría absoluta de Rajoy obtenida en el punto álgido de un desastre económico de dimensiones apocalípticas, es cierto que tanto PP como PSOE han gobernado de modo ocasional sin necesidad de apoyos externos. Tan cierto es eso como que, e igual las mayorías absolutas del PP como las del PSOE, dependieron siempre del errático proceder en las urnas de de eso que César Molinas bautizó en su día como la izquierda volátil. 

Ocurre que en los tiempos normales, esos mismos que acaban de retornar, una parte estadísticamente significativa de la izquierda sociológica oscila entre abstenerse por su hastío ocasional hacia el PSOE de turno, lo que posibilitó todas las mayorías absolutas del PP en su momento, o acude a votar en masa a ese mismo PSOE con la nariz tapada, lo que explica las otras mayorías de signo contrario. De lo que hagan  o dejen de hacer ellos, la izquierda de la izquierda, depende casi todo. Cautivo y desarmado el Podemos germinal de Iglesias y Errejón, ahora reducido a muy poco más que la Izquierda Unida de siempre, esa izquierda volátil podría verse tentada de volver a quedarse en casa. Y, si solo fuera por Casado y su gente, acaso se quedaría. Pero Vox también está ahí. Y les da miedo, quizá con razón. Si finalmente votan, Casado no tendrá nada que hacer. Aunque todo sería distinto, claro, si Vox cuajara en los próximos dos años como el partido obrero, algo similar a lo que ya es la Agrupación Nacional en Francia, igual que los conservadores británicos y Trump en el ámbito anglosajón. Pero esa es otra historia.   

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