THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

Librarse de los nacionalistas

«Cataluña, como el País Vasco, es algo más que los nacionalistas. Hay mucha gente que tiene fe en la democracia para convivir, prosperar y ser libre»

Opinión
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Librarse de los nacionalistas

Ilustración de Alejandra Svriz.

Lo preocupante de esta España inestable y caótica, que pende de un hilo indepe, es la pérdida de lo que Jacques Maritain llamó «credo secular» de la democracia. El francés se refería en su obra El hombre y el Estado (Ediciones Encuentro, 2023) al conjunto de ideas y prácticas compartidas entre las distintas opciones políticas. Dicho acervo común permitía la convivencia en paz y libertad aunque se disputara el poder en las urnas y en las instituciones. Hoy en nuestro país es evidente que ese «credo» basado en el espíritu de la Transición y la Constitución como contrato se ha roto en mil pedazos y no hay manera de recomponerlo. El sanchismo ha abrazado a los rupturistas tan fuerte que se han fundido en un solo cuerpo con varias cabezas.

En ese «credo» común Maritain mencionaba principios inexcusables como el respeto a la verdad y a la dignidad humana, la defensa de la libertad, el mantenimiento de la fraternidad, y la moralidad de la vida pública. Esos valores deberían ser la guía de los dirigentes políticos -con sus fallos y delitos, ya, porque son humanos, pero corregibles o sancionables- para concitar un mínimo de confianza del pueblo en el sistema político y transmitir la importancia de la convivencia democrática.

Algún precipitado dirá que esto es realismo mágico, pero no es así porque la ruptura de ese credo ocurrió en la Europa de entreguerras y favoreció el auge del totalitarismo, como demostró Juan José Linz hace 40 años. Allí donde se quebró la democracia fue por obra y gracia de lo que Maritain denominó «minorías proféticas de choque». El francés se refería a esos grupos políticos que llamaban a la violación del Estado de Derecho y al desprecio al credo común para imponer su fórmula «salvadora». En cambio, allí donde se mantiene ese «credo» sobrevive la democracia, como en el Reino Unido, Estados Unidos o Suecia, en Francia desde la V República, en Alemania desde 1949, en la Italia republicana, o en nuestro vecino Portugal a partir de la Revolución de los Claveles.

«Ese llamamiento a vulnerar el credo común puede ser directo, como hacen Podemos y los nacionalistas, o indirecto, como el PSOE»

Esa «minoría profética» se puede distinguir perfectamente en la política española. Son esos que llaman a violentar la legislación desde la oposición, e incluso estando en el Gobierno, y tras colonizar el Estado, las instituciones judiciales y el Tribunal Constitucional. Ese llamamiento a vulnerar el credo común puede ser directo, como hacen Podemos y los nacionalistas, o indirecto, como el PSOE de Sánchez. Me refiero a los que esconden un interés privado hablando de «progresismo», al tiempo que, de manera indigna, como un totalitario de medio pelo, tosco y bufón, dicen que hay que desjudicializar la política; esto es, patear el Estado de derecho para quedarse en el poder.

La maniobra espuria y rupturista de esta «minoría profética» debería ser despreciada mayoritariamente por los ciudadanos, pero no es así. Todo lo contrario. La jalean y la votan con tal de que no gobierne el adversario, que resulta ser el constitucionalista, no el que pone en cuestión el «credo común», esto es, las reglas de vida democrática. El hecho es de una anormalidad peligrosa.

En una democracia normal la mayor parte de la ciudadanía tendría esa «fe secular» de la hablaba Maritain, y habría dado la espalda al PSOE. Sin embargo, nuestro sistema político ha construido «ciudadanos» que han asumido el feminismo y el ecologismo como religiones seculares, al modo marcado por Rousseau, al estilo de un nuevo culto civil obligatorio. Hay muchos ejemplos que lo ilustran.

Sin embargo, no ha pasado lo mismo con las costumbres democráticas y el respeto a los derechos de los demás, a no ser que sea su identidad sexual. Solo así se entiende que la mayoría acepte la exigencia de los independentistas de decidir en un referéndum los derechos de todos los españoles. Dicha aceptación no es extraña. De hecho los propagandistas del sanchismo tienen la desvergüenza de hablar de «heridas abiertas de Cataluña» para referirse a la represión legal del golpe de Estado de 2017. Ni fue «Cataluña» entonces ni lo es hoy. Fueron entonces «minorías proféticas» cuyos partidos, ERC y Junts, han sido relegados a la cuarta y quinta posición electoral.

«Muchas personas no quieren vivir bajo el temor al rodillo nacionalista, a esa bota totalitaria, oligárquica y empobrecedora»

Chesterton escribió que la superstición de la democracia es la peor de todas las supersticiones, porque hace creer al incauto que el número es más importante que el mantenimiento de la libertad. Ya, pero mucho peor es el cansancio de los que aún creemos en la necesidad de un «credo común».

Es por esto que cada vez se oyen más voces que ahondan en la indiferencia, en que da igual que se celebre un referéndum de independencia. Son esos que tras sufrir la humillación de ver indultados a golpistas y malversadores entienden la amnistía como la segunda parte inevitable del negocio de unos pocos. Me refiero a los que se han quedado solos defendiendo el «credo común» de la Transición, esos mismos que hablan de consenso a un PSOE que se burla de la propuesta mientras pacta con los rupturistas. Hablo de los que están tan hartos de los insultos y la irracionalidad que acompaña a todo nacionalista que prefiere que se salgan con la suya y quitárselos de encima.

No obstante, no hay que olvidar que Cataluña, como el País Vasco, es algo más que los nacionalistas. Que hay mucha gente que sostiene ese «credo común» porque tiene fe en la democracia para convivir, prosperar y ser libre. Personas que no quieren vivir bajo el temor al rodillo nacionalista, a esa bota totalitaria y arcaizante, oligárquica y empobrecedora, al que este PSOE legitima todos los días. Merece la pena resistir a la matraca progresista y nacionalista. Siempre.

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