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Jérôme Ferrari: “La radicalización del movimiento nacionalista corso se debió a la sordera del Estado francés”

Tras ganar el Goncourt, Jérôme Ferrari es uno de esos autores que no requieren presentación alguna. Conversamos con él acerca de su última novela, ‘A su imagen’ (Libros del Asteroide)

Jérôme Ferrari: “La radicalización del movimiento nacionalista corso se debió a la sordera del Estado francés”

Tras ganar el Goncourt con El sermón sobre la caída de Roma, Jérôme Ferrari es uno de esos autores que, en Francia, ya no requieren presentación alguna. Su última novela, A su imagen (Libros del Asteroide), ha sido aplaudida por Bernard Pivot y ha recibido los premios Le Monde y Méditerranée. En esta novela, la fotografía, una de las pasiones de Ferrari, vuelve a tener protagonismo: el autor cuenta la historia de Antonia, una fotógrafa corsa que muere en un accidente de coche, mientras trabajaba retratando a los invitados de una boda. Desde que volviera de los Balcanes, Antonia ha dejado atrás la fotografía de guerra, desencantada por la falta de repercusión social y política que esta tiene. La muerte de Antonia lleva a su tío, un cura de un pequeño pueblo de Córcega y responsable de su amor por la fotografía, a rememorar la vida de su sobrina. A través de esta rememorización, Ferrari cuenta la historia reciente de Córcega: las reivindicaciones nacionalistas que tuvieron lugar en los años setenta y sus consecuencias sociales y, en el caso de Antonia y su tío, personales.

 

Una de las preguntas que se nos plantea en la novela es cuál es el papel de la fotografía de guerra.

No sé qué papel tiene. Es un tema problemático y, además, yo no soy ningún experto en fotografía. Dicho esto, las fotografías de guerra siempre me han emocionado e impactado mucho, siendo consciente de que plantean, como decía, muchos problemas, sobre todo en cuanto a la manera en cómo se puede y se debe representar la guerra, la violencia, el sufrimiento… Susan Sontag escribió un libro magnífico sobre este tema, Ante el dolor de los demás. A mí me interesa preguntarme no solo sobre el papel de la fotografía de guerra, sino también sobre el uso que de ella se hace. Creo que estas dos preguntas son recurrentes para los fotógrafos de guerra

¿Y para ello ha rastreado las experiencias de distintos fotógrafos?

Sí, hice mucha investigación antes de escribir la novela. Hay un reportero francés, Patrick Chauvel, que hizo un reportaje Rapporteur de Guerre, en cuyo título jugaba con el término reporter (reportero) y el verbo rapporter (informar) y en el que podemos ver cómo algunos no se preocupan por la utilidad política y social que sus fotos puedan tener, mientras que otros creen estar haciendo algo importante, aunque a nivel práctico no sirva para nada. En el reportaje de Chauvel, Luc Delahaye cuenta que, cuando estaba en Irak, intentaba enviar fotos sin pasar por la censura americana. A la pregunta de Chauvel sobre la utilidad de escapar de la censura, Delahaye responde: “No sirvió de nada”.

Las palabras de Delahaye hacen pensar en la protagonista, que, después de ejercer la fotografía en el conflicto de Balcanes, regresa a Córcega y se dedica a hacer fotografías de bodas.

El personaje de Antonia tiene una postura muy radical sobre la inutilidad de la fotografía que yo no comparto en absoluto. Ella deja de hacer fotografías, porque seguramente piensa que hay cosas que no pueden ser retratadas por lo horribles que son y porque la relevancia política y social de las fotos de un conflicto bélico es nula.

Me gustaría preguntarle sobre Gaston C., un fotógrafo algo sui generis.

Detrás de Gaston C. se esconde Gaston Chérau. Trabajé sobre el reportaje que hizo en Libia entre diciembre de 1911 y enero de 1912 y leí también las cartas que envió a su mujer. No estoy del todo convencido de que se haya interrogado de una forma consciente en torno a su trabajo como fotógrafo. Lo curioso es que él no fue enviado a Libia para hacer fotografías, sino para escribir. Sin embargo, empieza a hacer fotos, todas ellas muy extrañas. Algunos podrían decir que, en realidad, no es un buen fotógrafo. De lo que no hay duda es que el hacer fotografías lo transforma y llega al punto de acercarse a hechos muy terribles como la ejecución masiva de catorce personas. Yo no sé lo que tenía en la cabeza, pero sí que creo que la fotografía lo transformó, pero es difícil saber hasta qué punto. De hecho, en 1915, durante la Primera Guerra Mundial, fue enviado al Frente de los Balcanes y las únicas fotografías que hizo fueron de tipo propagandísticas en torno al éxito del ejército francés.

