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Feliz año peor

Desde nuestra cómoda atalaya creemos que la guerra, la quiebra de las libertades es algo que no nos afecta y que lo observamos de lejos

Feliz año peor

Vladímir Putin no ha logrado aplastar la resistencia ucraniana. | Europa Press

La democracia está en horas bajas. Desde nuestra cómoda atalaya creemos que la guerra, la quiebra de las libertades es algo que no nos afecta y que lo observamos de lejos. Y eso que la invasión rusa de Ucrania nos ha impactado porque está a las puertas de nuestra casa y ha causado el encarecimiento de los productos energéticos y los alimentos. El año que termina habría que calificarlo sencillamente como horrible ¿Y el que hoy empieza? ¿Todavía peor? A vuelapluma no hay un sólo suceso positivo que destacar como no sea la derrota del ultraderechista Jair Bolsonaro en Brasil, un ex militar que aplicó un programa populista y muchas veces incoherente durante su mandato. 

Actualmente, casi dos terceras partes de países viven en dictadura, en regímenes de escasas libertades o en democracias iliberales. Emergen dirigentes caudillistas a los que sus propios ciudadanos aúpan al poder con el voto. El sistema occidental de partidos está en crisis, que son reemplazados por populismos a los que la población se entrega. Y a ello se suman grupos nacionalistas ciegos en su batalla por la independencia como si con ella solucionaran sus problemas. Por desgracia, en nuestro país lo vivimos y lo sufrimos a diario. Las democracias liberales occidentales están asediadas y el auge del autoritarismo es un asunto que debería ser objeto de gran preocupación, como sostiene la historiadora Anne Applebaum en su ensayo El ocaso de la democracia (Debate, 2021)

En menos de dos meses se cumplirá un año de la guerra en Ucrania y no hay perspectiva a corto plazo que vaya a terminar frente a las previsiones de los analistas más optimistas que apostaban que era una cuestión de semanas. Vladímir Putin no ha logrado aplastar la resistencia ucraniana, pero tampoco las sanciones políticas y económicas impuestas por Occidente han hundido al autócrata ruso. El gas y el petróleo que vendía a los europeos lo compra ahora China. Joe Biden y Emmanuel Macron intentan buscar una fórmula negociadora. Putin no se opone a una negociación pero bajo sus exigencias, es decir, rechaza la devolución de las cuatro provincias ocupadas por la fuerza y anexionadas a Rusia con unos referendos fraudulentos.

Estados Unidos y la Unión Europea, especialmente esta última, desearían que el conflicto terminara pues repercutiría positivamente en su economía, pero saben del peligro que supondría ceder y aceptar como un hecho consumado la ocupación de los territorios invadidos en el Donbás. Después de Ucrania vendrían Georgia, Moldavia o Bielorrusia. No puede repetirse lo ocurrido en la península de Crimea invadida sin gran protesta occidental por los rusos en 2012.

El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, recién regresado de EEUU, sostiene que Occidente no debe bajar los brazos y solicita más ayuda militar a los países de la OTAN. La visita a Washington, la primera desde el inicio de la guerra, le ha servido para el suministro estadounidense de misiles antiaéreos de largo alcance Patriot y el respaldo del Congreso donde intervino con un apasionando discurso con referencias históricas a la Segunda Guerra Mundial. Y eso que entre las filas republicanas hay quienes opinan que la ayuda militar a Ucrania no debería aumentar. Tras las elecciones del pasado noviembre, los demócratas conservan el poder en el Senado pero no así en la Cámara de Representantes.

Fuentes oficiales estadounidenses estiman que más de 200.000 militares han muerto o resultado heridos desde el pasado 24 de febrero (la mitad por cada bando) y alrededor de 40.000 civiles han perdido la vida. Más de nueve millones de ucranianos han huido del país y muchos de ellos sin perspectivas de regresar pronto. La economía está arruinada. Se necesitará un gran esfuerzo financiero mundial de dimensiones mayores que en Afganistán una vez que  se alcance la paz. De la otra parte, Rusia sufre también daños económicos notables causados por las sanciones y el aislamiento.

La población, que al principio apoyó la invasión, asiste ahora perpleja y abatida a una guerra contra una nación hermana que está causando muchas bajas humanas y materiales. El prestigio de Putin y el de su Ejército se debilitan cada día aunque parece impensable a corto o medio plazo su caída. No parece que haya recambio. Se marchará del Kremlin cuando él quiera. A finales de verano la milicia ucraniana infligió una fuerte derrota al invasor recuperando áreas ocupadas en el centro y sureste del país. El presidente ruso se vio obligado a movilizar a 300.000 reservistas sin apenas experiencia militar lo que originó protestas ciudadanas inmediatamente aplastadas con detenciones.  En la última semana del año el Ejército invasor ha recrudecido los ataques causando gravísimos daños a las infraestructuras energéticas ucranianas. Casi la mitad de la población de Kiev, la capital, ha pasado las Navidades sin luz ni calefacción. Todo indica que Rusia va a continuar con esta nueva ofensiva pese a las bajas temperaturas del invierno. Zelenski afirma que la negociación es impensable mientras no haya una completa retirada militar y Rusia se niegue a reparar los daños causados. El heroísmo y la resiliencia ucranianos están fuera de toda duda.

Entretanto, en China, nada parece tranquilizador para Xi Jinping, pese a que ha revalidado su inmenso poder en el reciente congreso del partido comunista chino. El covid ha causado severos daños a la economía sobre todo por las restricciones impuestas a los movimientos de población. Grandes ciudades como Shanghai se han visto sujetas a una férrea política de confinamiento desde que estalló el virus a finales de 2019. En noviembre Pekín y otros lugares fueron escenario de protestas, sobre todo juveniles, que recordaron a las que hubo en Hong Kong hace un par de años. El Gobierno reprimió los desórdenes y hubo detenciones. Las autoridades tienen pánico a no saber controlar grandes concentraciones de masas y siguen sin digerir por completo los sangrientos sucesos de Tiananmen en 1989.

China, convertida ya en la segunda potencia económica mundial y el mayor peligro para Estados Unidos y la Unión Europa, parece a veces un gigante con pies de barro. Una semana después de las protestas, Pekín anunció el fin del confinamiento y de la cuarentena exigida a los extranjeros que entran en el país. La medida ha sido como un bumerán. Los casos de contagio del virus se han disparado como en los primeros tiempos de la pandemia. Los hospitales se han colapsado, escasean medicamentos y se cuestiona la eficiencia de la vacuna china pero el Gobierno se resiste a importar vacunas extranjeras. Los países occidentales han decidido imponer medidas de control a los ciudadanos que lleguen a EEUU y Europa. El temor a que el virus rebrote está ahí y el presidente Xi se juega gran parte de su prestigio pese a que su poder es omnímodo. Con esas premisas los chinos se aprestan a celebrar sus fiestas de año nuevo en febrero.

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