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Política

El Gobierno mantiene el optimismo pese a los discursos «teatrales» de Urkullu y Puigdemont

Fuentes gubernamentales rebajan los anuncios de Junts y el PNV en una negociación con desencuentros pactados

El Gobierno mantiene el optimismo pese a los discursos «teatrales» de Urkullu y Puigdemont

Pedro Sánchez e Íñigo Urkullu. | Europa Press

No será un camino de rosas. La aparente calma que reina en los círculos gubernamentales en torno a la negociación para la investidura de Pedro Sánchez está a punto de sufrir sus primeros altibajos y momentos de tensión, y no serán los únicos de aquí a finales de octubre, fecha en la que confía Pedro Sánchez en ser investido. Algunos de ellos serán desencuentros pactados, endurecimientos «teatrales» del discurso, según fuentes de Moncloa consultadas por THE OBJECTIVE, que ambas partes enmarcan en la normalidad de cara a recuperar el liderazgo de sus respectivos espacios políticos. 

Como adelantó este periódico, el Gobierno espera que la negociación avance «sin presiones» a partir de la Diada, el próximo 11 de septiembre, cuando Junts estará más liberado para avanzar formalmente en los contactos para la investidura. Pero también espera un endurecimiento de su discurso casi «teatral» por parte de Carles Puigdemont, en su comparecencia del próximo martes en Bruselas. En el Palacio de la Moncloa restan importancia a lo que pueda decir el expresidente catalán la semana que viene, porque lo relevante es el ánimo que manifiestan en las conversaciones discretas y secretas que el propio Puigdemont se negó este jueves a calificar de «negociación» en las redes sociales. 

En privado, el Gobierno se felicita de que en Junts «están encantados» al haber recuperado una posición de fuerza en la negociación, dado que han visto la rentabilidad electoral de ocupar ahora una posición prominente respecto a ERC, tras haber estado en un segundo plano en los últimos cuatro años, lo cual se ha trasladado a las urnas con un derrumbe electoral hasta la cuarta posición y a una notable distancia de los republicanos. A diferencia de otros procesos y momentos, en Moncloa perciben «buena sintonía» con los postconvergentes y una disposición a avanzar que dista mucho de otros tiempos marcados por los ultimátums y las amenazas: «Hay voluntad de acuerdo, no discursos de susto o muerte ni nos amenazan constantemente con levantarse de la mesa»

Otra cosa es el discurso que se haga de cara a la galería y las estrategias políticas que diseñen los socios del Gobierno mirando por el retrovisor el calendario electoral… en sus propios territorios. En 2024 habrá elecciones vascas y en 2025 catalanas y «lo que realmente les importa es ganar sus elecciones». Este es el punto convergente en el que confluyen los discursos de Carles Puigdemont e Iñigo Urkullu y el motivo por el que el Gobierno rebaja lo que vaya a decir la semana que viene el líder de Junts y la reforma plurinacional propuesta esta semana por el presidente vasco.

Moncloa descarta la reforma plurinacional

Según fuentes gubernamentales consultadas por THE OBJECTIVE, el Gobierno no contempla «en ningún caso» abordar una negociación sobre la base de una reforma del modelo de Estado de España. Pero comprenden y minimizan la oferta de Urkullu en clave territorial por la pugna que mantienen PNV y Bildu por erigirse en fuerza hegemónica en el País Vasco. Al igual que Puigdemont, Urkullu enfila el horizonte de la negociación con el Gobierno como un instrumento para frenar el ascenso de su rival, EH Bildu, cuya tendencia al alza es a costa de un PNV que se desangra en cada elección. Aunque la formación heredera de Batasuna no ha conseguido aún sorpassar al PNV, el 23-J se situó a apenas 1.000 votos de distancia y en las municipales de mayo de 2023 apenas a un punto. 

Esa tensión territorial entre formaciones que se integran en el bloque de alianzas de Pedro Sánchez es el gran acierto negociador de los estrategas de Moncloa, que ven con satisfacción cómo sus socios pugnan por alcanzar la condición de aliado preferente a costa de ganar los favores del PSOE y colgarse la medalla de sus cesiones. Una satisfacción socialista que también resta importancia a las contrapartidas concedidas (los indultos, la reforma del código penal para derogar la sedición y la reforma de la malversación) y a las que están por venir. En el Gobierno han asumido ya con normalidad la negociación sobre la base de una amnistía a la que ya han despojado el calificativo de ‘encubierta’, pese a que intenten hablar de «alivio penal» o «fórmulas de reinserción». El asunto que sigue provocando un silencio sepulcral es la situación de Carles Puigdemont y de qué forma se puede actuar -si es que se puede- sobre un fugado de la justicia o si él podrá asumir «sacrificarse» por el beneficio de los 4.000 encausados restantes del procés.  

Alianza PNV-PSE

El PSOE parece no ser consciente del riesgo que entraña esta negociación, pero sí del equilibrismo de estas negociaciones en las que PNV y ERC parten como fuerzas favoritas. Porque, hasta la fecha, ERC podía presumir de haber rentabilizado su alianza con el PSOE y su resistencia en la Mesa de diálogo tras el plantón de Junts, con su victoria en las elecciones generales de 2019 en Cataluña y su adelantamiento a Junts en las catalanas y municipales. Ya no es suficiente. El batacazo de los republicanos el 23-J, donde perdieron más de un 40% de sus votos y casi la mitad de sus escaños, ha supuesto un baño de realidad. 

Del «ERC no es de fiar» que entonaba el Gobierno en 2019 cuando decayó la legislatura por la presentación de la enmienda a la totalidad de los Presupuestos se ha dado paso a las reticencias de ERC a fiarse de un Gobierno que le promete fidelidad en su alianza mientras ha arañado un importante caudal de sus votos en Cataluña. Algo similar a lo que ocurre en la pugna vasca. Pese a la legislatura del blanqueamiento de Bildu, el PSOE ofrece al PNV una alianza de ida y vuelta en el País Vasco que mantendrá el pacto en la lehendakaritza para el PNV tras las autonómicas del año que viene, aunque sean proetarras quienes ganen las elecciones. Una promesa que, de momento, pesa mucho más en Sabin Etxea que la promesa de una reforma plurinacional que se limita a un mero señuelo. 

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