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¿La añada última? Excelente, como siempre

España, país milagroso donde los percances climáticos no afectan la calidad de los vinos.A partir de 1993 no hay ni una calificación que sea menos que buena

¿La añada última? Excelente, como siempre

¿La añada 2017? Muy buena… como poco. Si no, excelente. Y paren de contar. La sequía intensa, los estragos primaverales del granizo en los viñedos no importan: una tras otra, las Denominaciones de Origen españolas celebran sesiones de «calificación oficial» y nos confirman que todo ha sido magnífico.

Nada nuevo en ello: hace muchísimos años que es así. España es el país milagroso donde los percances climáticos no afectan la calidad de los vinos. Echamos la vista atrás, a textos que escribimos hace dos decenios, y ya entonces era así… y tampoco era novedad.

Ninguno de los medios en los que he escrito de vinos a lo largo de los años ha publicado la clásica sección fija con el listado de añadas de las diferentes DO, ni seguido el ritual de las declaraciones anuales, que son una especialidad española ya que en ningún otro país los interesados (es decir, las denominaciones de origen) se autocalifican; eso lo hacen los críticos independientes, si les interesa -que a muchos no les interesa- y según sus propios criterios.

Pues bien, siguen valiendo las explicaciones de esa falta de interés. De hecho, cada año que pasa las ha hecho más evidentes, y cada vez se cree menos el público esas pomposas calificaciones.

En sentido general, la declaración «oficial», por parte de los Consejos Reguladores, de la calidad de una añada carece de sentido por las grandes dimensiones y la diversidad orográfica, climática, mesoclimática y microclimática de cada DO.

No es ya que, en la DO La Mancha, haya cerca de 400 kilómetros de distancia entre un Pozoamargo y un Almodóvar del Campo, cuyos terruños no guardan apenas relación entre sí. Es que, en la mucho más pequeña Rioja Alavesa, entre las viñas bajas, pegadas al Ebro -como las de Contino-, y las muy altas, colgadas de la Sierra Cantabria -como las de Remélluri-, hay un mundo de diferencia. Y, según los accidentes climatológicos del año (heladas, por ejemplo), un mismo ‘millésime’ podrá ser excelente para un lugar y apenas correcto para otro. ¿Cómo, entonces, resumir en una sola palabra -«buena», «excelente»- toda la realidad de la añada en una DO de 50.000 o de 300.000 hectáreas?

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«España, país milagroso donde los percances climáticos no afectan la calidad de los vinos.» | Foto: Zachariah Hagy / Unsplash.

Además, los procesos de selección de muestras (a veces, poquísimas) y de jurados de cata que sirven para determinar la calificación son discutibles y tiñen de parcialidad la declaración oficial.

Esa palabra, «oficial», es la que, como decíamos, chirría. En ningún otro lugar del mundo (del mundo vitícola serio, se entiende) sucede algo así. Mal vemos al Consejo Interprofesional de los Vinos de Borgoña colocando un adjetivo «oficial» a la añada.

 

«España es el país milagroso donde los percances climáticos no afectan la calidad de los vinos.» 

 

La falta de una calificación oficial sirvió para propulsar, por ejemplo, a Robert M. Parker a la fama. Cuando la mayoría de los expertos franceses y británicos decían de la añada 1982 en Burdeos que había sido demasiado calurosa y daría vinos de corta vida, el entonces poco conocido norteamericano mantuvo que era una añada excepcional, y el mercado acabó creyéndole a él y no a los demás. Con el tiempo, la longevidad de los 82 ha quedado un tanto en entredicho, con lo que Parker también pierde parte de su aureola, pero incluso ahí es útil el juego de las discrepancias: uno de los aspectos fundamentales de una calificación debe ser el de matizar cómo va a evolucionar el vino de la susodicha añada. Y el telegráfico sistema español no nos dice nada de ello.

Ultimo motivo de escepticismo: hojeen ustedes (en otros sitios de Internet las encontrarán con facilidad) las calificaciones de los últimos años para las más de 70 DO españolas, y a partir de 1993 no se encontrarán ¡ni una! que sea menos que «buena». Un cuarto de siglo.

Pero, ¿hay quien se lo crea? El deseo de no ser menos que el competidor directo ha llevado el proceso hasta este último absurdo de que incluso en añadas tan lamentables como fueron -en la mayor parte del país- las de 1997 o 2003 nadie quiera reconocer «oficialmente» su mediocridad.

Si el objetivo de todo el ceremonial de la calificación es ayudar al consumidor, ustedes dirán si se cumple. Y la gente se ha dado cuenta. O no hace caso, o sabe que si la calificación oficial dice solamente «buena», quiere decir «mala». ¿»Muy buena»? Probablemente, «de aceptable a buena». ¿»Excelente»? Nos la jugamos a los chinos…

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