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NOF4: la historia de cómo el primer poeta del futuro dejó escrita su vida en piedra

Fernando Oreste Nannetti (NOF4) escribió obstinadamente en un muro de piedra un libro alquímico y enigmático, mientras estaba encerrado en un manicomio

NOF4: la historia de cómo el primer poeta del futuro dejó escrita su vida en piedra

Alejandra Acosta (detalle de portada)

Fernando Oreste Nannetti (1927-1994), quien se refería a sí mismo en su obra como NOF4 o Nanof, fue un artista italiano emblemático de Art Brut (pero muy poco conocido en el ámbito cultural hispanohablante), esquizofrénico, que pasó la mayoría de su vida en manicomios y cuyo legado es un indescifrable y misterioso libro de piedra, de más de setenta metros de largo por dos de alto.

Dos libros recientes quieren rendirle homenaje: Nanof (Vaso Roto, 2019), de Enzia Verduchi y La canción de NOF4 (Jekyll & Jill, 2021), de Raúl Quinto; ambos buscan aproximarse a la vida y obra de este hombre taciturno y silencioso, reservado y genial, y descodificar y entender su enigmático libro.

La importancia de saber ver (bien)

No creo en las casualidades, pero las señales están ahí. Y justo cuando llamo por teléfono al escritor e historiador del arte Raúl Quinto, una tarde de mayo, mi vecino se pone a taladrar el techo. Nos impide la conversación, de momento, y avanzamos a trompicones, tratando de que nuestras voces se entiendan (o acaso compartan frecuencia). Si este texto se quisiera metáfora, podríamos decir que algo parecido sucede cuando uno trata de descifrar el muro de Nannetti, un conjunto de historias y símbolos, de jeroglíficos y ficciones (verdaderas) que, según decía el escritor italiano, le llegaban a través de un sistema mental telepático (señales telepáticas que venían del pasado y del futuro, que estaban en el espacio, pero ese espacio no estaba en ningún lugar en concreto) del cual él se consideraba apenas el notario, el canal de transmisión hacia la materialidad del lenguaje de la piedra; voces que se presentaban a su conciencia y él transcribía con formidable y metódica obstinación.

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En la imagen se puede ver la foto de Pier Nello Manoni, quien fotografió los muros del manicomio de Volterra en 1979. | Imagen cedida por la editorial.

Esta historia, sin embargo, tiene más que ver con la mirada atenta (y fascinada) que con la casualidad. En primer lugar, la mirada curiosa del propio Raúl Quinto, quien, en una visita a París, en 2012, se da de bruces con la enorme fotografía de un muro. Era en el Musée d’Art Naïf – Max Fourny, también conocido como Musée d’Art Brut & Art Singulier, a los pies de Montmartre. Y la exposición, Banditi dell’Arte, significaba la primera gran retrospectiva en Francia de los artistas outsiders italianos pertenecientes a la corriente del Art Brut.

De primeras, Quinto tiene un impacto estético. «Me quedé magnetizado por esa gran fotografía -nos dice- una fotografía toda llena de palabras escritas con una gran violencia». Quinto se acerca a leer la pequeña explicación de la fotografía y nota que se produce un pequeño click en su cabeza. Nos dice: «veo en esa vastedad del muro una persona que tiene un tipo de escritura que se come la realidad». Desde entonces, la obsesión por la obra de Nannetti no hará sino crecer, llevándole a visitar el manicomio de Volterra (donde Nannetti estuvo internado) en el verano de 2018 para impregnarse del muro (para olerlo, tocarlo y mirarlo durante horas), así como a tratar de conversar con todas las personas (vivas) que lo conocieron o los que de él guardan -todavía- testimonio más o menos directo.

Pronto el interés por la obra del artista italiano, sin embargo, le abre a la reflexión sobre el ser humano, sobre los límites de la normalidad y nuestro papel en el mundo. Y se da cuenta de que ese símbolo, ese libro escrito en piedra bien podría servirle para explicar muchas otras cosas. De eso va La canción de NOF4. Esa es la razón para la escritura del libro de Quinto sobre Nanof. 

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Raúl Quinto frente al muro de NOF4. | Foto cedida por el autor.

El artista (huérfano) que escribía ¿para Nadie?

Fernando Oreste Nannetti nunca conoció a su padre. Su madre le abandonó en un hospicio a los 7 años. En 1948, cuando tenía 21 años, fue acusado, en una manifestación en Roma, de agredir a la autoridad. Fue internado, por ello, en el asilo de Santa Maria Della Pietà y en 1956 fue transferido al Hospital Psiquiátrico Judicial de Volterra. Ahí, durante nueve de los años de su permanencia, se dedicó a realizar un grafiti con la hebilla de su cinturón sobre un muro del pabellón psiquiátrico. Le tranquilizaba, le hacía sentirse vivo. Era su forma de estar en el mundo. Era el modo que tenía para salvarse. Pero aquí, en esta historia, de nuevo, vuelve a tener una importancia crucial la mirada. La de Aldo Trafeli, un joven de Volterra que había estudiado arte en Florencia, pero quien, viendo que no podía ganarse la vida de forma artística, recala en el manicomio local como celador. Tiene 27 años y sabe ver que en lo que está haciendo Nannetti hay algo especial, único, lo abisma su belleza insólita, magnética, mágica; incomprensible. Sabe, intuye, sospecha que esta obra infinita y alquímica, astronómica, química y geográfica, debe ser preservada. Una obra de la que acabaría siendo su co-autor (pues «sin Trafeli la obra definitivamente no existiría», afirma Raúl Quinto), y que se convertirá en su propio proyecto de vida (no en vano su tumba -falleció en 2010- la adorna una foto suya sonriente, posando con el muro de Nanneti de fondo).