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Imagen vía Libros del Asteroide.

Usted dice que no es un experto en fotografía, pero ésta siempre ha estado muy presente en su obra. ¿La escritura es una forma de captar el momento como también lo hace la fotografía?

Todas mis novelas, sin ninguna excepción, dejan un lugar para la imagen, efectivamente. A mí lo que me interesa de la fotografía es la transformación de la relación con el tiempo. Por esto, desde siempre, me ha parecido un arte muy triste. Cuando su principal objetivo es el de dejar un rastro del pasado, la fotografía evoca en mí un sentimiento profundamente nostálgico por esa imposibilidad de la vuelta atrás. En este terreno, el texto escrito no puede luchar con la fotografía, que tiene una potencia propia que no comparte con ninguna otra expresión artística. El texto puede hacer, por supuesto, cosas que la fotografía no puede, pero cuando describo una fotografía, cuando trato de transcribir con palabras lo que se ve de manera inmediata, me doy cuenta de que la imagen es mucho más potente y la escritura es irremediablemente imperfecta.

Cuando uno piensa en la relación entre la fotografía y literatura, es imposible no pensar en Sebald.

Leí mucho a Sebald para mi anterior novela, pero he de decir que nunca me convenció del todo la manera en que introducía la foto en el texto.

La fe y, sobre todo, la dificultad de creer cuando se vive en un ambiente de violencia constante es uno de los grandes temas de la novela.

La idea nació desde el inicio, cuando me planteé la novela y el uso de la fotografía. El horror que muestra la fotografía de guerra funciona como testimonio de un mal que vuelve a plantear la antigua pregunta sobre cómo asumir, en medio de toda esta violencia, que el mundo es una obra de Dios. Yo no soy creyente, pero si lo fuera me plantearía esta pregunta: ¿Cómo es posible que la obra de Dios implique horror y violencia? Y, sobre todo: ¿Cómo seguir teniendo fe? Es una cuestión a la que se enfrentan muchos creyentes y que yo planteo a través de la confrontación entre Antonia y su tío. Antonia se pregunta, pensando en su tío, cómo es posible una fe sincera, si se tiene en cuenta todo lo horrible del mundo. Esta cuestión está muy presente en la obra de Georges Bernanos y debo confesar que tuve algún reparo en tratarla yo también y en poner en mi novela como personaje principal a un cura, algo que sí hizo Bernanos que, a diferencia de mí, era un autor profundamente cristiano y de extrema derecha. Tanto en sus novelas como en su obra maestras plantea la cuestión del mal y de la fe de forma magistral. Para mí, Los grandes cementerios bajo la luna es un libro admirable, en el que Bernanos cuenta la represión franquista y, a diferencia de lo que se podría pensar, condena los actos llevados a cabo por el franquismo y critica al obispo de Mallorca que bendice los fusiles que se van a utilizar para ejecuciones. De hecho, en un momento dado, dice: “¡Qué duro ver delante de tus ojos cómo se vuelve vil aquello que teníamos que amar!”. 

El tío de Antonia se enfrenta al problema de cómo participar en el conflicto político desde su posición de cura.

La novela tiene lugar en los años setenta, cuando en Córcega se enfrentaron dos facciones del movimiento nacionalista. Hubo muchos muertos, muchos entierros. Y digo muchos teniendo en cuenta que en Córcega somos muy pocos, todos nos conocemos directa o indirectamente. Mientras escribía, me preguntaba qué podía significar para un cura originario del pueblo enterrar a los jóvenes que bautizó siendo niños y a los que dio la comunión. Y la respuesta es que no puede tener ningún papel: ante lo que sucede, el cura es incapaz de hacer nada y tiene que marchar.

¿Antonia, su novio y muchos de esos jóvenes que en los setenta participaron activamente del movimiento de liberación pecaron de idealistas?

