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La verdad sobre Encarna Sánchez

Dos allegados de la mítica locutora radiofónica rompen por primera vez el silencio para acabar con las especulaciones y rumores sobre ella

La verdad sobre Encarna Sánchez

Encarna Sánchez. | Europa Press

Encarna Sánchez dejó una huella indeleble en el mundo de la comunicación. Sin lugar a dudas, la locutora almeriense fue una de las pioneras de la radio de madrugada en España, y hoy está considerada la rescatadora y transformadora de la radio social de servicio en nuestro país. Pero su exitosa carrera ha quedado algo opacada por su polémica forma de hacer radio y, sobre todo, por los entresijos de su vida personal. «Creemos que ya ha llegado la hora de la verdad. De destapar a un personaje desconocido indudablemente por la opinión pública y la sociedad», cuenta el periodista Juan Luis Galiacho, quien ha unido fuerzas con el productor de radio Pedro Pérez para escribir Encarna, en carne viva (La Esfera de los Libros), donde ambos ponen negro sobre blanco sus aciertos y fallos, sus éxitos y fracasos, su felicidad y amargura, sus relaciones profesionales y amorosas.

Se suele decir que ser pobre de niño es el mejor predictor de la pobreza adulta. Desde luego, no fue así en el caso de Encarna Sánchez, quien nació en 1935 en la localidad almeriense de Carboneras, en el seno de una familia republicana y humilde. Hija de un militar republicano fusilado al finalizar la Guerra Civil, la periodista pasó parte de su infancia en un orfanato donde sufrió malos tratos y abusos, lo que marcó su fuerte personalidad y su particular sentido de justicia y solidaridad. 

Siendo todavía una niña, Sánchez estaba ya decidida a convertirse en alguien tan popular a nivel nacional como aquellas copleras a las que disfrutaba escuchando en la radio. A los quince años, el director de Radio Almería la llamó para hacerle una prueba. La superó sin problemas. «Estuve dos años en Radio Almería sin sueldo, pero aprendiendo mucho y con una ilusión que nunca más he vuelto a tener». Ahora bien, ella tenía hambre de éxito, así que un día se reunió con sus compañeros para anunciarles que se marchaba a la capital española con su madre. «Os quiero, pero me voy a Madrid. Tengo que triunfar por cojones», les comentó por lo visto. Ya en la capital española, consiguió el título de profesional radiofonista tras bordar un examen de seis horas de duración (pese a que la gente solía tardar cuatro años en conseguirlo), y al poco empezó a trabajar en Radio España de Madrid. 

No fue una etapa fácil. A fin de cuentas, las locutoras en aquellos años eran meras comparsas de los locutores. Pedro Pérez señala en el libro que todas «servían de adorno para el lucimiento de ellos y tenían que reír las gracias que los presentadores hacían. Encarna, con su carácter bravío, no estaba dispuesta a tolerar eso. Y más de un desencuentro tuvo que lidiar con varios compañeros que le pusieron el cartel de ‘malcriada y maleducada’». Uno de los más desagradables lo tuvo con Lola Cervantes, entonces estrella femenina de la emisora capitalina. Encarna pensaba que ‘Lolita se había quedado anticuada, y así se lo dijo a la cara. «Lolita no se lo perdonó nunca», explica Pérez. «Tanto, que ese descaro le costó a Encarna el destierro de Madrid durante un año. Doce meses de exilio. La enviaron a Radio Popular de San Sebastián en 1962, como formadora de jóvenes talentos para la radio y directora de publicidad».

A su vuelta a Madrid, Sánchez se convirtió en precursora de la radio nocturna con CS y buen viaje, un programa de servicio público dirigido principalmente a conductores, taxistas, serenos, porteros, camioneros, y transportistas. En menos de lo que canta un gallo, la convincente locutora empezó a seducir al llamado ‘sindicato vertical’ implantado por el régimen franquista. Ni Carmen Polo ni el entonces ministro secretario general del Movimiento, José Solís, estaban dispuestos a consentir aquello, así que ambos contribuyeron a esparcir bulos para desacreditar a Sánchez, que en agosto de 1970 fue despedida de su trabajo y, al poco, fue invitada a marcharse del país.

Antes de partir, la periodista testó a favor de su madre (con una cláusula que nombraba sustituta vulgar a su buena amiga la artista Clara Suñer) la única propiedad que tenía entonces: un piso en la colonia madrileña de Mirasierra. «Como no tiene ni idea de idiomas, se va a México, que era un país todavía más machista que España, y allí Televisa le hace una oferta», comenta Galiacho. «Cuando la echan de México, se va a la República Dominicana, pero ve que estar allí tampoco le sirve para nada y de ahí se va a Puerto Rico, ayudada por José María Íñigo. Estando allí, la limpiaron por una estafa de azúcar, y tuvo que salir por patas para evitar que la mataran».

Sánchez viajó entonces a Los Ángeles, donde, para obtener la residencia estadounidense, se llegó a casar con un señor que gastaba todo su dinero en los casinos (no es de extrañar que el matrimonio durase solo seis meses). La periodista no pudo volver del exilio hasta 1976, tras la muerte del dictador. Lo hizo prácticamente con una mano delante y otra detrás. Sabino Fernández Campo, fiel consejero del rey emérito, sabedor de que tener como aliado a alguien como Sánchez podía resultar beneficioso para la recién instaurada monarquía, le ofreció la posibilidad de presentar en TVE el programa 300 millones, pero a ella no le interesó la oferta. Después, gracias a la ayuda del cantante Luisito Rey, se colocó en Radio Miramar de Barcelona, con un programa nocturno titulado Encarna de noche.

