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Hijas del libro y dueñas del clic: La poesía del siglo XXI tiene nombre de mujer

Nacieron en los ochenta y han encontrado en Internet la visibilidad que no tuvieron sus antecesoras. Son las poetas de la revolución digital.

Hijas del libro y dueñas del clic: La poesía del siglo XXI tiene nombre de mujer

¿Cuántas poetas mujeres estudiaste en el colegio? ¿Y cuántas conoces ahora gracias a las redes? Estas poetas feministas nativas digitales son parte de la revolución literaria que “se está gestando”.

 

Nacieron en los años ochenta y cuando Internet llegó a sus vidas ya eran adolescentes. Habían leído a Bécquer en el colegio, a Neruda y a Lorca, y tal vez, con mucha suerte, a Rosalía de Castro. La red les ha dado a estas poetas nativas digitales la visibilidad que no tenían sus antecesoras hasta el punto de poder afirmar que en pleno siglo XXI la poesía tiene nombre de mujer. El de ellas: María Sotomayor, Sara Torres, Mónica Caldeiro, Lola Nieto, María Yuste, Blanca Llum Vidal, Emily Roberts, Gata Cattana, Cherie Soleil, Sandra Santana, Silvia Nieva, Berta García Faet, Yasmín C. Moreno, Uxue Juárez, Camino Román y Natalia Castro Picón.

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Imagen: Editorial Milenio.

Comparten sus versos y sus vidas en las redes, aún con el temor de que su poética se banalice o su imagen su comercialice estrangulada en una maraña de ruido y viralidad barata. Son las hijas del libro y las dueñas del ‘clic’ en España, y ahora la antología ‘Decir mi nombre’ (Ed. Milenio) recoge algunos de sus poemas junto a una serie de entrevistas donde reflexionan acerca de los temas que les preocupan: el sentido de comunidad, el peso de sus “maestras”, la historia personal y afectiva, la adolescencia, el cuerpo y lucha política y feminista con la que defienden su propio trabajo en un mundo donde todavía hoy y en muchos ámbitos tenemos que quitarnos el sombrero para defender la libertad de ideas y seguir ocupando espacios.

Internet, no obstante, es una conquista. Y así lo reflejan estas dieciséis autoras escogidas por el ensayista y poeta Martín Rodríguez-Gaona, quien asegura que “el protagonismo femenino se ha convertido en el primer gran rasgo cultural del siglo XXI y la irrupción de estas poetas supone una renovación sin parangón en la producción literaria de lo que va de siglo”.

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“No hay muros. Todo espera ser roto”, Uxue Juárez. | Imagen vía Editorial Milenio.

A pesar de ser nativas digitales, estas poetas nacieron en un momento en que no existían las redes sociales. ¿De qué forma el entorno digital ha afectado a su propia poética?

A estas poetas se les considera nativas digitales porque cuando empezaron su escolarización ya estaba en marcha la revolución tecnológica: aprendieron a leer y escribir teniendo el entorno electrónico como algo natural. Por lo tanto, ya en su adolescencia, internet y las redes sociales supusieron un vehículo inédito para su poesía, el cual les brindó referentes y, ante todo, difusión y libertad artística.

No obstante, poco después, ellas, como todos los internautas, han ido percibiendo otros aspectos no necesariamente positivos respecto a lo digital. Fundamentalmente, para la noción tradicional de cultura: la banalización de contenidos y el predominio de la publicidad y lo corporativo.

Por consiguiente, sus dudas y reparos son un indicio de voluntad artística, lo que las diferencia de otros prosumidores ingenuos, amateurs o meramente narcisistas. Es decir, hacen suya una reflexión, en tiempo real, sobre la palabra poética y la voluntad de ser parte de una tradición múltiple y cambiante.

En conclusión, sus propuestas poéticas, solventes y arriesgadas, expresan el choque entre la multiplicidad de modelos y referentes y el riesgo de reducirlo todo a un membrete o una imagen para propiciar el posicionamiento comercial.

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“MI GUERRA es el miedo contra el miedo”, Silvia Nieva. | Imagen vía Editorial Milenio.

En el libro aparecen poetas tan diferentes como Mónica Caldeiro o María Yuste. ¿Se podría hablar de dos o tres diferentes formas de responder a esta revolución tecnológica o hacer poesía?

Como un rasgo de identidad poética, desde los lejanos días del inicio de la modernidad, esa independencia u originalidad que señalas implica el primer riesgo artístico de quien escribe. No obstante, en España, tanto la ciudad letrada como el mercado editorial, buscaron la homogenización de estilos, la creación de tendencias y generaciones. Formalmente, y aquí se marca un sesgo importante, esto ha sido superado por la diversidad de las poetas actuales, que hacen un uso inteligente del entorno electrónico.

