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Sociedad

We The People: Omarosa Manigault, quintaesencia de la política como espectáculo

En la sexta entrega de la serie ‘We the People’ hablamos de una ‘celebrity’ que, tras pasar por varios reality shows y hacerse odiar por medio país, escaló hasta la Casa Blanca

We The People: Omarosa Manigault, quintaesencia de la política como espectáculo

Gage Skidmore | Wikipedia

Quién lo iba a decir. Un libro crítico con Donald Trump y escrito, además, por una mujer negra recibiendo palos en la prensa progresista. Pero ahí está la hemeroteca; recordándonos que Unhinged, una de las tropecientas crónicas que se han escrito en los últimos años poniendo a parir la presidencia del Donald, no fue del gusto de la élite periodística neoyorquina.

«En realidad, no necesitas leer Unhinged», escribía en agosto del 2018 la periodista Doreen St. Félix. «Buena parte de la información que aparece en el libro o ya se conocía y es por tanto tediosa o no está corroborada». También en The New Yorker, azote del 45º presidente desde que presentó su candidatura, el veterano Jelani Cobb describió a su autora como una persona movida por su propio interés y, en consecuencia, alguien con pocos escrúpulos. Incluso la columnista Michelle Goldberg, del New York Times, dijo que el libro es solo una forma de darle a la maquinita del dinero contando cosas que ya sabía todo el mundo o cosas que, salvo evidencia, resultan muy poco creíbles. (Con todo, Goldberg agradeció a Unhinged los servicios prestados en la cruzada contra Trump.)

Se puede afirmar, por tanto, que la crónica firmada por Omarosa Manigault Newman ha entrado, a su manera y de una forma un tanto peculiar, en los anales de la Historia.

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We The People: Omarosa Manigault, quintaesencia de la política como espectáculo
Imagen vía Simon & Schuster.

La vida de Omarosa, que hoy tiene 47 años, tiene sus intríngulis. Nació en un barrio conflictivo de Youngstown, una localidad de Ohio sita no muy lejos de Cleveland, y su primer encuentro con la muerte tuvo lugar a los siete años de edad, cuando alguien mató a su padre. No obstante, y pese a lo adverso del entorno, la muchacha se empeñó en salir adelante y podría decirse que lo consiguió. Con creces.

En la década de los 90 consiguió acceder a una universidad estatal y en 1996 salió de allí con una licenciatura en una carrera parecida a lo que en España sería Comunicación Audiovisual. El siguiente paso, dos años después, fue fichar por el entonces vicepresidente Al Gore. Según Omarosa, fue una de las principales encargadas de la agenda del político; la persona que le organizaba los días. Según Mary Margaret Overbey, responsable del personal a las órdenes de Al Gore, solo fue una secretaria junior dedicada a contestar correspondencia y que tuvo que ser despedida al cabo de un año por hacer su trabajo regular. «Fue el peor fichaje que he hecho nunca», explicó en 2017 la propia Overbey al New York Times.

Tras ser apartada de la oficina de Al Gore, Omarosa pasó unos cuantos meses pululando sin pena ni gloria por el entramado administrativo presidencial hasta aterrizar en el Departamento de Comercio. Allí tampoco la recuerdan con cariño: «No estaba cualificada para el trabajo y, además, era conflictiva», declaró al Times una de las personas que trabajó con ella. Terminó, también, despedida.

Este segundo fracaso laboral coincidió en el tiempo con una serie de reuniones mantenidas por Trump con varios empresarios del mundo de la televisión. Fruto de estas reuniones surgió, poco después, un reality show producido por la cadena NBC bautizado The Apprentice. El Aprendiz, en castellano. El concepto era bastante sencillo: a lo largo de una temporada un empresario de renombre examinaría a un puñado de emprendedores e iría eliminando aspirantes hasta quedarse con un ganador al que, como premio, contrataría. Evidentemente, y siendo un reality show, había unos cuantos elementos adicionales que fomentaban el morbo. Los aspirantes, por ejemplo, convivían durante la duración del programa. Una convivencia que, por supuesto, generaba sus roces y sus historias. Otro ejemplo: los emprendedores eran entrevistados con frecuencia para que valorasen a los demás generando, así, toda una serie de afectos y desafectos. Telebasura pura y dura, vaya.

