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Positividad tóxica: qué es y por qué fingir que todo está siempre bien

La felicidad perpetua no existe, pero eso no quiere decir que debamos pretender que sí

Positividad tóxica: qué es y por qué fingir que todo está siempre bien

Una mujer se hace un selfie con un teléfono | ©Freepik.

Resulta muy evidente comprobar que la positividad tóxica, más aún en una cultura tan asociada a la imagen como la nuestra, esté a la orden del día. De manera muy somera, resumir la positividad tóxica sería fácil: pretender que todo está bien cuando la realidad es que no es así.

Sin embargo, detrás de esta simulación de la felicidad o, cuanto menos, falseamiento, puede haber muchas causas. No es una patología médica ni tampoco está tipificada dentro de ningún tipo de desorden mental. Más bien tiende a la actitud o a una mentalidad que se enfoca a mantenerse excesivamente positivo y feliz todo el tiempo.

No es que la felicidad no sea deseable. Tampoco que debamos obstinarnos en la felicidad o en un pesimismo tóxico. Más bien la vida debería ir en una escala de colores donde no todo es color de rosa. También, como es lógico, no todo debe ser teñido de negro. Entre lo evidente, lo lógico —y saludable— es tener una actitud positiva en términos generales, lo cual es conveniente tanto para la salud mental como para la salud física.

Pero pasarse de frenada y caer en la positividad tóxica podría ser potencialmente igual de grave. Se crea así una burbuja en la que todo se relativiza y se tiende a edulcorar una realidad que no necesariamente es así. Muy vinculada a las apariencias y al mundo de las redes sociales, la extensión de esta toxicidad de una vida siempre feliz puede pasar más factura de lo que parece.

Qué es la positividad tóxica

Una mujer joven víctima de la positividad tóxica
Un exceso de atención a las redes sociales podría afectar al desarrollo de esta actitud. ©Freepik.

Basándose en ciertos principios de negación o minimización, la positividad tóxica podría resumirse en una forma de evitar cualquier tipo de emoción negativa. En un sentido parecido, se abre la veda a una represión de los sentimientos y, especialmente, a manifestarlos de forma pública. Incluso cuando se trata de momentos que pueden ser particularmente graves como podría ser algún tipo de duelo.

Como sucede con la depresión enmascarada, de la que ya te hablamos en THE OBJECTIVE, o con la distimia, la positividad tóxica tiene un perfil psicosomático de ocultación de la realidad. No sólo en la pura gestualidad, sino y, sobre todo, en mantener una actitud cordialmente positiva a través de frases o discursos. El refuerzo a su vez se produce con el altavoz o escaparate que las redes sociales ofrecen, permitiendo ‘vender’ una imagen de felicidad que no se corresponde con los verdaderos sentimientos.

Curiosamente, al contrario de lo que se podría suponer respecto a la positividad tóxica, no es un fenómeno radicalmente nuevo. No obstante, sí es una situación que a través de estas redes sociales y de un punto hiperconectado se favorece. En este mundo idílico, las ocasiones de manifestar dolor o sentimientos negativos son muy puntuales. Motivo por el que las personas suelen tener rechazo no sólo a hacerlo patente, sino también a prestar atención a las personas que muestran ese malestar.

Los riesgos de la positividad tóxica y los motivos por los que aparece

Autoras como Whitney Goodman han tratado el fenómeno en obras como Toxic Positivity: Keeping It Real in a World Obsessed with Being Happy en la que enfrenta a ese mundo de sólo buenas vibraciones que ahora parece imbuirnos. El derecho a estar mal y, especialmente, a manifestarlo es parte de esa terapia personal a la que enfrentarse, muy vinculada a la salud mental. También, como es evidente, a las barreras que se elevaron durante la pandemia para hacer ver que todo iba sobre ruedas.

No obstante, la autora cita en su obra que hay patrones comunes dentro de la positividad tóxica. Así como también personas especialmente susceptibles a ello. En especial, se suele citar a las personas que tienen una baja autoestima, además de a aquellas personas que suelen tener problemas para la confrontación.

Experiencias previas del pasado donde no se pudo lidiar con emociones negativas, que quedan enclaustradas en esa memoria, también pueden subyacer. A modo de coraza, a veces en lo social y a veces en lo personal, la positividad tóxica se convierte en la armadura con la que evitar recuerdos, pero también nuevos sucesos.

Lo evidente es que mantenerse en esa actualidad de perpetua alegría cuando no hay motivos para ello es muy complicado. Supone a la persona que lo sufre un desgaste emocional que aumenta los niveles de estrés, además de ocultar esos perfiles de distimia antes mencionados. También, al parapetar sus sentimientos reales, aparece un aislamiento emocional y una supresión de los sentimientos que pueden revocar en cualquier momento. Del mismo modo, se produce una despersonalización de la propia persona que lo sufre, pues deja de comportarse como realmente era.

Cómo combatir la positividad tóxica

Como en tantas otras batallas, es conveniente que la guerra contra la positividad tóxica se libre con aliados. Buscar apoyo exterior y ayuda es parte de las claves para realmente poder abrirse y ser sinceros con los que nos rodean. De esa misma manera, comprender que sentirse mal y que las emociones negativas son reales —y necesarias— también puede ayudar.

Un hombre joven finge alegría
La positividad tóxica no entiende de edad, pero tampoco de género. ©Freepik.

En este combate, además, es conveniente sobre todo esa exposición a segundas y terceras personas. Por ello, conviene aumentarlo a través de una interacción más empática que permita comprender al resto. No obstante, hay que tener precaución de cuánto y cómo nos expondríamos para minimizar la positividad tóxica. Mantener ciertos patrones de conducta en redes sociales o un uso de estas en la búsqueda de momentos felices o alegres —en terceros— en un mundo idealizado puede ser peligroso.

Por este motivo, alejarse —de una forma correcta y no brusca— de estos focos sociales. El camino pasaría por valerse de relaciones personales de auténtica cercanía, lo cual puede ser una buena forma de comprender que no todo es de color de rosa. Del mismo modo, recuperar aficiones o prácticas que nos hagan sentir bien, aunque sean ajenas al qué dirán también nos permitiría mejorar la situación. En ese sentido, mantener la cabeza ocupada a través de ciertas actividades, como sucede en episodios de depresión y ansiedad —algo de sobra probado—, permite reducir el impacto de la positividad tóxica.

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