Sin embargo, a partir de internet, se corre asimismo el riesgo de simplificar, reducir y banalizar, incluso hasta extremos en los que, desde lo comercial, se promueve lo amateur (siempre y cuando los productos editoriales cumplan con una representatividad sociológica). Esto es lo que ejerce la poesía pop tardoadolescente, que cuenta con el apoyo de los medios y que, incluso, está siendo paulatinamente institucionalizada (como en el premio Biblioteca Breve para Elvira Sastre).

Cada uno de los libros de las poetas en ‘Decir mi nombre’ es una propuesta de lenguaje independiente, personal, asumiendo y resolviendo retos expresivos (incluyendo, en ciertos casos, lo contracultural o lo performativo). Ninguna se reconoce o afilia con otra (fuera de la simpatía o la amistad). Ese logro, esa definida personalidad artística, si prefieres, es lo que me hizo elegir a las seleccionadas.

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“ALGÚN DÍA las mujeres de la tierra alzarán sus vestidos blancos para enseñar el idioma del pecho caído”, María Sotomayor. | Imagen vía Editorial Milenio.

Uno de los puntos interesantes es que todas ellas definen como feministas y, sin embargo, hay una división entre quienes afirman escribir desde el hecho subjetivo de ser mujer, quienes emplean el lenguaje para «hackear» la noción de género y quienes han trascendido esta noción.

Percibo, en efecto, una brecha entre ellas mismas. Hay una diferencia clara entre las nacidas a finales de los setenta y las de finales de los ochenta, la cual se corresponde, fundamentalmente, con la asimilación del feminismo de la tercera ola en los medios académicos. Pocos años en términos vitales, pero de una gran aceleración en el proceso de la proyección del debate feminista en la sociedad civil. Nuevamente, la globalización e internet juegan un papel decisivo en esto.

A grandes rasgos, un grupo todavía sostiene como pertinente ser asimiladas en una tradición artística y universal, mientras otro ya considera eso como políticamente superado, apostando por la militancia y la disolución de los géneros binarios. Pero, repito, este es sólo un esquema. Es mejor leer sus propias declaraciones y poemas.

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“Recuerda:vivir el arte en la sombra es una forma de suicidio”, Mónica Caldeiro. | Imagen vía Editorial Milenio.

¿Dirías que estas poetas contemporáneas nativas digitales tienen una conciencia política o la tienen sus obras? ¿Existe un sentido de comunidad no solo con sus lectores sino entre ellas?

Fuera de posicionamientos personales, entre los que se encuentra desde la pureza artística hasta la militancia radical, todas las poetas de “Decir mi nombre” son conscientes de ser parte de un momento en el que, por primera vez, el discurso político y social otorga una gran relevancia a las voces femeninas. En este sentido, el tono reivindicativo y fundacional resulta necesario.

A esto se añade que el sentido de comunidad sea clave para todo el proceso de la poesía en internet: desde la interactividad electrónica hasta la sensación de escribir para un nosotros, más allá de la competitividad (menos frecuente en las mujeres que escriben que entre los hombres). A las poetas contemporáneas, la reivindicación histórica y la sororidad les otorgan, por lo tanto, un público natural, significativo y creciente.

De otra parte, la publicidad y el proselitismo son parte del lenguaje de las redes, y allí algunas de las poetas se apoyan activamente entre sí. El libro impreso, y todo lo que gira a su alrededor, invoca otro tiempo, más reflexivo, historicista y con pretensión de permanencia.

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“No quiero que me digan lo que quiero escuchar, escribo lo que quiero escuchar”, Gata Cattana (fallecida en 2017). | Imagen vía Editorial Milenio.

Es cierto que si pienso en poetas nacidos en los ochenta me viene sobre todo poetas mujeres. ¿Podemos decir que se ha dado la vuelta a la tortilla, que estas hijas de las «Sin sombrero» han logrado eclipsar, gracias a la revolución tecnológica, a sus pares masculinos?

Exactamente eso es lo que ha pasado: el protagonismo femenino es el primer gran rasgo cultural del siglo XXI y la herramienta clave en ese cambio ha sido internet (desde la autogestión hasta el empleo de la propia imagen o el trabajo en comunidades). A esto habría que añadir que la irrupción de la poesía femenina de las nativas digitales, en términos escriturales, también supone una renovación y una amplitud tanto de prácticas como de referentes formales y discursivos sin parangón en toda la producción literaria de lo que va del nuevo siglo. Por eso, me parece que las poetas, en su conjunto, construyen actualmente las propuestas de mayor ambición y riesgo. Las dieciséis poetas de ‘Decir mi nombre’ representan, en consecuencia, apenas una muestra, un indicio de lo que se está gestando.

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