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La otra cara del dinero

El éxito económico de la Comunidad Madrid no es fruto ni de la capitalidad ni del ‘dumping’ fiscal

Cataluña y el País Vasco prosperaron porque reunían mejores condiciones para la instalación de plantas industriales, pero ahora el valor lo aportan los servicios.

El éxito económico de Madrid no es fruto ni de la capitalidad ni del ‘dumping’ fiscal

La popularidad de la presidenta de Madrid Isabel Díaz-Ayuso obedece, en buena medida, a su filosofía de dejar a la gente en paz. | TO

«Alguien», escribe Andrés Trapiello, «quería saber el nombre que les dan algunos aborígenes a los que han ido a trabajar a Cataluña o al País Vasco desde otras regiones españolas: charnegos, maquetos … ¿Y en Madrid a los que aquí nos hemos aclimatado? Madrileños». Y añade que «en Madrid nadie te pregunta de dónde eres, y si lo hacen se celebra de dónde vienes, dispuestos a creer las maravillas que les cuentes de tu país nativo».

Ese es parte de su encanto. Hace unos años, cuando competía por la alcaldía, una candidata socialista manifestó que desearía que Madrid tuviera un alma, como Barcelona, pero la característica de Madrid es que no tiene característica. Esto es algo que desconcierta mucho en estos tiempos de particularismos y hechos diferenciales. ¿Cuál es vuestra bandera? ¿Qué coméis? ¿No tenéis un baile ni un himno? Y hombre, salvo en las dependencias oficiales, que están obligadas por ley, no se ven muchas enseñas de la comunidad por los balcones. En cuanto al plato típico, va por barrios: arroz tres delicias en la plaza de España, kebab en Moncloa, sushi en el barrio de Salamanca. Finalmente, en materia musical, lo más madrileño viene siendo últimamente el rumano del acordeón, como dice el monologuista Juan Carlos Córdoba. Tenemos un himno, pero no se oye demasiado. Se lo encargó Joaquín Leguina, que fue un presidente cántabro que tuvimos, a Agustín García Calvo, que era un poeta de Zamora… Pero, bueno, eso es lo de menos, porque todo el mundo sabe que los de Madrid nacemos donde nos da la gana.

La capitalidad de Madrid

Siendo los madrileños tan superficiales como somos, a muchos les cuesta explicar cómo hemos acabado arrebatando el liderazgo económico a Cataluña y aducen tres argumentos principales.

El primero es la capitalidad y es indudable que a las grandes corporaciones les gusta estar cerca del Gobierno. El Banco Santander es cántabro, pero la Ciudad Financiera está en Boadilla. E Iberdrola es vasca, pero tiene el cuartel general en la M30. No obstante, las fechas no cuadran, porque en la década de 1950 Madrid era pobre en comparación con Barcelona y llevaba siglos siendo la capital.

La niña de los ojos de Franco

El segundo argumento es histórico. A Franco se le ha atribuido tradicionalmente debilidad por Madrid, pero es discutible que le dispensara un trato de favor. De hecho, consideró seriamente arrebatarle la capitalidad. Ramón Serrano Suñer, cuñado y hombre fuerte del régimen en sus primeros compases, sostenía que «en Madrid España había perdido siempre sus reinos» y que la capital natural «era Lisboa». Naturalmente, «como por entonces no se podía realizar aquel ideal había que pensar en Sevilla, que era el mejor sucedáneo», y hasta visitaron juntos «la plaza de España, presunta sede de los ministerios», pero todo se vino abajo cuando Serrano Suñer fue abruptamente cesado en 1942, tras el atentado falangista de Begoña.

El desapego de Franco hacia la villa del oso y el madroño lo corrobora igualmente el ambicioso programa que, como explica el profesor de la Universidad de Salamanca José Luis Alonso Santos, lanzó para crear «polos de desarrollo» alternativos a Madrid y Barcelona. Esta intervención no logró, sin embargo, «contrarrestar las tendencias dominantes en la localización industrial» y, cuando en 1975 murió, «el peso del cuadrante nororiental (cuyos vértices son el País Vasco, Madrid, la Comunidad Valenciana y Cataluña) se había reforzado».

¿Hace Madrid ‘dumping’ fiscal?

El tercer argumento con el que se pretende explicar el boom madrileño es su fiscalidad, pero, de entrada, su presión no puede considerarse en absoluto laxa: es la cuarta más alta del país. Además, en el supuesto de que la CAM fuera ese voraz Maelstrom que succiona actividad de otras regiones, ¿por qué no iba a poder bajar los impuestos si las cuentas le salen? En 2021 cerró prácticamente en equilibrio (-0,1%), mientras Cataluña, que aplica un marginal del 50% en el IRPF (cinco puntos superior al de Madrid) cerraba con un escasamente ejemplar déficit del 0,6%. ¿Quién lo está haciendo bien y quién mal?

Finalmente, tampoco aquí las fechas encajan. En BBVA Research elaboran series regionales largas y estas revelan que la aportación de Cataluña al PIB era del 18,2% en 1955 y en 2019 apenas había variado: estaba en el 19%. En ese mismo periodo, la CAM ha pasado del 14,8% al 19,3%».

Dejar a la gente ganarse la vida

¿Cuál es el motivo, entonces, del sorpaso? Primero, no es solo una historia de éxito de Madrid, sino una historia de fracaso de Barcelona: el procés ha generado un clima que no facilita los negocios. Y segundo, Madrid se ha beneficiado de una poderosa corriente estructural. Cataluña y el País Vasco progresaron más durante la Revolución industrial porque reunían mejores condiciones para la instalación de manufacturas. La capital no tenía salida al mar ni podía obtener energía de sus ríos. Pero ahora el valor añadido lo aportan los servicios, no la producción física. El ejemplo más claro es el iPhone. Se ensambla en China, pero allí apenas se queda el 10% de lo que cuesta el aparato, mientras que Estados Unidos se embolsa casi el 45%.

En el siglo XXI lo de menos es dónde se tengan las fábricas. El dinero está en la ingeniería, el diseño, el marketing. Lo importante es captar talento y Madrid lo ha hecho muy bien. Como recuerda Trapiello, cuando en 1973 llegó a la capital con lo puesto y se puso a vender libros por la Gran Vía y la calle de Serrano, ningún camarero lo echó «ni de las terrazas ni de las cafeterías […]. Al contrario, si alguna vez pedía un vaso de agua, me lo daban. La cultura no le interesaba a nadie, pero se respetaba bastante, lo mismo que nos respetaban a los que veníamos a Madrid a ganarnos la vida».

Esa es probablemente la mejor receta: dejar a la gente que se gane la vida.

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