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Kosovo, de nuevo

«El Alto Representante europeo, Josep Borrell, lleva tiempo, sin gran éxito, sentando a una mesa de negociaciones a albanokosovares y serbios»

Kosovo, de nuevo

Vjosa Osmani, presidenta de Kosovo. | Europa Press

La última crisis en Kosovo ha llegado hasta Roland Garros. Días después de los graves incidentes en el norte de la antigua provincia serbia, convertida unilateralmente en Estado independiente en 2008, no reconocido por Serbia pero sí por más de un centenar de países -España no por estimar que sería un peligroso precedente en los casos de Euskadi y Cataluña-, Novak Djokovic escribió al final de su partido sobre la pantalla de una cámara en una esquina de la pista central: «Kosovo es el corazón de Serbia. Stop a la violencia». La frase le costó al tenista una reprimenda de la organización y una crítica de la ministra francesa de Deporte, que acusó al campeón de 22 Grand Slams de politizar el deporte.

Pero así es. Las palabras de Nole, un serbio nacionalista que nunca ha ocultado sus ideas políticas, evocan lo que en su momento afirmó el ex líder serbio Slobodan Milosevic poco antes de la guerra de Kosovo (1998-1999) al considerar la ex provincia meridional como la cuna de Serbia. Recuerda a lo que ahora la Rusia de Putin opina sobre Ucrania como centro fundador de la Gran Rusia y así justificar su invasión: «Jamás dejaré que agredan a los serbios», sentenció Milosevic cuando llegó al poder en plena descomposición de la Federación Yugoslava desaparecido el mariscal Josep Broz Tito en 1980 al referirse a las primeras agresiones contra serbios en Kosovo. El ex presidente serbio, socialista y ultranacionalista, falleció en La Haya en 2006 mientras era procesado por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia por genocidio y crímenes contra la humanidad en Kosovo y Bosnia. Después de él fueron detenidos, juzgados y condenados por ese tribunal, entre otros, el ex presidente serbobosnio Radovan Karadzic y el ex jefe militar serbobosnio Ratko Mladic.

«Actualmente Kosovo tiene una población de menos de dos millones, con amplia mayoría albanesa. La minoría serbia no supera los cien mil»

Kosovo continúa siendo un polvorín en potencia que puede estallar en cualquier momento. La OTAN tiene desde el final de la guerra una fuerza de paz, con el visto bueno de la ONU, de 3700 soldados y ahora va a enviar 700 más. Cualquier tensión por pequeña que sea refleja el equilibrio precario, la inestabilidad ciudadana. Se enmascara mal el odio étnico y la xenofobia. Lo podrá corroborar quien haya visitado el bonito territorio montañoso (más de un millón y medio de habitantes) tras la guerra al final del siglo pasado que causó alrededor de 250.000 muertos y unos dos millones y medio de refugiados. Y así lo demuestran los últimos sucesos en el norte del territorio, donde las protestas de la minoría serbia hace nueve días por los comicios en cuatro ayuntamientos, con apenas una participación del 3,5% de votos procedentes de la mayoría albanesa, fueron reprimidas duramente por la policía albanokosovar. Un galimatías que ha suscitado honda preocupación a Estados Unidos y la Unión Europea por las consecuencias que pueda acarrear. El Alto Representante europeo, Josep Borrell, lleva tiempo, sin gran éxito, sentando a una mesa de negociaciones a albanokosovares y serbios. Es decir, a Prístina (Kosovo) y Belgrado (Serbia). Con ocasión de la reciente cumbre de la denominada Comunidad Política Europea (CPE), a la que asistieron esta semana en Moldavia más de medio centenar de dirigentes del Viejo Continente, entre ellos el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, Borrell en presencia del francés Emmanuel Macron y del alemán Olaf Scholz ha exigido al Gobierno de Prístina la anulación inmediata de esos comicios por no representar a la población y su repetición. Ha dado a las autoridades albanokosovares un plazo de una semana para cancelar los resultados. Actualmente Kosovo tiene una población de menos de dos millones, con amplia mayoría albanesa. La minoría serbia no supera los cien mil. Las cañas se tornaron lanzas en Kosovo en 1999 tras los bombardeos de la OTAN y la derrota de Milosevic. Actualmente la minoría serbia que reside en el norte del pequeño territorio se siente perseguida y pide la creación de una confederación de municipios serbios a lo que se opone Prístina.

En el lado de Serbia tampoco hay demasiada estabilidad. El Gobierno de Aleksandar Vucic se encuentra bastante desgastado y desprestigiado. Belgrado pretende integrarse en la UE y negocia desde hace más de diez años un estatuto de asociación. Las negociaciones no avanzan y difícilmente lo harán mientras no se llegue a un acuerdo con Kosovo. A Vucic se le acusa de corrupción e inoperancia para afrontar la criminalidad. En el pasado mes dos salvajes atentados, con un saldo de una veintena de muertos, lanzaron a la población a la calle. El más impactante fue el de un adolescente, que con un rifle de su padre, se dedicó a asesinar a compañeros de su colegio situado en el centro de Belgrado. Las protestas fueron masivas pidiendo freno a la venta de armas. No pocos ciudadanos siguen conservando armamento no devuelto tras las guerras en los Balcanes. Vucic contraatacó a la repulsa ciudadana con manifestaciones a favor de su gobierno. Para ello recurrió a serbios procedentes de Kosovo. Fletó autobuses para que se sumaron a actos de apoyo a su favor.

Los incidentes en los Balcanes no pueden llegar en peor momento. Con la guerra en Ucrania, ya en su decimoquinto mes y sin que a corto plazo se prevea un alto el fuego y todavía menos un acuerdo de paz, los sucesos en el norte de Kosovo y las protestas ciudadanas en Belgrado contra Vucic pueden ser utilizados por Rusia para distraer a Occidente de la crisis ucraniana. Estados Unidos y en menor medida la UE siempre han respaldado a la República kosovar mientras que Rusia ha apoyado a Serbia, que tiene una población de cerca de siete millones. Los serbios han acentuado en los últimos tiempos un exacerbado nacionalismo. Odian a Washington y en especial al ex presidente Bill Clinton, a quien responsabilizan de los bombardeos de la OTAN a finales del pasado siglo cuando el español Javier Solana ocupaba la secretaría general de la Alianza Atlántica. Milosevic trató que tanto uno como otro fueran citados como imputados por el tribunal penal internacional de La Haya, algo que no fue aceptado por sus jueces.

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