THE OBJECTIVE
Jesús Montiel

Releer en tiempos vertiginosos

«La relectura tiene un alcance más trascendente en la actualidad: es un acto de resistencia porque se aleja del tiempo productivo»

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Releer en tiempos vertiginosos

Carmen Laforet | Europa Press

Estos días releo Nada, de Carmen Laforet. La primera vez lo leí con veinte años, puede que menos. Y como a tantos adolescentes, la historia de Andrea me cautivó. La colisión de sus expectativas románticas con el mundo de la posguerra. Sórdido, mezquino. Esas primeras lecturas devocionales son imborrables. Algo nuestro se queda atrapado en el libro, dentro de esa historia que presenciamos sin un pestañeo. Nada es de los únicos libros de los que guardaba un recuerdo vívido. Como Crimen y castigo o La montaña mágica. Ahora, veinte años más tarde, vuelve a envolverme aquella atmósfera opresiva de la calle de Aribau. Exactamente igual que entonces, paseo con Andrea por una Barcelona tétrica, en la que a veces los días soleados irrumpen poblándola de ensoñaciones.

La relectura nos permite darnos cuenta de frases que pasamos por alto aquella vez primera y que ahora salen de su escondite. De modo que estos días me sorprendo detenido en una descripción que no recordaba, meditando un diálogo que pasé por alto, que nunca subrayé pero que ahora me interpela con fuerza. Durante la relectura, se sabe, el texto se nos manifiesta de un modo diferente al de la primera vez. Los monjes conocen bien la multiplicidad semántica. Pasan la vida releyendo la Escrituras, sorprendidos porque nunca se agotan los significados. No basta con el descubrimiento. Hay que redescubrir. En el redescubrir el fogonazo ya no es tan aparatoso, pero la luz del texto, siendo menos espectacular, alumbra más tiempo. Más que una cerilla es ahora una chimenea. Reconforta, más que destella.

Pasa igual con los lugares. Uno que nos gustó, en el que fuimos dichosos o donde sencillamente estuvimos a gusto, desvela con el regreso matices que no pudimos apreciar en nuestra primera visita, tal o cual detalle desatendido. Pero también con las personas sucede el redescubrimiento: si uno, tras una crisis de pareja, se detiene antes de emprender la huida a otra relación y le dice al corazón espera, hablemos otra vez, intentemos al menos mirarnos de nuevo, también durante la crisis, quizá descubra en el otro recovecos que nunca apreció y que ahora lo deslumbran. Creemos que lo que ya hemos visto se agota tras una primera ojeada. Que una persona que conocemos no tiene ya sorpresa para nosotros, pensamos. Pero esta creencia es falsa. Todo vuelve a nacer si lo miramos desde el amor. Con el amor en la mirada, nada se acaba nunca, no se termina lo que está delante de nosotros.

Además, la relectura tiene un alcance más trascendente en la actualidad: es un acto de resistencia porque se aleja del tiempo productivo. Detiene la avidez de novedades y nos conduce al saboreo. En tiempos como el nuestro, vertiginosos, desatender la novedad y detenernos otra vez en algo que ya ocupó nuestra atención es un acto sedicioso. La relectura, en este sentido, cumple la misma cometido que la meditación.  La cantidad cede el paso a la calidad. Quien relee no pasa las páginas sino que las recapacita, sabe que hay más agua en ese pozo del que bebió.  Es la misma diferencia que hay entre dar un paso y hacer running. El paseo, sin duda alguna, es más idóneo para la captación de los detalles porque exige una velocidad menos acusada. Corriendo todo se difumina, mientras que la zancada tiene en cuenta lo que hay alrededor. 

Como escritor, me gustaría que mis libros acaben siendo lugares de regreso. Como una casa rural a la que uno vuelve para resetearse y frotarse las manos mientras nieva afuera y hace frío. 

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