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Análisis

Francia vota bajo la sombra de Putin

Los primeros sondeos sobre la segunda vuelta auguran una estrecha victoria de Emmanuel Macron frente a su rival: 51% frente a 49%

Francia vota bajo la sombra de Putin

El presidente francés, Emmanuel Macron. | Reuters

El thriller electoral francés no ha acabado. Emmanuel Macron ganó en la primera vuelta (27,8%) y se enfrentará a Marine Le Pen (23,1%) en la ronda definitiva por la presidencia el próximo 24 de abril con el candidato de la extrema izquierda, Jean-Luc Mélenchon, líder de la Francia Insumisa (21,9%), como árbitro de la contienda. El duelo de 2017 se repite pero esta vez no será un paseo para el presidente como entonces, cuando ganó -66% frente a 34%-, sino que la competencia se prevé más reñida que nunca. La campaña electoral empieza de verdad ahora y todo lo que ocurra en estas dos próximas semanas, sobre todo en la guerra de Ucrania, tanto en el campo de batalla como en el frente económico, puede tener una influencia decisiva en el resultado final.

La primera vuelta celebrada el domingo deja dos conclusiones. La primera es que Macron se enfrenta a la Francia antiliberal, al extremismo nacional populista de Le Pen y al extremismo utópico de Mélenchon, cuyos votos si se les suman los obtenidos por el tertuliano televisivo de ultraderecha, Éric Zemmour (7,05%), y el de otros pequeños partidos antisistema representan a más de la mitad de los franceses. La segunda, que el sistema político tradicional surgido en 1958 con centro derecha de ascendencia gaullista y el Partido Socialista ha sido enterrado definitivamente. La candidata de Los Republicanos, Valérie Pécresse, obtuvo el 4,7% de los votos y la socialista Anne Hidalgo, se hundió con tan solo el 1,7%, porcentajes que ni siquiera les permitirán recuperar el dinero invertido en la campaña.

Lo ocurrido no es ajeno a la acción de Macron desde su irrupción política hace poco más de cinco años. Su victoria en 2017 se basó en una fría y calculada destrucción de los partidos tradicionales que le permitió erigirse con su «centrismo realista» en el amo de la escena política sumando a su causa a las fuerzas «responsables» de la derecha y de la izquierda así como a sus representantes más dóciles. Su actitud arrogante, casi condescendiente, y su desconexión con la gente corriente se puso de manifiesto con el estallido de la revuelta popular de los chalecos amarillos en 2018 al emerger una Francia que no se sentía representada por los partidos ni por los sindicatos y que estaba harta de un presidente distante convertido en un mero gestor que solo apelaba a «la realidad del momento» ante cada crisis. 

En las últimas semanas, Macron se concentró en los asuntos de Estado –la guerra de Ucrania- sin dignarse a mancharse con el fango electoral –él era un estadista, no un candidato- hasta que los sondeos electorales le alertaron del auge de Le Pen. Entró tarde en campaña y los éxitos de su presidencia como la reducción del paro -7,4%, el nivel más bajo desde 2008- y de la corrupción si se le compara con algunos de sus predecesores, o incluso su buen manejo de la pandemia, pese a los errores de los primeros momentos, que ha hecho que el índice vacunación en Francia -78% de la población- supere al de Alemania o Reino Unido, no han evitado que despierte un rechazo visceral en gran parte del electorado. En la segunda vuelta, con el voto anti-Le Pen a la baja y el anti-Macron al alza, tendrá que reinventarse como el hombre capaz de unir a todos los franceses.

La invasión rusa de Ucrania noqueó en los primeros días a Le Pen dados sus vínculos con el Kremlin –su partido continúa pagando el préstamo que le hizo un banco de Moscú para ayudarle a financiar la campaña de 2017-, pero en las semanas siguientes le proporcionó una munición mágica: el incremento de los precios y del coste de la vida. La guerra no solo era un desastre geopolítico y humano sino que afectaba de lleno a los bolsillos de los franceses. Marine, como se le llama popularmente, reenfocó de inmediato su campaña. Condenó la iniciativa de Putin, dio la bienvenida a los refugiados y suavizó los mensajes más antipáticos de su programa sobre inmigración y Europa para presentarse como la defensora del francés medio agobiado por la pérdida de poder adquisitivo prometiendo bajar la gasolina, mantener en 62 años la edad de jubilación y recortar impuestos. 

La aparición de un candidato tan radical como Zemmour, cuya intención de voto llegó a ser del 16% y a quien probablemente haya robado la mitad de ese porcentaje, le ha beneficiado permitiéndole ofrecerse como una candidata más centrada y aceptable. En esta primera vuelta ya no era la defensora de sacar a Francia de la Unión Europea y del euro ni de abandonar la OTAN –solo su mando integrado- ni la frontal opositora al matrimonio homosexual. Tampoco era necesario esta vez enfatizar sus críticas a los musulmanes pese a que siga siendo partidaria de la celebración de un referéndum para restringir la inmigración, de discriminar por ley entre los franceses y los residentes extranjeros en el acceso a los empleos y beneficios públicos y prohibir el hiyab islámico en espacios públicos. La nueva imagen de esta Le Pen desintoxicada ha servido para que sea percibida por muchos como una mujer que desafía a los políticos profesionales con su sinceridad y conocimiento de primera mano de las causas del malestar social e incluso como más feminista que las otras candidatas situadas a su izquierda. 

Valérie Pécresse y Anne Hidalgo y otros candidatos menores ya han llamado expresamente a sus votantes a apoyar a Macron en la segunda vuelta mientras que Mélenchon, el hombre clave, se ha limitado por el momento a decirles a sus partidarios que «no deben darle ni un solo voto a Marine Le Pen», pese a que comparte con ella, desde el otro extremo del espectro político, su rechazo al proyecto europeo y a la OTAN. Su abstención podría ser decisiva como lo será con toda seguridad el debate que mantendrán en televisión Macron y Le Pen el próximo 20 de abril. En el anterior, celebrado en 2017, el presidente machacó a la candidata. Esta vez es probable que la historia sea diferente.

Los primeros sondeos sobre la segunda vuelta auguran una estrecha victoria de Macron frente a su rival -51% frente a 49%- pero para ello el actual presidente tendrá que emplearse a fondo en estos 15 días y escuchar más como dijo este lunes su ministro del Interior, Gérald Darmanin, a «esos 38 millones de franceses que ganan menos de 2.000 euros al mes». El voto a la extrema derecha en su conjunto no ha dejado de crecer en los últimos 20 años -19% en 2002, 26% en 2017 y 32% ahora- y un triunfo de Le Pen tendría consecuencias telúricas para el Estado de Derecho y las alianzas exteriores de Francia así como para la estabilidad de la Unión Europea. Su éxito sería tan importante para Putin como la conquista del Donbás por sus tropas.

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