Se hacen amigos. Trafeli y Nannetti. A partir de ese momento será Trafeli su única familia, quien se ocupe de proteger y cuidar a Nannetti, de darle cigarrillos a medio consumir para que fume, de convencer a los otros guardas para que le dejen hacer tranquilo su escritura de piedra y no le molesten. Será Trafeli quien, tras la salida de Nannetti del manicomio (en 1973) se haga responsable de transcribir todo el libro de piedra en papel, de defender esta proeza condenada a su propia extinción. De Volterra se decía que era el lugar «del que nadie sale». Pero Nannetti salió. Salió para volver, al tiempo que se quedaba para siempre. Como escribe Raúl Quinto: «A Fernando Orestes Nannetti le robaron la vida entre todos y decidió construir un monumento como un grito de afirmación y resistencia: soy yo y estoy vivo».

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Ilustración de portada: Alejandra Acosta. | Imagen vía Jekyll and Jill.

Dejad que hable el muro con su música del silencio

Sabemos muy poca cosa de la vida de Nannetti; solo de su grafomanía, y que siempre se consideró a sí mismo como un científico (y se ha de mencionar que apenas aprendió en la escuela a leer y a escribir). Los registros fotográficos son mínimos. Su vida es una incógnita. Así su obra (preñada de múltiples significados posibles). Por eso Raúl Quinto se pregunta: «Escribir para qué. Escribir desde dónde». A lo que se habría de añadir: escribir para quién.  Y su corolario: escribir sin remedio porque, en fin de cuentas, no sabemos nada.

Nannetti apenas habló con nadie durante sus años de encierro, salvo con el muro. Un palimpsesto de recuerdos e imaginaciones. Las recibe de unas torres de electricidad que él mismo graba en el muro. Lo escrito en el muro no sigue un orden cronológico ni una dirección clara de lectura. Así las cosas, Raúl Quinto trata en su libro La canción de NOF4 de dar forma a este gran enigma, apuntando hipótesis, generando más preguntas. «El libro es una tentativa de sintonizar con Nannetti, con el muro, con ese mundo tan extraño. Tan alejado de nuestros esquemas», y puntualiza: «Evidentemente es imposible –aunque eso no quiere decir que no se deba intentar–, y lo es aún más en este caso, cuando hablamos de alguien que parece vivir en una realidad paralela a la nuestra, un mundo alternativo que se rige por otras reglas, inventadas por él, y del que no nos ha dejado ninguna pista de cómo se debe abordar». En la obra de Nannetti, Quinto ve la familiaridad con la vanguardia futurista italiana (similares estructuras semánticas, disposiciones versales parecidas, así como temas afines), pero también la posibilidad de que sea el primer poeta del futuro. Además, esta voluntad de entender al otro, le permite a Raúl Quinto un segundo propósito en su libro, casi épico, que es el de «mirar a los ojos a esas personas que normalmente han sido arrojadas a los márgenes, a la desaparición, al abandono». Los locos.  

En este sentido, comparece aquí Fernando Oreste Nannetti como «una expresión radical de lo que también es humano, de lo anormal, entendiendo que lo normal es una expresión política», afirma Quinto. Y su muro sería «una especie de canción repetitiva, asfixiante, pero al mismo tiempo llena de oxígeno», nos dice. Un diario de vida: una máquina del tiempo. 

Antonio Tabucchi, en un artículo traducido del italiano y publicado en Diario 16 el 21 de mayo de 1988 («Querida pared, te escribo…») daba cuenta de la historia de Nannetti y decía sobre su libro que era «un libro que contiene, en la distorsión de la locura, lo que contienen muchos libros de la historia de los hombres: cosmogonías, guerras, misterios, dolores, alegrías, religiosidad, miedo, amor y muerte».

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Imagen vía Editorial Vaso Roto.

Por su parte, la escritora italiana radicada en México, Enzia Verduchi, se dedica en Nanof (Vaso Roto, 2019) a enviar «algunas noticias que me llegaron en el sistema telepático, parecen extrañas, pero son verdaderas». Donde Raúl Quinto intenta sintonizar con el muro de piedra, tratando de aproximarse a las longitudes de onda expresadas por Nannetti en su obra, Verduchi se inspira en el disco del año 1986 The Nuclear Observatory of Mr. Nanof , del compositor italiano de avantgarde Piero Milesi. Así, Verduchi repite con palabras los patrones repetitivos minimalistas de cuerdas y teclados de Milesi, jugando con la sonoridad de las anáforas. Recrea interrogatorios, postales, traza perfiles, juguetea con los elementos químicos de la tabla periódica y finalmente rinde homenaje a todos los esquizofrénicos encerrados en el manicomio de Volterra, «arrastrados por la melancolía: todos están en el muro».

Para finalizar, cabe mencionar el hecho de que, además de en las paredes de Volterra, Nannetti escribió múltiples postales que no encontraron destinatario, pues no los había (eran familiares inventados que no podían responderle). Ahora uno de los mensajes telapáticos de Nannetti le está llegando Vd a través de este artículo. Es su responsabilidad ver qué hace con él. 

I graffiti della mente (2002), de Erika Manoni.

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