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El ego de Sánchez y la duda cosmética

«Es algo extraño desde el punto de vista de la estrategia, pero no desde ese otro punto de vista al que sucumben todos los demás en el PSOE: el ego de Sánchez»

El ego de Sánchez y la duda cosmética

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno. | Europa Press

1. Comienza la campaña electoral del plebiscito sobre Sánchez. Habrá baronías (de las comunidades en juego) y alcaldías cuyos candidatos impriman un sesgo particular, pero en general se juzga al presidente. Sánchez sí o Sánchez no. El PP ha querido plantearlo de ese modo («derogar el sanchismo», repite Feijóo). Y el PSOE sorprendentemente parece haberlo aceptado. Es algo extraño desde el punto de vista de la estrategia, pero no desde ese otro punto de vista al que sucumben todos los demás en el PSOE: el ego de Sánchez.

2. Habló Latorre en ‘La Brújula’ de que el suelo electoral tan sólido que tiene Vox es lo que le impide tener un techo más alto. Esta dialéctica techo-suelo me recuerda aquello de que el fútbol es una manta corta: si te tapas la cabeza, te descubres los pies. Ciudadanos, completaba Latorre, nunca tuvo un suelo sólido, y eso le permitió subir tanto. Y cuando cayó no tenía suelo que lo sostuviera y llegó más abajo del suelo.

3. De pronto la frasecilla de moda nos permite acercarnos a la actualidad de un modo preciso y sutil: Bildu es ETA no, lo siguiente.

4. A veces pienso que la palabra que se perdió de la tríada famosa de la Revolución francesa, la fraternidad, es necesaria. Han tenido más potencia la libertad y la igualdad, mientras que la fraternidad parecía algo edulcorado, prescindible; incluso sospechoso, en la medida en que trataba de introducir un elemento familiar en la política. Pero he notado que en ese áspero campo de batalla que es Twitter (un deporte de contacto, y de riesgo) me refreno cuando hay fraternidad. No salto si las majaderías políticas las dicen, por ejemplo, Moriche, Duval, Hughes o Torné. No digo que dejen de parecerme majaderías (de hecho, me quedo a veces al borde mismo del salto, y no descarto que en alguna ocasión me pueda el impulso, como me pasa con los amigos de fuera de Twitter: soy irascible), pero la fraternidad es un formidable colchón. Sabe lo esencial: que la persona es superior a su ideología. Y por tanto merece respeto.

5. Estoy fascinado con Pilar Llop. Con una de las dos, porque hay dos. Está la ministra de Justicia, maravillosa, guapísima, elegante, seria, dolorosa a veces (como cuando sentía los efectos de la ley del ‘solo sí es sí’), y está la que va a la feria de Sevilla vestida de flamenca o en un mitin le grita en andaluz a su suegra sevillana. Aquí se me desploma sin remedio. Pero tiene gracia la dualidad. Qué mujer.

6. Es de primero de Freud lo de Feijóo: en Extremadura dice que está en Andalucía porque querría en Extremadura unos resultados como los de Andalucía. Aunque el cauce para el lapsus es que los sitios le dan exactamente igual. Son caladeros de votos y punto. Me recuerda a cuando Wilder y Wyler se encontraban y se reían de cómo los confundían siempre: «Wilder, Wyler, ¿qué más da?».

7. El entrañable calculador ‘casual’, con esa puesta en escena desmañada pero férrea, habla de sus dudas, de la duda. Le queda bien y lo sabe. No es la duda metódica, sino la duda cosmética.

8. Robaron en la casa de Rodrygo mientras jugaba un partido de fútbol. Los peligros del directo.


9. Un veterano periodista se duele del odio a Sánchez. Es un periodista muy emotivo cuya emotividad me creo: es decir, no me parece que sea un cínico. Solo que esa emotividad, que lleva ejerciendo toda la vida, está perfectamente encuadrada en el PSOE. Este partido es la puerta de su tierno corazón.

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