THE OBJECTIVE
César Calderón

Hacer historia

«El voto de los diputados independentistas a los últimos presupuestos de la legislatura ya estaba garantizado dada la imperiosa necesidad que estos tienen del voto recíproco de los diputados del PSC a sus propios presupuestos en Cataluña»

Opinión
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Incluso en democracia -en las dictaduras ya ni les cuento- existen políticos que una vez acceden al poder y llevan gobernando unos añitos, deciden que para ellos no es suficiente con eso tan aburrido de confeccionar y aplicar leyes que mejoren la vida de los ciudadanos. Sobre todo cuando tienen que aguantar día tras día a la insaciable prensa, a esa maldita oposición que solo se dedica a poner palos en las ruedas y a los cansinos de los jueces, siempre empeñados en que incluso los líderes más altos y guapos cumplan con las leyes, una tortura a la que un estadista de talla mundial jamás debería someterse. 

Hablo de esos líderes que sin necesidad de haber ganado guerras, dirigido vistosas cargas de caballería sable en mano o conquistado imperio alguno por pequeño que este fuese, se lanzan por la peligrosa pendiente de tratar de entrar en la historia realizando acciones de gobierno generalmente poco meditadas con las que pretenden convertir su figura en objeto de estudio de escolares y adolescentes.

Así, mientras algunos de ellos han tratado de inmortalizar su genio de estadistas planetarios con estatuas ecuestres dedicadas a su providencial figura, otros incluyendo su efigie en monedas y billetes, e incluso alguno como François Mitterrand erigiendo una gigantesca pirámide de cristal en medio de la ciudad de París. Pedro Sánchez ha decidido pasar a la historia como el arquitecto de dos soluciones finales. La primera -según propia confesión- trasladando el cadáver de un dictadorzuelo a unas decenas de kilómetros del infame mausoleo donde decidió ser enterrado y, la segunda, arreglando el «problema catalán» mediante el sorprendente método de conceder astutamente a los partidos independentistas todas sus reivindicaciones pasadas, presentes y futuras, estas últimas antes siquiera de que las planteen y todas ellas contra la voluntad explícita de al menos la mitad de los catalanes.

Porque por mucha imaginación que le pongamos, esta es es la explicación más probable al cúmulo de contrafueros que está perpetrando el presidente del gobierno en su enloquecida carrera para salvar a los golpistas que atentaron contra la constitución, el código penal y las leyes más elementales de la estética (las de Theodor Adorno) de las consecuencias penales de una asonada que condujo a la declaración de independencia más ridícula de la historia. Una carrera enloquecida y de final incierto que además es materialmente incompatible con la lógica política más elemental. Esa que afirma que en democracia y a escasos cinco meses de unas elecciones que van a redefinir el mapa político nacional, no conviene patear un avispero si no quieres morir por un choque anafiláctico.

Sobre todo si, como es el caso, el voto de los diputados independentistas a los últimos presupuestos de la legislatura ya estaba garantizado dada la imperiosa necesidad que estos tienen del voto recíproco de los diputados del PSC a sus propios presupuestos en Cataluña.

A no ser, claro, que todo este lío infernal en el que Pedro Sánchez ha metido a su partido y a su gobierno simplemente sea una respuesta mal meditada y peor ejecutada del actual inquilino de La Moncloa a los sondeos que ya comienzan a mostrar que a pesar de la polarización. El PSOE sigue ingresado en la unidad de cuidados intensivos, una nueva apuesta a doble o nada para tratar de movilizar y cohesionar a su electorado mostrándoles el banderín de enganche de la Alerta Antifascista, frente a una conspiración universal de la que formarían parte periodistas, jueces, medios, señores de puros enhiestos y todos los malos de Star Wars encabezados por Darth Vader. Una estrategia que, como recordarán, funcionó estupendamente en las últimas elecciones autonómicas madrileñas, estupendamente para sus rivales, quiero decir.

Una estrategia mediante la cual,  en lugar de hacer historia, lo más probable es que consiga que su partido pase a la historia.

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