El caso es que The Apprentice se estrenó en 2004 con el Donald en el rol del empresario y con Omarosa ejerciendo de aspirante. Nuestra protagonista solo aguantó hasta la mitad de la temporada, pero invirtió muy bien su tiempo en pantalla: se comportó con tanta beligerancia y generó tanta repulsa entre la audiencia que los tabloides la bautizaron como «the woman America loved to hate»… y decidieron mantenerla en el candelero.

Durante la década siguiente, como todo el mundo sabe, Trump siguió al frente de The Apprentice aprovechando, en el proceso, la plataforma que le otorgaba NBC para moldear su imagen pública y presentarse ante el mundo como la quintaesencia del hombre con olfato y determinación; alguien que había forjado su propio triunfo. Omarosa, por su parte, aprovechó la fama obtenida durante aquellas semanas en antena para hacer carrera en el mundo de la telebasura. Fue paseándose por platós acusando a rivales de esto y de aquello (y dando mucho de qué hablar al negarse a pasar la prueba del polígrafo), y comenzó a aparecer en otros realities como la secuela de The Apprentice, convenientemente llamada Celebrity Apprentice.

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Imagen promocional de Celebrity Apprentice en el que participó Omarosa vía NBC.

Sus caminos volvieron a encontrarse cuando el Donald, que de tonto no tiene un pelo y observaba las performances de Omarosa con bastante interés, la llamó para plantear una oferta: quería que fuese la famosa a la que tenían que intentar conquistar doce hombres en un nuevo reality llamado The Ultimate Merger. Corría el año 2010 y Omarosa aceptó encantada; fue la ‘princesa a seducir’ durante la primera temporada. Tres años después, en 2013, volvió a hacer acto de presencia en el universo de The Apprentice –esta vez en la secuela All-Star Celebrity Apprentice– y volvió, por enésima vez, a montar pollos en antena. Los productores estaban encantados, claro.

De todas formas, Omarosa no logró mantenerse a flote en la industria de la telebasura durante tanto tiempo tirando únicamente de performances. Su vida personal ayudó bastante. Concretamente, dos tragedias.

La primera ocurrió en 2011, cuando su hermano mayor, Jack Manigault, que tenía historial delictivo por posesión de armas y asalto, fue tiroteado en su casa de Ohio por un tipo llamado Marco Cardenas mientras dormía con su novia. Al parecer, el tal Cardenas era el ex novio de la mujer. Como la noticia no tardó en aparecer en los tabloides y en revistas faranduleras tipo People, Omarosa se vio obligada a emitir un comunicado contando lo mal que lo estaba pasando. Una muestra pública de dolor que se tuvo que repetir meses después, cuando su propia pareja, el actor Michael Clarke Duncan, murió a causa de un infarto. Teniendo en cuenta todo lo anterior, no sorprenderá saber que esta muerte generó su propio culebrón; la familia de Duncan acusó a Omarosa de haber modificado, con nocturnidad y alevosía, el testamento del actor y de haber vendido algunas de sus propiedades sin consultar a nadie.

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Ahora sabemos que Omarosa nunca perdió de vista el verdadero poder. Aprovechó las entrevistas que concedía entre pitote y pitote para presentarse ante el mundo como una mujer negra empoderada. Según la narrativa que suministraba a los televidentes, todo el odio que había cosechado se debía, en realidad, a eso: ser una mujer negra comportándose con la autoridad y la vehemencia de un hombre blanco. En otras palabras: a ser una suerte de antisistema, de persona que no encaja con lo establecido, que cuestiona el status quo y que, por tanto, se convierte en enemigo público.

Siguiendo esta lógica, en 2014 comenzó a pronunciarse públicamente a favor de Hillary Clinton. Dijo que llevaba registrada como votante del Partido Demócrata más de una década y, en 2015, aparecieron declaraciones suyas un artículo del Washington Post diciendo que ella iba con Clinton a muerte («I’m a die-hard Hillary Clinton supporter»). La cosa no quedó ahí y Omarosa se involucró de manera altruista –como voluntaria– en la campaña de la candidata del Partido Demócrata a las elecciones del 2016.