Su cercanía y su capacidad de emocionar al oyente le permitieron ganarse al pueblo y a la burguesía catalana, aunque su fuerte y agresiva personalidad le granjeó enemistades tanto en la derecha como en la izquierda. «Creo que, en el fondo, Encarna no tenía una ideología marcada, por mucho que se haya dicho que era facha», explica el director de El Cierre Digital. «Ella hizo alcalde de Barcelona a Narcís Serra, que un día acudió a la emisora para pedirle ayuda. Encarna le hizo entonces una entrevista que conmocionó a todo ese cinturón industrial de la ciudad, y él lo reconocería luego». Al cabo de un tiempo, fue la locutora quien le pidió ayuda a Serra para que no se emitiera el famoso sketch donde Martes y Trece parodiaban unas vacaciones de Isabel Pantoja y ella en Palma de Mallorca. El alcalde le dio entonces la espalda, algo que ella nunca pudo perdonarle. 

En septiembre de 1984, la COPE fichó a la almeriense para dirigir desde Madrid el vespertino Directamente Encarna, donde durante años lograría mantenerse líder de audiencia en su franja horaria. Gracias al buen salario que percibía por presentar este programa, junto a las promociones inmobiliarias y las comisiones por cada evento que organizaba, Sánchez generó un enorme patrimonio que le valió para colmar de atenciones y regalos a algunas de las poquísimas personas a las que dejaba entrar en su círculo íntimo. «Yo soy un peligro público para cualquier tipo de poder», comentó una vez Sánchez, que no tenía problema en agarrar el teléfono y marcar el número de la persona que fuese para pedir favores, hacer advertencias o, directamente, practicar extorsión mediante amenazas. Así lo hizo cuando, en julio de 1993, se produjo un robo en su casa en La Moraleja.

Mientras ella se encontraba de viaje en Sevilla, alguien se llevó los 43 millones de pesetas en efectivo que escondía en el armario de su dormitorio. La locutora acudió a una comisaría para denunciar los hechos, y en el Juzgado número 5 de Alcobendas declaró que sospechaba que el ladrón podía ser su chófer, o alguna de las tres personas que tenía empleadas en el servicio doméstico. Cierta persona interesada en desprestigiar a Isabel Pantoja llegó a poner el foco sobre ella, pese a que la cantante se encontraba de gira por Latinoamérica la noche de marras. 

A Encarna no le tembló el pulso para realizar una llamada al entonces ministro del Interior José Luis Corcuera. «No te preocupes. Yo ahora le digo al director de la Policía que ponga interés y que ponga buena gente ahí», le respondió él, sin despeinarse, antes de encomendar la tarea al comisario Villarejo. «Corcuera habló con Felipe González», dice Galiacho, «y le dijo que el tema era asunto de Estado, porque a ellos les venía de puta madre controlar a Encarna, que era el azote del PSOE en un momento de gran corrupción. Villarejo pinchó todos los teléfonos de Encarna Sánchez, y de ahí salieron esas célebres conversaciones sobre los 43 millones. Villarejo sí sabe dónde fue a parar el dinero, y de hecho se lo dijo a Encarna, pero ella nunca lo quiso decir, quizás por proteger a alguien de su entorno. En cualquier caso, aquel día solo estaban en su casa el personal de servicio y Tere Pollo, secretaria personal de Isabel Pantoja, que se personó allí junto al pequeño Kiko Rivera, al que pusieron a ver una de esas películas de vaqueros que a él le gustaban. A partir de ahí, no se sabe ya qué ocurrió».

Precisamente, Isabel Pantoja se convirtió en la gran obsesión de Encarna Sánchez. «Isabel fue la persona más importante en su vida», opina Galiacho. «La suya fue una vida de sufrimiento, y creo que solo fue feliz con Isabel, entre 1990, cuando su relación se afianza por el programa de Antena 3 [‘Y ahora, Encarna’], y finales de 1992. Se fueron distanciando poco a poco cuando llegó la enfermedad de Encarna y el comportamiento de ella se volvió cada vez más agrio. Isabel se dio cuenta de que Encarna le cerraba muchas puertas». Aun así, la ruptura definitiva entre ambas se produjo a raíz de la publicación, en verano de 1995, de unas fotografías donde Isabel y María del Monte disfrutaban con complicidad de una jornada playera. La periodista, a la que aquello le rompió el corazón, se sintió traicionada por ambas y nunca llegaría a perdonarlas.

El final de Sánchez fue tan dramático como la mayor parte de su vida. Durante un tiempo, la locutora viajó a lugares como Houston y París para seguir un tratamiento contra el cáncer que le fue diagnosticado en 1992 y que, a principios de 1996, la dejó postrada en cama. «Encarna quería vivir», apostilla Galiacho sobre la periodista, que murió sin dejar testamento —lo que ocasionó que su otrora amiga Clara Suñer terminara convertida en su heredera universal—. «Encarna creía que no tenía testamento, y lo que tenía que dar, lo dio. Llegó a pedirle a su médico que le hiciera un certificado donde constase que estaba lúcida, porque así podía dar poderes. De hecho, estableció un poder quince días antes de fallecer. Como Pedro Pérez no lo quiso, se lo otorgó a sus administradores, que eran los únicos que manejaron todo el dinero de Encarna, y a los cuales luego contrató Clara Suñer. Ahí está la cuestión. Pero lo fácil es decir que no había un puto duro, porque así no había que declarar nada. Todo son leyendas. Este es el libro definitivo, porque por vez primera se pone a cada uno en su sitio».

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