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Opinión

Mireia Belmonte, el acto de fe

«Si no se tratara de Mireia Belmonte diríamos que lo que se propone es imposible, que no va a llegar»

Mireia Belmonte, el acto de fe

La nadadora española Mireia Belmonte. | Óscar J. Barroso (Europa Press)

Consumido julio entre terremotos políticos de intensidad desconocida, después de unas elecciones generales tan sorprendentes en la escala de Richter como en la de Tezanos, el deporte español continúa al alza, ajeno a los vaivenes de la Moncloa en funciones y sus aledaños. Este año preolímpico y el que le ha precedido ofrecen una cosecha de victorias envidiable, augurio de resultados similares a los de Barcelona’92 en París’24. ¿Superará España las 22 medallas en unos Juegos Olímpicos? Ésa es la cuestión. Y además, el fútbol, estimulante en femenino y esperanzador en masculino, enfrascado en las habituales guerrillas estivales, cuando los rumores de fichajes solapan la realidad de los resultados porque es verano. En este periodo el rodaje se impone a las teorías, aunque no pasan inadvertidas quejas tales como que el contrario se emplea con una intensidad propia de un partido de Champions. ¡Ay, Xavi!, que al fútbol se juega con botas de tacos y calzones, no con zapatillas de ballet y tutús.

Quejas, culebrones de Mbappés y Joaos al margen, hay vida más allá en el deporte español, impelido por Carlitos Alcaraz y su maravillosa victoria en Wimbledon, por las hazañas del baloncesto o el piragüismo, por el Tour del otro Carlitos, Rodríguez, presente y futuro. Éxitos contrastados que también afloran en Japón. En los Mundiales de Fukoaka, la natación sincronizada, que ahora atiende por artística, recupera lustre añejo, cuando, de la mano (dura) de Anna Tarrés, sus expectativas rozaban el firmamento. Frente a las ‘Anastasias’ rusas, que además ponían en blanco los ojos de los jueces, pelearon por el oro y conquistaron la plata. Fueron dignas adversarias. En esta cita de 2023, sin rusas y con Mayuko Fujiki en el timón, el equipo ha alcanzado el oro. Un hito. Como la púrpura en que se han bañado Dennis González (solo técnico) y Fernando Díaz del Río (solo libre). No han sido estas tres las únicas preseas. Hay que sumar la plata de Emma García/Dennis González (dúo mixto) y los bronces de Iris Tió (solo técnico), Iris Tió/Alisa Ozhogina (dúo técnico) y Mireia Hernández/Dennis González (dúo mixto libre). También la plata del waterpolo femenino y el bronce masculino, ocho medallas en total para impresionar en el ‘top ten’. Expectativas acariciadas in illo tempore y en idénticas disciplinas hasta que Mireia Belmonte entró en la piscina hace tres lustros y el salto fue cualitativo. 

« Una nadadora normal no hubiese comparecido después de dos años de calvario y con un tenebroso horizonte plagado de incógnitas por delante»

Mireia, mirada profunda, oceánica, unos ojos y una sonrisa que se comen la cámara, una sirena que se mueve con soltura en los platós con un rastro increíble de 44 medallas en su palmarés internacional (cuatro olímpicas, 1/2/1; 16 mundiales y 24 europeas). Y su historia aún no ha terminado. Debutó en Pekín’08; sumó dos platas en Londres’12 y un oro y un bronce en Río’16. Está a una de las cinco de David Cal. En Tokio’21, donde fue abanderada junto a Saúl Craviotto, de ahí su empeño en participar, competía después de sufrir un sinnúmero de lesiones: hernias inguinales, vértigos, dolores varios y hombros lacerados. En aquella carrera se quedó a 23 centésimas del bronce. Una nadadora normal no hubiese comparecido después de dos años de calvario y con un tenebroso horizonte plagado de incógnitas por delante. No se rindió. Dicen que en aquella final plasmó la carrera de su vida, la mejor. No alcanzó la medalla, pero sí la reivindicación y la necesaria autoestima. Fueron sus cuartos Juegos Olímpicos. Ahora piensa en París’2024, los quintos. ¿Llegará? «La naturaleza sugiere una cosa -reflexiona Alejandro Blanco, presidente del COE- y Mireia dice otra. Y con Mireia nunca descarto cualquier posibilidad por remota que sea». Con el hombro en vías de recuperación, Fukoaka era un imposible y los mundiales de Doha, en febrero de 2024, se antojan otra meta inalcanzable. Tendría que esperar a los exámenes de abril, con aureola de idus, para conseguir unas marcas mínimas que le permitan nadar en 200 mariposa y 400 estilos, sus especialidades.

Si no se tratara de Mireia Belmonte diríamos que lo que se propone es imposible, que no va a llegar, que no se esfuerce, que es inútil tanto sacrificio, que deje caer el telón y que descanse, que se lo ha ganado; pero es Mireia, un acto de fe en sí misma, el acto de fe por antonomasia. Otra figura en el lienzo que recoge la pasión por el deporte y sus calamidades, donde vemos dibujados los padecimientos de Rafa Nadal con la rodilla, la espalda, el empeine y la muñeca, un ecce homo que, sin embargo, vuelve triunfante después de cada contratiempo. Victorias apoteósicas, sobrehumanas y colosales. O donde se perfila la silueta empequeñecida de Indurain camino de Pamplona en las cuestas de Larrau (Tour de 1996), con la mirada nublada, perdida, vacía, no encendida como la de Mireia; el cuerpo agotado del gigante, sin reservas; el corazón, inmenso en las horas felices, encogido, y las últimas energías esparcidas por el Aubisque, Marie Blanque y Saudet, que no eran sino posos de la pájara en Les Arcs. 

Al recordar las hazañas de Nadal y de Indurain, al empaparnos de la voluntad inquebrantable de Mireia Belmonte, las ocurrencias de Xavi no dejan de ser recursos de mal perdedor, una justificación que en el fútbol es recurrente y en el resto de los deportes, por regla general, un descarte.

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