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Opinión

Kiko Hernández celebra la primera boda cuántica de la historia

«No sabemos si el discurso le fue dictado por pinganillo como muchas de sus ‘bombas’, porque sonaba a guion malo de culebrón turco de sobremesa»

Kiko Hernández celebra la primera boda cuántica de la historia

Kiko Hernández y Fran Antón en un polígono industrial de venta al por mayor. | Antonio Gutiérrez (EP)

Durante unos días, Kiko Hernández no ha necesitado ser un gato para protagonizar un experimento digno de Erwin Schrödinger, aunque en su caso no se tratara de estar vivo y muerto simultáneamente, sino soltero y casado, además de ser heterosexual y bisexual, porque ha tenido, mal que bien, una relación conocida con una mujer, Patricia Ledesma, durante su participación en Gran Hermano. Aunque hablamos de un noviazgo que gran parte de la audiencia calificó de ‘carpeta’, es decir, pura estrategia para ganar puntos en el concurso de convivencia, lo que explicaría que terminara muy mal, al salir de la casa de Guadalix de la Sierra, todo hay que decirlo —aunque ahora ella salga a defenderle: «¡Vivan los novios! Que el amor dure para siempre. Felicidades, amigo», ha escrito en sus redes sociales—. Planeaba sobre ellos en todo momento la sospecha de fraude, otro más para el currículo del personaje, que sencillamente podría ser homosexual con cierta tendencia a la represión o la homofobia interiorizada, quién sabe y a quién le importa, la verdad.

Sea como fuere, durante los 14 años que ha durado Sálvame, casi tres lustros en los que el colaborador ha sido motor del llamado ‘eje del mal’ junto a Kiko Matamoros y Mila Ximénez, ha puesto de vuelta y media a todo bicho viviente, apuñalando por la espalda a sus compañeros, eviscerando a concursantes de reality o haciendo el triple salto mortal con tirabuzón al convertirse en fiel escudero de Rocío Carrasco, ‘la maltratada más grande’, tras pasarse años vapuleándola en directo por un buen puñado de euros.

Kiko ha estado en una suerte de caja hermética de Schrödinger —pero sin partículas radioactivas; lástima, dirán algunos—, alimentando sus dos estados, soltero y casado a la vez, mientras no se dijera lo contrario. Y así estuvo estos días en que no se dijo, aunque parecía estar casado fuera de la caja, pero soltero dentro del armario, perdón, de la caja, es que uno se pierde en el mundo de las paradojas, aunque podía estar casado, quién sabe, porque había una supuesta exclusiva de por medio. Al final la dichosa exclusiva se quedó en casa, en el propio programa, con un Kiko subido al ‘pulpillo’ declarando su amor: «Se ha especulado muchísimo sobre mi vida sentimental».

«Ha llegado el momento de contar la verdad (ergo, nos ha estado mintiendo durante 14 años, que se dice pronto). Hace tiempo encontré a la persona que más feliz me ha hecho en toda mi vida. Hace tiempo encontré lo que es el amor de verdad. He encontrado al hombre de mi vida. He encontrado al mejor padre que me puede ayudar en este camino con mis hijas. He encontrado a la persona que más quiero en este mundo y esa persona es Fran Antón». Kiko sale al fin del armario —ay, perdón, otra vez, se me va la paradoja— sale de la caja estando soltero. Ya se casará en septiembre, que es cuando se recuperan las asignaturas pendientes.

No sabemos si el discurso le fue dictado por pinganillo como muchas de sus ‘bombas’ a lo largo de este tiempo, porque sonaba a guion malo de culebrón turco de sobremesa, pero la declaración le regaló a Sálvame un espectacular dato de audiencia en este final en el que, como vemos, se van cerrando las tramas abiertas a lo largo de todas las temporadas. Y una de las más importantes era saber si Kiko Hernández tiene o no corazón.

Hígado y cara, desde luego. Porque ni siquiera nos vamos a molestar en recordar el cáncer de páncreas que supuestamente superó, más que nada para no ofender a quienes han pasado por ese trance.

Kiko Hernández sabe lo significa ser condenado por la justicia. Lo fue, a seis meses de cárcel, por un delito de apropiación indebida tras quedarse con los 14.000 euros que un cliente pagó como reserva de un piso en la inmobiliaria de la que el colaborador era socio, que cerró unos meses después de la operación. Se le condenó también a abonar el dinero adeudado. Desde enero de este año, tras un recurso de apelación en el Tribunal Supremo, se enfrenta a una condena y a indemnizar con 300.000 euros a Liberto López de la Franca por acoso telefónico y uso de su imagen sin consentimiento. También fue condenado a indemnizar con 30.000 euros a Juls Janeiro, hija de María José Campanario y Jesulín de Ubrique, por «un delito de intromisión al honor ilegítima en el derecho al honor, la intimidad personal y familiar y a la propia imagen», él, que ahora amenaza a los paparazzi que se acercan sus hijas temerosos de que hagan con ellas lo mismo que hizo su padre en los platós de televisión. Ay, el miedo al karma es lo que tiene, que golpea dos veces.

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