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José García Domínguez

Cataluña: votar para que nada cambie

«Cataluña cae porque Colau creyó que la fórmula para recuperar algún sillón de mando pasaba por chantajear a la Esquerra con la amenaza de tumbar los Presupuestos en el Parlament»

Opinión
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Cataluña: votar para que nada cambie

Cataluña. | EP

Prueba muy reveladora del grado de seriedad, respeto y rigor intelectual con que el independentismo catalán administra la relación con su propia base militante – esos dos millones de electores que siempre les apoyan por sistema-, Junts y Esquerra se lanzaron apenas transcurridas horas desde el anuncio del adelanto de los comicios domésticos a propalar que andan negociando con el Gobierno tanto un referéndum de autodeterminación como un nuevo sistema de financiación autonómica exclusivo para Cataluña, huelga decir que en extremo asimétrico y beneficioso para su clientela común; esto es, corrieron a gritar a los cuatro vientos la buena nueva de que están acordando la metodología técnica para declarar la independencia antes de proceder a la inmediata constitución de un nuevo estado soberano y, al mismo tiempo, que esperan recibir a lo largo de los próximos años un montón de pasta adicional procedente del Ministerio de Hacienda de Madrid por el hecho de seguir siendo una región más de España. Ese es el nivel; no obstante lo cual, los suyos continúan votándoles.

«Así, el alboroto nacional que acaban de armar remite sus últimas causas al espíritu de ave de corral que tanto les define»

En Cataluña, cualquier decisión de aparente dimensión estratégica o trascendente por parte de la élite política procede interpretarla siempre desde la perspectiva de esa preferencia revelada por la doblez, el vuelo gallináceo y la navegación de cabotaje que caracteriza la psicología profunda de sus capas rectoras. Así, el alboroto nacional que acaban de armar con la excusa de la concesión de la licencia administrativa para ese casino que quería montar en un pueblo de Tarragona la tribu de los indios seminolas remite sus últimas causas al espíritu de ave de corral que tanto les define. Y es que el Gobierno de Cataluña acaba de caer no por una enconada disputa de alta política entre las distintas corrientes ideológicas y filosóficas que se disputan el poder en la demarcación, sino porque, en primera instancia, la concejal del municipio de Barcelona Adelaida Colau creyó que la fórmula para recuperar algún sillón de mando en el equipo de gobierno de la capital catalana pasaba por chantajear a la Esquerra con la amenaza de tumbar los Presupuestos en el Parlament.

Y en segunda instancia, porque el presidente de la Generalitat, sabedor de las intenciones ocultas de la concejal, decidió aprovechar la oportunidad para subir la apuesta y disolver la Cámara, todo ello con la fundada esperanza de que su principal adversario, el Payés Errante, se viese imposibilitado de poder hacer campaña dentro de Cataluña al no encontrarse todavía en vigor la Ley de Amnistía. He ahí la grandeza histórica y la definitiva altura de miras que determina todos los grandes movimientos en el tablero político catalán contemporáneo. ¿Y ahora qué? Bueno, pues lo más probable es que ahora más de lo mismo; o sea, ahora nada. Porque ni las noticias de corrupción que llegan desde el otro lado del Ebro ni la definitiva impunidad jurídica para los sediciosos de octubre del 17 van a pesar demasiado en las urnas locales, si es que algo pesan; desengáñese el que aún fantasee con lo contrario.

Así las cosas, escaño arriba o abajo, lo verosímil pasa por ir a un triple empate de facto entre PSC, Esquerra y lo de Puigdemont. Algo que, ante un escenario nacional en el que ya no habrá casi nada relevante que arrancar del Estado en lo que reste de legislatura (la cantinela a cuenta de la negociación secreta de un referéndum en Suiza es simple bullshit destinado en exclusiva a calentar la campaña en casa), nos aboca a solo un par de escenarios plausibles. El primero de ellos remite a un nuevo bipartito entre Junts y Esquerra que sellase la reconciliación entre las dos grandes ramas familiares del separatismo. Asunto que sólo resultaría viable desde el punto de vista aritmético si la CUP, ahora en muy acusada decadencia, fuese capaz de apuntalarlo desde fuera. Difícil. Y el segundo, dado lo muy improbable de que PSC y Esquerra llegasen a firmar una coalición gubernamental llamada a dejar la integridad del espacio social independentista en manos de Puigdemont, acabaría abocando a otra repetición electoral. Bienvenidos, en fin, al día de la marmota catalana.

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