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La moda que ha llenado nuestras calles de SUV está empezando a remitir

El público está empezando a ser consciente de que lo que tienen de bueno estos vehículos, lo tienen al mismo tiempo de malo

La moda que ha llenado nuestras calles de SUV está empezando a remitir

Las diferencias de volumen entre un SUV y un utilitario son apreciables en cualquier párking. | José M. Zapico

La moda de los SUV, que domina a placer el mercado de la automoción desde hace unos años, está dando señales de enfriamiento. En los últimos años, los coches altos, de dos cuerpos y que remiten visualmente a los todoterreno, han inundado calles y carreteras. Atrás quedaron los más primigenios, que se manejaban como barcos en entornos urbanos, con su altísimo centro de gravedad, interiores toscos, y exentos de los refinamientos propios de los coches familiares contemporáneos.

Los fabricantes los han pulido, domesticado y poco a poco han encontrado su sitio sobre el asfalto. Con un mayor espacio interior, gigantescos maleteros, ruedas capaces de subir a las aceras más altas, y con un campo de visión elevado, han hecho las delicias de sus propietarios durante años. No hay marca que no los tengan en su catálogo, y firmas ajenas a vehículos semejantes como Aston Martin, Lamborghini o Ferrari se hayan tirado de cabeza a la corriente, mientras que otras, como McLaren, hornean versiones que llegarán en unos años. Pero a pesar del éxito y gran aceptación, parece que esta tendencia está llegando poco a poco a su fin, y hay varias razones para pensarlo. 

Las pegas del SUV

Ya sea por moda, atracción, ambición, o la razón que sea, los SUV han sido un imán para unos conductores que remitieron al olvido a los en otro tiempo populares monovolúmenes, o las berlinas tan en boga durante décadas. El público está empezando a ser consciente de que lo que tienen de bueno, lo tienen al mismo tiempo de malo. Los SUV, en general, son más de todo: más altos, largos, voluminosos y pesados. Su tamaño les ayuda a la hora de disponer de más espacio para sus pasajeros, y más lugar para elementos de seguridad, accesorios y capacidad de carga. De la misma manera, son realmente cómodos en viajes, y ofrecen una mejor visión con más espacio acristalado, por poner varias de sus ventajas.

Por contra, todo ello equivale a más peso, de manera directa mayor consumo, la necesidad de más motor para acelerar en la misma medida que vehículos más ligeros, y no disfrutan de una frenada tan eficaz. Una superior altura eleva un centro de gravedad, que en las cada vez más presentes rotondas y giros bruscos, compromete su equilibrio en mayor medida que en coches tradicionales. Los fabricantes han hecho un trabajo extraordinario en este sentido, con la temida ‘prueba del alce’ en mente, pero las leyes de la física son difícilmente eludibles. Por fortuna, volcar un coche no es tarea fácil, pero cada vez que en una compraventa acude alguien con un SUV, el comercial que les atiende ejecuta una extraña ceremonia. Coge un bolígrafo de su mesa, y golpea las esquinas superiores del parabrisas delantero. Si suena a hueco es buena señal. Si por contra, los golpes suenan secos, es prueba inequívoca de que han sido reparados de un accidente de este tipo. 

Fábrica de SUV de Toyota en Texas, EEUU
Fábrica de SUV de Toyota en Texas, EEUU. | Jordan Vonderhaar (Reuters)

En el uso diario sus conductores se enfrentan a las situaciones propias de un mundo pensado para otros tamaños y calibres. No se pueden aparcar en cualquier plaza de aparcamiento, donde sus tripulantes miran con envidia la facilidad con la que lo hacen los propietarios de utilitarios. O en parkings públicos, diseñados antes de su advenimiento, es habitual verles ocupando plaza y media. Una vez allí, las puertas más altas y largas que poseen, excelentes para el acceso de personas altas, con movilidad reducida, o accesorios infantiles, crean un nuevo problema. A la hora de abrir esas larguísimas láminas de chapa, es frecuente que acaben golpeando columnas y coches vecinos. 

Los enemigos 

No sentó nada bien en la dirección de Porsche que en Alemania se propusiera un impuesto para este tipo de coches al que se denominó de manera popular el «Impuesto Cayenne». Manchaba de manera inopinada la imagen de su producto estrella, un espectacular SUV de corte deportivo y del que el año pasado la firma de Stuttgart colocó 95.604 unidades. Su segundo mayor éxito es su hermano menor, el Macan. Si sumamos sus 86.724 coches vendidos, suponen casi dos tercios de las ventas de la marca conocida anteriormente como… una marca de deportivos. 

