THE OBJECTIVE
Fernando Savater

Champú anticaspa

«No son los más votados pero, con un empujoncito del PSOE, Bildu puede subirse al coche, fúnebre en su caso, del poder»

Opinión
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Champú anticaspa

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, rodeado por la portavoz de Bildu en el Congreso, Mertxe Aizpurua, y el coordinador general de los abertzales, Arnaldo Otegi. | Ilustración: Alejandra Svriz

Últimamente he vuelto a oir bastantes veces, en tertulias de radio y televisión (y mira que atiendo a pocas) o discusiones con familiares y conocidos, el uso despectivo de «caspa» y «casposo» para vilipendiar las posturas políticas conservadoras o reaccionarias, esas que en general son tildadas de fascistas en cuanto llevan la contraria al mainstream sanchista ahora rozagante. La verdad es que no sé a que altura del pasado esa palabra que en su principal uso sirve para designar las pequeñas costras o escamas que se desprenden del cuero cabelludo adquirió la segunda acepción que registra la RAE como adjetivo despectivo que equivale a anticuado o desfasado. Por lo que yo sé, la caspa en su sentido literal es un fenómeno bastante democrático, que afecta con generosa imparcialidad a viejos y jóvenes, ricos y pobres, aunque naturalmente los mas pudientes tienen mejores medios higiénicos de combatirla.

En mi juventud los veteranos que representaban el estamento menos subversivo de la sociedad solían ir muy cuidados y cepillados, con su brillantina y todo, mientras que la new age rebelde a la que yo, ay, pertenecía, solíamos ir greñudos, descuidados y malolientes, para mayor gloria de la insurrección. Hasta el punto de que, cuando por exigencias familiares o sociales formalizábamos nuestro look por unas horas, nos entraba complejo de viejos, mientras que vestirse de harapos selectos y exhibir un provocativo desaseo (que a mí me atraía mucho mas en las chicas que en mis colegas) era estandarte de invencible juventud. Y entonces… ¿por qué la caspa y lo casposo (veo en el diccionario que también existe «caspiento») es lo repelentemente retrógado y no lo sinceramente revolucionario? Pues no me atrevo a dar explicaciones sobre esta aparente paradoja. «Algo que ciertamente no se nombra con la palabra azar/ rige estas cosas…», diría el ubicuo Borges.

De modo que vamos a aceptar los usos despectivos de «caspa» y «casposo» (lo de «caspiento» ya me parece demasiado). Pero ahora habrá que ver a quién corresponden mejor esos calificativos. Desde luego el aplicarlos solamente a quien tiene una ideología derechista es abusivo e infundado. No creo que haya nada mas casposo que ir al Parlamento Europeo y llamar mas o menos veladamente «nazi» a un respetable político alemán sólo porque muy razonablemente nos lleva la contraria. ¿Acaso alguno de los parlamentarios que escucharon con cierto asombro el exabrupto salió de la asamblea convencido de que Sánchez representa la vanguardia política del continente? ¿Es avanzado e innovador recurrir a Hitler como cualquier cuñao vociferante para apuntalar las propias convicciones? Pues en Europa les sorprende ese hosco comportamiento, aunque por fortuna ya van viendo qué ganado tenemos que lidiar aquí, pero los españoles estamos acostumbrados a que hay que ser sanchista obediente o franquista cavernícola. ¿Será posible? ¿De verdad alguien puede creer que Cayetana Álvarez de Toledo o Nicolás Redondo son franquistas, fascistas y, si saben alemán, nazis? ¿Sólo porque no rinden pleitesía al descarado ilusionista de la Moncloa y su interesada cáfila oportunista de chupabotas, pirotécnicos y periodistas amaestrados?

«Los españoles estamos acostumbrados a que hay que ser sanchista obediente o franquista cavernícola. ¿De verdad alguien puede creer que Cayetana Álvarez de Toledo o Nicolás Redondo son franquistas y fascistas?»

Por favor, levanten ustedes un poco la vista: ¿conocen a alguien que encarne intuitivamente la caspa de modo mas ejemplar que Óscar Puente? Como estamos en adviento, le podemos incluso llamar caspiento. Pues ha sido él quien ha dicho que, gracias a un infame chanchullo de los socialistas, apoyados por esos traidorzuelos inanes de Geroa Bai, la Alcaldía de Pamplona pasa por fin a manos progresistas, libres de polvo y caspa, es decir a Bildu. ¡Asirón, Asirón, el euskera campeón! En efecto, a Bildu no se le ve la caspa porque se la tapan las manchas de sangre: supongo que es a éso a lo que llama progresismo el sicario Puente. Pero, por favor, ¿progreso hacia dónde? Hacia el triunfo de los que se han impuesto inspirando terror a sus convecinos. No son los más votados pero con un empujoncito del PSOE pueden subirse al coche, fúnebre en su caso, del poder. Y desde ese promontorio tratarán de convencer a los navarros de que no son españoles, ni vascos siquiera, sino etarras, lacayos agradecidos de los etarras que les han impuesto una nueva identidad. Eso sí, sin caspa. Aunque llegaremos a echarla de menos.

Por lo visto, nuestros progres (los que progresan hacia la destrucción anticonstitucional de España, los que se felicitan a sí mismos por no ser de derechas porque ni a eso llegan) han decidido que los separatistas catalanes o vascos no tienen caspa. A pesar de las historietas inventadas sobre su pasado, a pesar de imponer la represión lingüística para ocultar que en todas sus ciudades grandes o medianas la gente prefiere el castellano semi-clandestino a sus lenguas «auténticas» que cada vez menos hablan y cada vez peor, a pesar de encubrir sus privilegios fiscales y su vida subvencionada a costa del resto del país como si fueran «víctimas» oprimidas por el Imperio de Mal, allí no hay caspa: mierda, toda lo que ustedes quieran, pero caspa no. Lo garantizan los socialistas, nada más ni nada menos, ¡figúrense! 

Pues bien, no hay nada más trasnochado, atávico, incrustado en lo peor de la especie y por tanto cubierto de caspa, si quieren llamarlo así, que la mentira de los gobernantes a los gobernados, el intento autocrático de acabar con los jueces independientes para dominar así sin cortapisas a los ciudadanos, la ocupación manipuladora de todos los puestos públicos relevantes por gente rastrera adicta al poder y no por los mas capaces, la educación convertida en domesticación ideológica y no en formación de personas libres, la invención de mil minorías disgregadoras a cual más absurda para justificar la creación de chiringuitos pagados con dinero público que permitan vivir sin dar golpe a los parásitos progres… etc. No busquen más la caspa en los hombros del vecino está en la Moncloa y hasta se pasea por Europa usurpando el nombre de España, a la que desprecian. Para Sánchez y sus adláteres no tenemos más que una despedida, esperemos que pronto para siempre: «¡Que la caspa te acompañe!».

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