Por eso cuando un año más tarde, en julio del 2016, a pocos meses de esos mismos comicios, Trump anunció que había fichado a Omarosa como la responsable de asuntos afroamericanos de su campaña (su misión: tratar de ganar voto negro para el Donald), la gente alucinó en colores. ¿Pero no era una fanática de Clinton? ¿No llevaba años paseando la queja del racismo estructural por todas las televisiones del país? ¿Qué hace ahora con éste?

En Unhinged, Omarosa trata de explicarse: dice que se sintió profundamente ignorada por Hillary Clinton y que, por el contrario, el Donald, a quien conocía bien de todos aquellos años de convivencia en el ámbito de la telebasura, la colmó de atenciones y de promesas. Promesas que, además, cumplió. «El equipo de Trump, a diferencia del de Clinton, mantuvo su palabra y me fichó para ocupar un cargo de importancia», cuenta. Como en esta vida es de bien nacido ser agradecido, pronto se convirtió en una entusiasta y advirtió que su empleador ganaría las elecciones y que sus críticos tendrían que «postrarse» ante el Donald. (En esto acertó.)

Cuando llegó a la Casa Blanca, Trump no se olvidó de ella y premió su fidelidad nombrándola directora de comunicación de una cosa llamada Oficina de Enlace Público cuya labor consiste en comunicarse –tender puentes– con «grupos de interés». Nativos norteamericanos, colectivos LGTB, etcétera.

Para sorpresa de nadie, el affaire laboral terminó mal. Por lo visto, con el presidente se llevaba a las mil maravillas, hasta el punto de poder entrar en el Despacho Oval sin cita previa. Sin embargo, durante sus primeros meses en el cargo tuvo enganchadas bastante serias con varios de sus asesores y finalmente, en el verano del 2017, John Kelly, entonces jefe de gabinete de la Casa Blanca, decidió cortarle las alas. Omarosa, que en verdad tampoco pintaba demasiado en el día a día de las labores presidenciales, fue vetada de un número de reuniones cada vez mayor y, poco a poco, apartada de la primera línea.

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Omarosa y el Donald en un programa de NBC. | Imagen de NBC Newswire.

Durante los meses siguientes las tensiones se incrementaron hasta que, en diciembre del 2017, llegó la gota que colmó el vaso. Kelly convocó a Omarosa en la famosa Situation Room (la Sala de Crisis de la Casa Blanca) y, una vez sentados frente a frente, soltó que estaba despedida y que hasta nunca. Se dice que tuvieron que escoltarla hasta la puerta, aunque hay versiones contradictorias al respecto. (Al conocerse estos detalles el Servicio Secreto publicó un tuit diciendo que sus agentes no habían tenido nada que ver con la supuesta expulsión forzosa.)

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Cuando el despido de Omarosa llegó a los medios de comunicación, estos quisieron saber qué había pasado. Previsiblemente, se filtró la versión oficial: «Ha decidido perseguir otras oportunidades». Previsiblemente también, la corresponsal del New York Times en la Casa Blanca, Maggie Haberman, se enteró de algunos chascarrillos; concretamente los que decían que Omarosa no hacía ni el huevo. Y previsiblemente, Omarosa contraatacó diciendo, primero, que no la habían despedido sino que se había marchado, que aquello era un nido de víboras y que, «como única mujer afroamericana en la Casa Blanca», había sido testigo de escenas que la habían afectado «enormemente». Es una historia, dijo, que el mundo querrá saber. También dijo tener grabaciones ‘curiosas’, cuando no comprometidas, realizadas durante su estancia en Washington. La prensa progresista, efectivamente, quiso saber y, entre el puñado de grabaciones que tenía y la llegada de Unhinged a las librerías unos meses después, logró saber. Después de saber, empero, sentenció que Omarosa no estaba contando nada sorprendente y que sus exclusivas no estaban realmente fundamentadas. Su testimonio era, en otras palabras, pólvora mojada.

En consecuencia, y salvo por los titulares que regaló el Donald al insultarla en Twitter (¡un clásico!), los grandes medios de comunicación pasaron página. Se olvidaron de ella. Omarosa decidió entonces volver a su hábitat natural: la telebasura. Ahí sigue, de momento.

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