En las sociedades más avanzadas en esto de lo ecológico, el SUV se está convirtiendo en el blanco de críticas ante el superior consumo de combustible y materiales, y se enarbola la bandera de la ineficiencia. Según estudios de la Unión Europea, en un trayecto habitual en el Viejo Continente se transporta una persona y media, lo que equivalen a unos 120 kilos de persona. Un SUV de dos toneladas ejecuta la misma función que un Volkswagen Polo —por poner un ejemplo—, que pesa la mitad, ocupa menos espacio, consume menos combustible, y fagocita menos materiales. 

El último enemigo de los SUV viene desde los usuarios de bicicletas. Existen varios estudios que apuntan a que el índice de accidentes graves en los que están envueltos ciclistas ha crecido de forma directamente proporcional al de la proliferación de SUV en nuestro entorno. Cuando un coche tradicional atropella a un ciclista —o al conductor de un patinete eléctrico—, el desafortunado tiende a acabar sobre el capó o el parabrisas del vehículo. En el peor de los casos, vuela por encima. Por contra, cuando un SUV entra en juego, la mayor altura de su morro no catapulta hacia arriba a los atropellados, sino que los golpea y los manda hacia delante. Ocurre que con frecuencia los atropellan en dos ocasiones, en la colisión por primera vez, y por segunda cuando se los vuelven a topar tirados en el suelo unos metros más adelante. 

Horizonte alternativo

Las marcas saben todo esto y están empezando a ofrecer opciones que rebajan las pegas, intentando mantener sus ventajas. Los ejemplos son los Crossovers, los SUV coupé, o los Shooting Break. Las diferencias entre ellos son tenues, aunque todos persiguen lo mismo: imprimir cierto espíritu deportivo, al tiempo que ir abandonando las líneas más cuadradas propias de los 4×4 que iniciaron esta tendencia. Los Crossovers están a medio camino entre los compactos urbanos y los SUV; los SUV coupé afilan sus líneas traseras, reduciendo la sección de su zaga a coste de una capacidad menor en el maletero. A cambio recaudan una menor altura trasera y mejoran su aerodinámica. Los Shooting Break son las rancheras de toda la vida, con un efecto similar al caso anterior: alargan la caída de la luneta trasera hacia atrás para crear un station wagon que cuenta con líneas apaisadas. 

Mercedes Benz CLA, un ejemplo perfecto de Shooting Break.
Mercedes Benz CLA, un ejemplo perfecto de Shooting Break.

Es un gran esfuerzo por parte de los fabricantes, pero el enemigo está un poco más allá: el coche eléctrico. La electrificación forzosa hacia la que se dirige la automoción viaja en contra de los SUV por su ineficiencia general en términos energéticos. Sí, disponen de más espacio para las baterías, pero añadiría más peso aún a coches ya por sí pesados. El exitoso Ford F-150 del que hay lista de espera en el mercado estadounidense y se está empezando a vender en algunos mercados europeos, pasa de 1.823 kilos en su configuración básica de su modelo térmico a los 2.728 de su homónimo eléctrico a cuenta de su batería. Elevar en casi un 50% su peso implica un mayor consumo energético no para llevar a sus pasajeros, sino para transportar al propio vehículo. Sus motores son hipereficientes, con rendimientos del 98 %, pero el vehículo en su conjunto no. Si añadimos la muy floja aerodinámica, debido a su gran sección frontal, y la succión de una trasera ‘acamionada’ con una caída abrupta y nada progresiva, tenemos a otro enemigo metido en el maletero. 

Si a todo ello sumamos las dificultades de financiación de los coches, la tendencia a la que se dirige el mercado es hacia coches más pequeños, más prácticos, muy ceñidos al uso que se les va a dar, y muy eficientes. Es el momento de la vuelta a los utilitarios, vehículos medianos y pequeños —incluso biplazas—, muy urbanos, y muy ajustados al número de usuarios más frecuentes. Esa idea del «voy a comprarme un coche muy grande para cuando viaje», y luego se hace un viaje al año, va a pasar a un «elegiré el coche que necesito en el 90% de mi utilización diaria, y ya alquilaré uno mayor cuando me haga falta» En esa ecuación, los SUV seguirán siendo vigentes porque habrá quien los disfrute y tienen sentido en muchas circunstancias, pero resulta previsible un cambio de tendencia. Si la clase media adelgaza, sus coches irán detrás.

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