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Madrid se pudre

«Todo en la capital se alquila, se vende o se pasa, porque el traspaso está en cada local cerrado que apura en convertirse en otra cocina sin humos»

Madrid se pudre

Obras de renovación de la Puerta del Sol, en Madrid. | Europa Press

Caminaba de vuelta a casa del Café Varela, después de la presentación del nuevo libro de Vicente Zabala de la Serna, Ya nadie dice la verdad, que firma junto al fotógrafo añejo José Aymá. La noche de Madrid me enseñaba cuánto había cambiado la Villa, sus calles de cemento y lo poco verde que nos queda de tanta obra, vallas y plomo. No me gusta lo que vi, salgan y vean qué tenemos. Desde Preciados a Sol rezumaban los más jóvenes que comparten en pisos turísticos la cama y el sueño que tendrán ahora. Ni una hoja de árbol, ni viejo ni nuevo, pues parece que las raíces de aquí renta más cortarlas y que no exista conexión alguna con lo que fuimos. Todo parece una estación de luz de escaparate, de venta, comercio desatado en la naturaleza de un capitalismo que se eleva dando sombra de neones sobre nuestra pobreza. Todo son restaurantes, bares, franquicias y tapas de cocina sin humo, tercera gama, como acabaremos siendo también sus gatos. Nunca la he visto tan llena y al mismo tiempo tan sola.

Vi más repartidores en patines que miradas cruzándose en la mía. Las buscaba pero no me tocaba ninguna. Acaso, las de un ejército de incitadores al chupito jabonoso de locales nocturnos, pues desde Sol hasta el final de Huertas, ni un ápice de algo que no se parezca al báratro de la nula calidad. Por fin, un bar distinto, de esos que resisten y estaba vacío. Dentro, un tipo se acercó a la barra para escucharme. Un Gimlet, por favor. Trago perfecto. Apenas entró nadie en el sitio, y desde la ventana observaba el ritmo de paso de un jueves noche que bien podría ser viernes, igual que Madrid puede ser otra ciudad que no fuese ésta que hoy cojea en cada esquina. Madrid usa muletas intentando seguir pagándose por los que vienen de fuera, pero ya no son gentes con hambre sino turistas que gastan papizzas y vapean con permiso del especulador que renta su vivienda en internet. Hay quien dice que esto de echar de menos a la raíz es una posición retorcida y sobrevalorada. Cuando no nos quede nada veremos de quién era la razón. 

Madrid cada día se parece más a Twitter. De su pasado bipolar poco nos queda. Todo se alquila, se vende o se pasa, porque el traspaso está en cada local cerrado que apura en convertirse en otra cocina sin humos. Y pienso en lo importante que han dicho en el Varela, Zabala de la Serna, flanqueado por el poeta Antonio Lucas, el fotógrafo artesano Aymá, y el maestro, César Rincón. Ellos hablaban de la transmisión y en eso sigo pensando, mientras a mi alrededor lo único que se transmite es una euforia importada que sabe más a terminal de aeropuerto que a maleta llena de arraigos e ilusiones. Porque del libro que traigo bajo el brazo hay testimonios de todos los grandes toreros, que son el arte de los últimos cincuenta años. Y el que habla no trata de imponer sino de transmitir, contar, saber el por qué de algo que YouTube te podrá reproducir sin que pueda agarrar ninguna explicación notoria y probada.

«Muchas veces no importa ser el más guapo, ni el más rico ni el más bueno, simplemente mantener lo que nos hizo de esa forma que está desapareciendo, la nuestra»

Este libro, como bien decía el maestro Rincón, es un compendio de verdades, aunque el título parezca lo contrario. En él se valoran las técnicas, la vida y la muerte de gente que se la juega cada vez que hacen lo suyo. Y en él hay palabras sabias que no buscan la inmediatez sino la pausa, porque la sabiduría comienza al terminar el ansia, después de descubrir que la vida es así de tirana, a veces infame otras veces brillante, pero siempre con un parche de pirata. Es el libro que se debe dar al niño de la pantalla, sustituyan a la niñera 5g por estas páginas, no es necesario que tengan la afición al toro de lidia, ni al campo ni a la muleta, porque es un libro que resucita de dentro las llagas y que Zabala de la Serna cura en el ejercicio de la palabra. Un compendio brillante entre lo que importa y lo que nos falta. Una lección de vida, quizá, un ejercicio de honestidad brutal (sic Calamaro), y que retrata de forma natural Aymá porque en sus fotos consigue que las páginas tengan piel y hablen a la cara.

Ya en Atocha, los verdes reviven en las copas de los árboles plantados hace decenios. El arraigo les hace tocar el río que fue la Castellana, pues no habría forma alguna de mantenerlos aún de pie si estuvieran en cualquier otra zona de la ciudad. Parece que, como lo viejo, antes se hicieron las cosas mejor, o distintas, sin prisa ni votos que arañar, ahora que vienen elecciones de nuevo. Al menos éstos no se rodean de cemento como en Chamberí, Chueca o Argüelles, donde el Ayuntamiento de Madrid limita su crecimiento llenando de gris lo que era albero. Espero que se pase esta fiebre del oro, este viaje a lo imperfecto que los que mandan se han propuesto. Muchas veces no importa ser el más guapo, ni el más rico ni el más bueno, simplemente mantener lo que nos hizo de esa forma que está desapareciendo, la nuestra.

Yo, al menos, gracias a este libro que reza Ya nadie dice la verdad, podré transmitir lo que desconozco pero respeto, el por qué de algo, la razón de aquello, y al menos podrán decir algún día: eso viene de cuándo fuimos mejores. No como ahora, que somos tan malos como el resto.

Ya nadie dice la verdad
Vicente Zabala de la Serna, José Aymá González Comprar
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