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Arabia Saudí e Irán: la guerra fría que despierta en Oriente Medio

La invasión de Irak y la Primavera Árabe abonaron el terreno para la competencia entre Riad y Teherán por el control geopolítico de la región. La confrontación también se manifiesta en el terreno económico: los saudís apuestan por un barril de petróleo más barato con miras a debilitar a un Irán altamente dependiente del crudo

Es una guerra no declarada. Irán y Arabia Saudí, los dos grandes rivales y antagonistas en Oriente Medio, se enfrentan soterradamente en países más débiles para aumentar o mantener su poder en la región.

En los últimos meses, Riad se ha negado reiteradamente a las propuestas de recortar la producción de crudo dentro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), a la que aporta cerca de 10 millones barriles diarios, un tercio del total del cartel. La razón podría ser algo más que un cálculo económico y tendría que ver con una estrategia geopolítica para dañar a su adversario regional: Irán, país que requiere un incremento en el precio del petróleo, que continúa a la baja desde finales de septiembre y que ha llegado a mínimos históricos en 6 años. 

Los economistas atribuyen el descenso de los precios a una reducción de la demanda global y al exceso de oferta, impulsada sobre todo por Estados Unidos cuyas reservas probadas llegaron a su nivel más alto en casi 40 años (36,5 mil millones de barrilles), según el Departamento de Energía y cuya elevada producción le ha llevado a superar incluso a Arabia Saudí como primer productor mundial de crudo.

Esta situación no está fuera del control de Riad que es, en la práctica, el único país de la OPEP con capacidad de realizar por si solo aumentos o reducciones sustanciales de producción con capacidad para impactar en los precios.

Pese a ello, en la reunión celebrada en Viena el 27 de noviembre, la OPEP acordó mantener la producción en 30 millones de barriles diarios, prevaleciendo la posición de Arabia Saudí. Ello tiró por la borda las aspiraciones de países miembros, cuyas economías se tambalean por la caída del crudo -como Venezuela e Irán,- que apostaban por un recorte que hiciese subir el precio del barril.

Algunos analistas consideran que la decisión saudí corresponde a una estrategia para ganar nuevos mercados y sacar del juego al petróleo de esquisto o shale oil estadounidense y canadiense, que tiene costos más elevados y requiere de una mayor inversión para mantener la producción.

Pese a ello, detrás de la aparente competencia de precios algunos expertos señalan otras causas relacionadas con el poderío regional en Oriente Medio y la denominada “nueva guerra fría” entre Arabia Saudí e Irán.

 

El dominio regional en juego

Las relaciones entre Arabia Saudí e Irán se han caracterizado por antagonismos sectarios y luchas por el poder geoestratégico y político en su zona de influencia.

El investigador F. Gregory Gause III, del Brookings Doha Center, especialista en Oriente Medio, explica que la confrontación entre estos dos países se pone de manifiesto a través de la influencia que ejercen éstos en otros estados de la región, más débiles y en conflicto.

La tensión actual no puede ser explicada simplemente como un conflicto sectario-ideológico entre suníes –saudíes- y chiíes -iraníes-, que compiten por liderar al mundo musulmán arrogándose la autenticidad y legitimidad del Islam, con sus respectivas diferencias doctrinales y político-religiosas.

“La guerra fría regional puede ser entendida únicamente analizando los vínculos entre conflictos domésticos, afinidades transnacionales y ambiciones regionales. Es el debilitamiento de los estados árabes, más que el sectarismo o el surgimiento de ideologías islamistas, lo que ha creado los campos de batalla en la nueva guerra fría de Oriente Medio”, señala Gause.

Con la Primavera Árabe las hostilidades han ido en aumento, especialmente cuando la ola revolucionaria llegó a Baréin y Siria, creando un choque directo entre intereses y políticas saudíes e iraníes, explican los investigadores Institute for National Security Studies (INSS) de Tel Aviv, Benedetta Berti y Yoel Guzansky.

La monarquía saudí ha jugado a favor y en contra de los alzamientos revolucionarios, dependiendo de sus intereses. Así, apoyó la salida del presidente yemení, Alí Abdallah Saleh, y consiguió apoyo regional para la intervención externa contra Muammar Gadaffi, en Libia.

Arabia Saudí secundó al derrocado presidente egipcio Hosni Mubarak y, luego, al régimen militar que le siguió antes y después del breve gobierno de los Hermanos Musulmanes.

También colaboró para mantener al régimen suní en Baréin, cuando  en 2011 la población mayoritaria chií -70%-  inició protestas exigiendo mayor participación política y en contra de lo que consideran una discriminación sectaria sistemática.

