THE OBJECTIVE
Antonio Barderas

De las embajadas empresariales en Madrid

«Habría estado bien que en la apertura de las legaciones se hubiera hecho referencia a las dañinas consecuencias económicas que tendría la independencia»

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De las embajadas empresariales en Madrid

El presidente de Foment de Treball, Josep Sánchez Llibre. | David Zorrakino (Europa Press)

Con cierto tañido de campanas, representantes empresariales de Cataluña anuncian su instalación en Madrid mediante legaciones que recuerdan un poco a las embajadas de la Generalidad en el exterior. Según se explicaba recientemente, lo hacen porque «pretenden liderar la economía española con modestia, pero al mismo tiempo con ambición e ilusión». Bueno, tampoco es que en estos momentos estén escasos de liderazgo porque algo mandan en el Gobierno de España. A unos les parecerá muy poco, a otros demasiado, pero mandar, mandan.

Un deseo de influencia que, aparte de respetable, tampoco es nuevo. Los representantes «empresariales» de Cataluña siempre trataron de contar con centros de poder y decisión en Madrid. Y, desde hace algún tiempo, tienen, como Martin Luther King, un «sueño», que tampoco es nuevo: un Cupo Catalán semejante al Cupo Vasco, «solución» no exenta de arbitrariedad y escasa de justificación y, por supuesto, de viabilidad económica si se quiere mantener una solidaridad interterritorial imprescindible, que, en dos terceras partes del total, sustenta la Comunidad de Madrid.

Como se sabe, los empresarios dedican sus esfuerzos a competir, a crear riqueza y empleo, y a pagar las nóminas y la seguridad social de sus empleados. Algo que tiene un mérito enorme, aunque muchos -incluso algunos de los que se sientan en el Consejo de Ministros- no lo valoran, o incluso lo atacan. Al mismo tiempo, los empresarios son un eslabón importantísimo de lo que llamamos «sociedad civil», sociedad que, por definición, debe ser independiente del poder político. Por ese camino contribuyen al desarrollo y bienestar de sus sociedades, ya sea impulsando la investigación, apoyando acciones culturales, desarrollando actividades filantrópicas, o, cuando es necesario, contribuyendo a la imprescindible creación de opinión.

Esa función de «sociedad civil» les pone, a veces, ante dilemas difíciles, especialmente en momentos críticos. Entonces, los empresarios deben contribuir a iluminar a esas sociedades en decisiones clave aportando una palabra de peso, dando opiniones veraces o de valor. Precisamente en esa situación se encuentra España y los españoles. Sorprende, por eso, que no haya habido un pronunciamiento riguroso de los representantes de los empresarios catalanes -en cuanto instituciones civiles- explicando a sus conciudadanos las consecuencias -económicas y no sólo económicas- que traería la independencia, de llevarse a cabo. En vez de eso, se han movido en ese llamado equilibrio -más bien equilibrismo- que les ha caracterizado desde hace muchos años, quizá demasiados.

Aunque entre el ayer y el hoy se percibe una importante diferencia: han perdido aquella posición privilegiada de la que disfrutaban ante las instituciones catalanas y, quizá por eso, ahora buscan encontrarla en Madrid, donde hay libertad y prosperidad. En su territorio, ahora tienen que moverse en las arenas movedizas de un fuerte predominio de la izquierda radical y de un independentismo bastante irredento. Lo que tiene consecuencias. Primera: no existe ni el centro ni una verdadera derecha. Segunda: una de las fuerzas supuestamente constitucionalistas se comporta, cada vez más, como mera sucursal del independentismo. En tal ambiente, en el que no reina precisamente la racionalidad ni suficiente libertad, están más cómodos mostrándose neutrales o equidistantes, aunque sólo sea por el temor a las consecuencias.

«Son lustros en manos de dogmáticos despreocupados de la economía real»

Es lógico, por tanto, que se suban al AVE en dirección a Madrid, cansados de esa especie de suicidio a cámara lenta de aquel rico territorio. Son lustros en manos de dogmáticos despreocupados de la economía real, y de vivir en medio de una atmósfera muy poco friendly para la inversión y los negocios. Como demuestra la fiscalidad catalana: campeones de los tributos propios y de los tributos cedidos. Consecuentemente, en ese ecosistema hay poco lugar para el empresariado. No lo hay conceptualmente –gobiernos dogmáticos– ni tampoco en la realidad, debido a una clase política que no entiende que la riqueza la generan las empresas y no el Boletín Oficial.

Habría estado muy bien que en las explicaciones sobre la apertura de las legaciones en Madrid se hubiera hecho alguna referencia a todas esas cosas y a las muy dañinas consecuencias que tendría para la economía y el bienestar de los ciudadanos catalanes la independencia: en la moneda, los impuestos, las pensiones, o la pertenencia a la UE. Las empresas que se han ido sí que han analizado las consecuencias que tendría todo eso. Y por eso se han ido, y puede dudarse que la mayoría vuelvan, vístase como se vista.

No hacen falta grandes análisis para darse cuenta de que romper la soberanía nacional, que pertenece al conjunto de los ciudadanos españoles, tiene y tendría graves consecuencias económicas, entre ellas una pérdida de confianza de los inversores internacionales ante tal inseguridad jurídica. Lo que ya se palpa a diario. Porque tratar de reducir la amnistía a la dimensión exclusivamente política es salirse por la tangente y supone incurrir, además, en clamorosas incongruencias: no se puede reclamar seguridad jurídica para los empresarios, y no respetar la seguridad jurídica de cada uno de los ciudadanos. Libertad, igualdad y seguridad jurídica son pilares fundamentales de un Estado avanzado, es decir, de un Estado de derecho.

«Quizá falte humildad para imitar a quienes siguen otro camino:  seguridad jurídica más impuestos razonables»

Por último, tampoco habría estado mal que, aprovechando la apertura de esta importante legación, esos nuevos embajadores hubiesen imitado el pronunciamiento que hizo en su día la Patronal de Escocia a propósito de la posible independencia de aquel territorio. Cito textualmente las palabras y razonamientos de aquella Patronal, aplicables directamente a Cataluña: «Deberíamos estar orgullosos de que Escocia [en nuestro caso, Cataluña] sea un gran lugar para construir negocios y crear empleos, éxito que se ha logrado como parte integral del Reino Unido [en nuestro caso, de España], que nos proporciona a las empresas la plataforma poderosa que debemos tener para invertir en empleos e industria. Trabajando todos juntos, podremos mantener la prosperidad de Escocia [o sea, Cataluña]».

Quizá falten buenos consejeros o humildad para imitar a quienes siguen otro camino:  seguridad jurídica más impuestos razonables. En una palabra, darle más vuelo a la libertad empresarial, receta bien sencilla que se puede copiar fácilmente y que les daría mejores resultados que seguir alimentando al tigre que los está devorando. Con embajadas o sin ellas.

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