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Félix de Azúa

Los creyentes

«Cuando el cuerpo de creyentes está formado es casi imposible deshacerlo. Luego viene el reparto de poderes, cuando ya ha ocupado la maquinaria del Estado»

Opinión
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Los creyentes

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Una de las figuras más curiosas de la época actual es la de los supervivientes que aún se aferran a la fe. Vivimos, sin lugar a dudas, en unos tiempos nihilistas, dominados por el nihilismo técnico y sin apenas conciencia de esa sumisión. Sin embargo, muchos de los felices esclavos del nihilismo son, además, damas y caballeros de la fe. Una fe en nada distinta a la de los primeros cristianos.

Es un error frecuente considerar que sólo son creyentes aquellos que, por ejemplo, acompañan con sus rezos las imágenes de santos que salen en procesión por los pueblos para suplicar la lluvia. Hay muchos nihilistas que no actúan de un modo distinto, aunque ni siquiera lo sepan. Piensen en un solo ejemplo. Todos aquellos que han estudiado algo de historia saben que fue el siglo XVIII, el siglo de la Luces, el que puso en circulación masiva el concepto de «progreso», enfervorizados por el optimismo de los avances científicos, luego la revolución industrial y por fin la filosofía de la ciencia. Muy poco más tarde, con millones de muertos gracias a los adelantos técnicos y científicos, ya se veía que el tal progreso no era realmente nada que llevara hacia ningún paraíso. No por eso dejó de haber creyentes en el progreso, sobre todo cuando, gracias a Karl Marx, apareció un progreso fundado en la inexorable destrucción del capitalismo gracias a las masas obreras.

Ni siquiera la realidad del único marxismo convertido en sociedad real, el de la URSS, desanimó a los creyentes en el progreso. Y es que la fe no depende en absoluto de los datos objetivos, de eso que solemos llamar «realidad», o de la crítica científica. La fe es autónoma y se sostiene por sí sola sobre una masa de gentes, los creyentes, que se construyen los unos a los otros como fuerza social. Su modelo es, evidentemente, el de los discípulos de Jesucristo cuando decidieron creer en la Resurrección: el modo de constitución de la fe es siempre el mismo.

Si alguien quiere conocer con más detalle el proceso de invención de una fe, la mejor narración que conozco sobre su inicio y desarrollo hasta ser un dogma inquebrantable, se encuentra en el ensayo sobre los apóstoles que publicó Renan en 1882. Y como estamos en agosto, se lo cuento a manera de lectura de verano.

«Al final del día, la resurrección de Cristo era un clamor y, dice Renan, el destino de Occidente se había decidido»

El sábado 4 de abril del año 33 las santas mujeres embalsamaron el cadáver de Jesús y lo depositaron en la tumba. Era esta una cavidad horadada en la roca y cerrada con una pesada piedra. Pero el domingo, muy temprano, acudió al lugar la bella María de Magdala, desesperada por la pérdida de su adorado. Sin embargo, se encontró que la tumba había sido abierta y estaba vacía. Corre entonces a avisar a Pedro y Juan de que el cuerpo ha sido robado. Ambos se apresuran para constatar que, en efecto, la tumba está vacía. Dejan a María y van rápidamente a avisar al resto de los discípulos y amigos. Están persuadidos de que lo han robado los mismos jerarcas judíos que le llevaron a la cruz.

Es preciso recordar que María, la Magdalena, era la bella prostituta que lavó los pies de Jesús con un carísimo pomo de perfume y los enjugó con su larga cabellera, lo que causó un escándalo entre los apóstoles. Pero ahora, en aquel jardín de la muerte, está desolada. Oye un leve rumor, se vuelve y ve una figura luminosa a la que de inmediato identifica como Jesucristo, trata de ir hacia él, pero la detiene con una suave admonición, primero dice «María» y luego: «No me toques» (Noli me tangere) y se desvanece.

Como es lógico, la Magdalena acude como un rayo a la reunión de los discípulos y apóstoles, que ya es multitudinaria, al grito de: «¡Lo he visto, me ha hablado! ¡Ha resucitado!» y cuenta su visión. Al principio no la creen, no tiene buena acogida entre los fieles, además, Jesús nunca dijo claramente que fuera a resucitar y si lo dijo fue con palabras tan oscuras que los apóstoles no las entendieron.

En ese momento, dice Renan, María de Magdala era la persona que más había hecho por el cristianismo, después de Jesús de Nazaret. Luego comenzaron a llegar más noticias, como la de los peregrinos de Emaús, tan bellamente representados por Rembrandt, pero no en la del Louvre, sino en la sublime del Jacquemart André. Al final del día, la resurrección de Cristo era un clamor y, dice Renan, el destino de Occidente se había decidido.

Así nace una creencia y así se forma la nube de creyentes cuya fe les presta una fortísima unidad. Luego ya es inútil cualquier crítica, intento de demostración, argumento científico, razonamiento. Cuando el cuerpo de creyentes está formado es casi imposible deshacerlo, como se ha visto con el islam. Luego viene el reparto de poderes y beneficios, pero eso es más tarde, cuando el grupo de creyentes ya ha ocupado la maquinaria del Estado.

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