THE OBJECTIVE
Juan Carlos Laviana

La desinformación y la carne

«Al asunto de Garzón se le ha dado tanto calado que algunos medios hablan de batalla cultural»

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La desinformación y la carne

Alberto Garzón. | Europa Press

El ministro Garzón encendió la mecha en una entrevista en The Guardian. Fue inevitable que la polémica explotara. El debate sobre la carne, no se sabe muy bien cómo, devino en un debate sobre la libertad de expresión. Término que, por cierto, cada vez se usa menos, en detrimento de lo que ahora, jugando con la terminología, muchos pretenden llamar fake news, a la vez eufemismo y anglicismo. Como si la libertad de expresión se limitara al peligro de los bulos.

Unos determinados medios recogieron las declaraciones del ministro, lo que dio lugar a numerosas reacciones, tanto políticas como profesionales, de los propios ganaderos y de presuntos expertos en cambio climático. Hubo, como es lógico, quien aprovechó la ocasión para atacar políticamente al Gobierno, al considerar poco responsables las palabras del ministro. Hubo sectores de los propios ganaderos que denunciaron que tales palabras, y más en un importante medio extranjero, perjudicaban gravemente sus intereses y los de la propia España.

De repente, otros medios, estos afines al Gobierno y al propio Garzón, se lanzaron al contraataque y denunciaron una campaña política y mediática contra el ministro y contra el propio Sánchez. Se supone que el deber de la oposición es denunciar los errores del Ejecutivo. ¿Qué clase de oposición sería si no lo hiciera? Por otra parte, el deber de la prensa es vigilar al poder. ¿Debería dejar de hacerlo porque el cumplimiento de esa misión coincide, como es lógico también, más veces con la oposición que con el Gobierno? No son pocas las veces en este país en las que el Gobierno actúa como oposición, y a la oposición la trata como si ostentara el poder.

Al asunto se le ha dado tanto calado que algunos medios hablan de batalla cultural, otra de esas expresiones que, en el fondo, no esconden más que la polarización política y social del país. Confieso que debí pararme dos veces a pensar por qué era cultural la batalla del ganado, hasta que caí en la cuenta de que comer carne forma parte de la cultura de los animales carnívoros, entre ellos los humanos. Entendiendo así cultura en el sentido de la tercera acepción del término, según el diccionario: «Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época o grupo social».

Los defensores del ministro acusaron a sus detractores de «manipular» sus palabras. ¿Tan difícil es comprobar lo que de verdad dijo? Basta leer el periódico británico sin más filtro que la traducción: «Encuentran un pueblo en una parte despoblada de España y ponen 4.000, o 5.000 o 10.000 cabezas de ganado. Contaminan el suelo, contaminan el agua y luego exportan esta carne de mala calidad de estos animales maltratados». El ministro nunca desmintió estas palabras. Es más, las ha calificado de «impecables». A partir de ahí, corresponde a cada cual analizarlas y sacar sus propias conclusiones. Decir si le parecen bien o mal. Los medios no han hecho más que eso y recoger las diversas reacciones. ¿Es una campaña mediática? Lo único que se persigue es criminalizar, cargar sobre los medios los errores, sobre todo de comunicación, del propio gobierno.

La disputa llega solo unas semanas después de que el propio Gobierno anunciara que podrá en marcha una Estrategia nacional de lucha contra las campañas de desinformación. Explicaba su necesidad porque la «desinformación intencionada y a gran escala una amenaza cierta para el Estado». Y acababa equiparando el problema con el terrorismo.

La pregunta ahora es: si se califica lo ocurrido con las palabras de Garzón, como lo han hecho algunos portavoces del Gobierno, de «desisnformación intencionada», se pondrían en marcha las medidas anunciadas por el gobierno. ¿En qué consistirían? ¿Multas? ¿Suspensión de periodistas? ¿Cierres de medios? Esa no es labor del Gobierno. En cualquier estado liberal, el derecho a la información es de los ciudadanos, que a su vez lo depositan en la prensa, sin más censura que la que dictamine el Código Penal. Porque, ¿en quién lo van a depositar si no? ¿En El Gobierno?

Para ver el interés del Gobierno –este o cualquier otro- en la libertad de expresión, y su afán de pluralidad, basta repasar las cifras sobre las entrevistas concedidas por el presidente Sánchez a las radios españolas: COPE, cero; Onda Cero, cero; RNE, cero; y Cadena SER, cuatro. La última, ayer mismo.

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