 Señala Gause que al iniciarse la Primavera Árabe, los saudíes consideraron la caída del régimen egipcio de Hosni Mubarak en 2011 como otra pérdida ante el avance de la influencia iraní. Es por ello que Siria es tan importante para Arabia Saudí: “A comienzos de 2012, Riad apostó todo a la rebelión. Cómo termine la crisis siria determinará en gran medida la percepciones en Oriente Medio de quién “ganó” este competencia por la influencia regional”.

¿Pero por qué Arabia Saudí ve en Irán una amenaza? Según Berti y Guzansky ello se explica por el deseo de Teherán de promover un sistema de seguridad en el Golfo -libre de influencias extranjeras-, la amenaza de su programa nuclear así como sus ambiciones y capacidades militares convencionales. Riad teme que estos recursos sean utilizados para expandir la influencia iraní sobre la OPEP y sobre la minoría chií en el reino saudí y otros estados de la región.

El colapso de Irak, que servía de muro de contención a Irán, encendió las alarmas entre los países árabes ante la pretensión iraní de apoyar regímenes chiíes en la región, especialmente en vista del respaldo decisivo de Teherán al régimen de Bashar al Asad en Siria, escenario de una cruenta una guerra civil desde comienzos de 2011.

El enfrentamiento Irán y Arabia Saudí “se libra en las fragmentadas políticas internas de los Estados árabes más débiles: el Líbano, los Territorios Palestinos, Yemen así como Irak. Cada bando apoya a sus aliados locales con la esperanza de que estos lleguen al poder (…) Entre los aliados de Irán están Hezbolá en el Líbano y hasta cierto punto Hamás en los Territorios Palestinos; entre los de Arabia Saudí están la Autoridad Palestina y los partisanos suníes del anterior primer ministro Saad al-Hariri en el Líbano (…) Arabia Saudí también apoya a varios jeques tribales y figuras políticas suníes en Yemen, Siria e Irak”, subraya Fatiha Dazi-Héni, doctora en el Instituto de Estudios Políticos de París y analista principal encargada de asuntos del Golfo Pérsico en la Delegación de Asuntos Estratégicos.

En el caso concreto de Yemen, mientras Riad respalda al gobierno del presidente Abd Rabo Mansur Hadi, Teherán ha sido acusada de apoyar y financiar a las milicias chíies  de los hutíes.

 

Un asunto negro

Algunos analistas han sugerido la existencia de una alianza entre Estados Unidos y Arabia Saudí para reducir el costo del barril de petróleo, que ahora está por debajo de los $50, y así perjudicar a Rusia –por su apoyo a los rebeldes de Ucrania, al presidente sirio, Bashar al Asad- y a su aliado Irán.

En septiembre, el secretario de Estado estadounidense, John Kerry, se reunió con el recién fallecido rey saudí, Abdullah bin Abdulaziz, para reafirmar la participación de Arabia Saudí en la coalición contra el Estado Islámico. El reino saudí es apetecible para el grupo extremista -situado al norte en su frontera con Irak y Siria- por su petróleo y por tener en su territorio a La Meca y Medina, sitios sagrados del Islam.

Se especula que el acuerdo entre Estados Unidos y Arabia Saudí incluiría también un esfuerzo estadounidense para sacar finalmente al presidente sirio del poder y así impedir una escalada chií en Irak, Siria y Líbano. Sin embargo, otros analistas intuyen que Washington preferiría una negociación con Asad pues exacerbar la violencia interna beneficia a un enemigo más temible, como lo es el Estado Islámico. Esta posibilidad ha sido rechazada por Damasco.

 Desde Teherán, la caída de los precios del crudo ha sido calificada como estrategia política e incluso ha sido tildada de “conspirativa”, incluso por el propio presidente iraní, Hassan Rouhani, cuya principal fuente de divisas es el petróleo, que calculó en su presupuesto con un barril a $100 y ha bajado hasta menos de $50.

Esta merma de su ingreso colocaría a Irán en una posición aún más frágil frente a las sanciones economómicas impuestas por Occidente por el desarrollo de su programa nuclear.

En este escenario, el apoyo iraní al régimen sirio –facilidades de crédito por $3,6 mil millones para comprar productos derivados del petróleo y $ 1 mil millones para otros productos concedidos en julio pasado- podría verse mermado, así como también su apoyo a Irak.

A pesar de la complicada situación, Teherán y Damasco han confirmado sus vínculos y aseguran que se sobrepondrán a esta coyuntura fomentada por sus enemigos.

El nuevo jerarca saudí, Salman bin Abdulaziz Al Saud, ha asegurado que mantendrá la misma política de su antecesor sobre el petróleo, avalado por unas reservas de unos 648 mil millones de euros. Sin embargo, tendrá que evaluar hasta dónde puede sostenerla sin afectar a su pueblo con medidas impopulares. 

 

Claudia Delgado Barrios

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