Es un odio que ha tenido mil caras, pero hiela la sangre pensar que una mujer que escapó de las tinieblas del Vel d’Hiv haya muerto cosida a puñaladas por los mismos motivos y en la misma ciudad. Europa tiene una deuda a perpetuidad con los judíos y debería honrarla en todos los frentes.
Rescatados más de 100.00 inmigrantes en el mediterráneo en un solo día. Otro titular. Ocupa escaparate un rato y nos olvidamos. Pero ellos no se olvidan. Nos ocupamos solo delos que rescatan el Ejército español (sí, el Ejército español) y las ONG, los voluntarios. Pero cada día se ahogan decenas. El Mediterráneo es un gran cementerio de sueños, de niños, mujeres y hombres que se embarcaron en manos de mafias sin alma rumbo a una vida que era mentira, que era la muerte, y antes les sacaron el dinero que no tenían.
Las terrazas de los bares, las calles, los paseos marítimos, las salas de conciertos, las estaciones, los mercadillos: ahí está hoy el frente.
Sucede tras cada atentado: los portavoces políticos, los periodistas y/o los tertulianos, lanzan sus condenas, sus diagnósticos y sus propuestas. Los hay más audaces, otros son más idealistas, otros más contundentes, pero en general, tanto en los principales medios como en los partidos mayoritarios ha imperado (con excepciones que no alteran esta realidad) una retórica contraria al exabrupto ultra. España es, en este ámbito, un remanso envidiable en un entorno donde pululan con éxito Trump, Le Pen, Orban o Farage. Y eso que desde nuestra entrada en la UE en 1986, España, país de emigración hasta hace escasas décadas, ha vivido uno de los cambios demográficos más envidiables del mundo: la tasa de inmigración llegó a superar el 12% de la población en 2010 (a los que hay que sumar turistas durante todo el año) a la que vez que seguía mejorando una de las cifras de violencia ya de por sí más bajas del mundo.
Existe un método infalible para averiguar cuánto hay de propaganda, mentira y autoengaño en la opinión de alguien. Sólo es necesario preguntarle al opinador qué cantidad de dinero estaría dispuesto a apostar por ella. Cuando el lunes de la semana pasada Anis Amri estrelló un camión contra la multitud que se encontraba en un mercadillo navideño berlinés, una muchedumbre de conspiranoicos se apresuró a acusar de islamofobia, xenofobia y por supuesto fascismo a los que insinuaban la posibilidad de que se tratara de un atentado terrorista islámico.
En Europa predomina la secularización, es decir, la religión se reserva a la vida personal y no se mezcla con la vida pública. En todo caso, en Europa conviven distintas ramas del cristianismo, pero pacíficamente. Sin embargo, este equilibrio se rompe por la pacífica invasión de la población inmigrante de tradición islámica.
En la Unión Europea se van a encontrar ya asentados millones de musulmanes. El resultado va a ser algo inédito en la Historia europea: una difícil convivencia étnica de cristianos y musulmanes. La particularidad es que ahora, detrás de esas masas inmigrantes se encuentra la amenaza de los terroristas. Es verdad, no todos los inmigrantes musulmanes son terroristas, ni siquiera los acogen con simpatía. Pero no es menos cierto que todos los terroristas son musulmanes. Ahora decimos islamistas, vaya por Alá.
Siete cuerpos yacen tendidos en el barro. Están boca abajo. Plantas de los pies mirando al cielo, rodillas flexionadas, zapatos que caen. Los acaban de sacar del autobús que les llevaba hacia su destino final sin ni siquiera saberlo.
Una sombra negra lee un libro a través de una ventana mínima que le sirve de respiradero y de abertura al mundo. Sabemos que es una mujer porque pocos hombres en este planeta serían capaces de soportar esa prenda.