En gran medida sí. Una de las críticas que me hicieron en Córcega es que mostraba los militantes nacionalistas sin poner por delante su implicación puramente política. Yo, obviamente, no estoy de acuerdo con esta crítica, porque creo que una implicación política pura no existe. No digo que no haya una implicación política sincera, lo que digo es que siempre intervienen cuestiones personales, no solo meramente ideológicas. Lo que quería mostrar con la novela es cómo el idealismo que podían tener muchos jóvenes se vino abajo con la fuerza de los acontecimientos, que no solo hicieron inviable cualquier ideal, sino que nos condujeron a un conflicto fratricida.

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Jérôme Ferrari: «Lo que me interesa de la fotografía es la transformación de la relación con el tiempo». | Foto cedida por la editorial.

Sus padres son corsos, pero usted nació en París. Desde esta doble perspectiva, ¿cree que puede hablarse de una dejación de funciones por parte del Estado con respecto a Córcega?

La situación mía es la de mucha gente en Córcega: somos muchísimos los que hemos nacido en el continente y es que fueron muchos los que se marcharon de la isla. Sin embargo, desde que tengo ocho años, sé que, a la primera ocasión que tenga, volveré a instalarme en Córcega, como ya hice en 1999. Tenía veinte años y no fui el único: fuimos centenares los jóvenes que volvimos a la isla con la idea de recuperar nuestra identidad. Todos éramos nacionalistas y todos éramos críticos con la manera en que el estado francés. Han pasado años, mi opinión sigue siendo la misma. Las primeras reivindicaciones corsas de los años setenta no eran nada escandalosas para Europa, que, sin embargo, no hizo nada. En cuanto al Estado francés sí le parecían escandalosas y no estaba dispuesto a escucharlas. Estoy convencido de que la radicalización del movimiento nacionalista corso se debió a la sordera del Estado francés, que no solo nunca se sentó a escuchar las reivindicaciones, sino que contestó de forma muy contundente.

Esta sordera, ¿se debe, en parte, a que Francia es un país muy centralizado?

Sí, Francia es París. Basta con mirar los telediarios franceses: todo está centralizado en París, parece que no haya nada más allá de la capital. Asimismo, el país está organizado desde un punto de vista geográfico y económico en torno a París. No tenemos otras grandes ciudades. Algunos podrían decir que tenemos Marsella, pero no es así: el Estado la considera simplemente una ciudad de provincia. El caso de Francia es extraño, esto no sucede en Alemania, donde nunca nadie osaría decir que Múnich o Frankfurt son ciudades de provincia, ni tampoco en España o en Italia.

¿Las duras protestas de los chalecos amarillos en varias ciudades francesas tuvieron resonancia en Córcega?

Es un tema complicado, en cuanto, al principio del movimiento, mucha gente en Córcega consideraba que los chalecos amarillos eran un movimiento de los “gauloises”, que es el término despectivo con el que algunos se refieren a los franceses del continente. Además, en un primer momento, no estaba claro si el movimiento de los chalecos amarillos tenía su origen en el Movimiento Nacional de extrema derecha o no. Al final, se vio que no era así. De todas formas, no tuvo eco en Córcega, donde nuestras reivindicaciones suelen ser más de carácter identitario o nacionalista y no tanto sociales, si bien somos una de las regiones más pobres de Francia. Ahora mismo, los nacionalistas están en el poder, aunque esto no cambia mucho las cosas, pues la asamblea regional no tiene excesivo poder a la hora de dialogar con el Estado, que no ha aceptado ninguna de las tres reivindicaciones que los nacionalistas llevaban en su programa.

Los movimientos nacionalistas e independentistas en Cataluña y en Escocia, ¿están legitimando más, a nivel internacional, el movimiento nacionalista corso?

Ante todo, hay que decir que, en el movimiento nacionalista corso, los independentistas son minoritarios. El movimiento está compuesto mayoritariamente por autonomistas, es decir, por personas que solo piden un estatuto de autonomía como el que tiene Cataluña o cualquier land alemán. Asimismo, hay una reivindicación de la lengua y de la cultura propia. Los autonomistas confiaban que, en una Europa que superara la idea de nación, la obtención de un estatuto de autonomía sería algo obvio e innegable. Sin embargo, no ha sido así y todavía hoy sigue siendo una de las principales reivindicaciones del movimiento nacionalista corso.

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