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'Huntington Beach': la luz surfera de California manchada por la peor cara del ser humano

El clásico de la novela negra se traduce por primera vez al castellano

‘Huntington Beach’: la luz surfera de California manchada por la peor cara del ser humano

Portada 'Huntington Beach'

«La mayoría de la gente que llega a Huntington Beach –la meca del surf en el sur de California– lo hace en busca de sus olas y sus fiestas interminables. Pero lo que Ike Tucker quiere es encontrar a su hermana y a los tres hombres con los que la vieron por última vez». Así comienza la sinopsis de Huntington Beach, todo un clásico del género negro que la editorial Libros del Asteroide publica por primera vez en castellano, con una más que destacable traducción a cuenta de Inés Marcos. Su autor, Kem Nunn, es un novelista y guionista californiano que debutó con esta historia, mereciendo ser finalista del National Book Award con su publicación en 1984. Casi cuarenta años han pasado desde entonces, pero no ha envejecido en lo troncal la que está considerada por muchos como una de las grandes novelas sobre surf, y que fue también inspiración para la cineasta Kathryn Bigelow. La directora americana rodó a partir de ella Le llamaban Bodhi (1991), una película de culto protagonizada por Keanu Reeves y Patrick Swayze. 

Cuando una piensa en California, le vienen a la mente esos versos soñadores de la canción de The Mamas and The Papas: «I’d be safe and warm (I’d be safe and warm), If I was in L.A. (if I was in L.A.)», y también el recuerdo apacible de atardeceres lentos y muy naranjas en Santa Mónica. Sin embargo, la lectura de Huntington Beach revela otra cara de la costa oeste americana, una plagada de sordidez por la que surfistas, moteros, punks y camellos desfilan a sus anchas. El ecosistema delictivo que Nunn retrata contrasta con la luz poderosa de esa latitud, y por eso la prosa del autor, aunque sobria, refulge como las luces de neón de los garitos sobre la superficie cromada de la moto Knuckle de Preston, uno de los personajes principales.

El autor americano, responsable también de obras como Unassigned Territory (1986), Pomona Queen (1992), The Dogs of Winter (1997), Tijuana Straits (2004), ganadora del Los Angeles Times Book Award y Chance (2014),es parco pero certero, y sabe lo que se hace: Ike, el protagonista, busca a su hermana, pero también se busca a sí mismo; disparatada, ansiosamente. Esa es la premisa de este libro, que crece además con el hecho de que Ike nunca antes había luchado, porque su vida en el desierto de San Arco no revestía complicación ni reto: se crió a la sombra del ímpetu de su hermana, que lo embarcaba en decenas de aventuras mientras él se dejaba hacer. Abandonados por su madre y de padre desconocido, los dos habían crecido como crecen la carne y el hueso. Sin embargo, Ellen era un torbellino de valentía mientras que Ike se derretía como una mancha de aceite de las motos que arreglaba en el negocio de su tío, secándose al sol furibundo de San Arco.

Sin embargo un día, dos años después de que su hermana se largara tras un incidente agrio entre los dos, un chico llega hasta el taller para darle una pista de qué le ha podido suceder. Tras una breve conversación, le entrega un papel con tres nombres de varones, y le dice que junto a ellos se fue Ellen rumbo a Huntington Beach. Así, Ike empaca sus mínimas pertenencias y se lanza a la aventura de buscarla en un viaje iniciático de los 18, solo que al centro mismo del mal. Ni siquiera conocía el mar antes de poner un pie allí, aunque sí sabía de la turbiedad del polvo del desierto.

No se puede leer Huntington Beach sin que resuenen con fuerza los ecos de la maldad pastosa que James M. Cain desplegó en El cartero siempre llama dos veces, y sin que las manos que pasan las páginas queden perdidas de esa misma desesperanza y falta de oportunidades. Pero ambos autores son certeros en indagar en el peor lado del ser humano, ese que se camufla en miradas duras, grasa de neumáticos, droga y violencia extrema. 

La descripción del ambiente ochentero de la costa oeste americana, con tintes aún hippies, es otro motivo para leer la obra. Y para los amantes de las tablas, o incluso para los que solo se emboban mirando sus piruetas, la novela es una delicia de la que les ofrecemos un botón: «Consiguió ponerse de pie y enseguida se dio cuenta de que empezaba a ganar más velocidad de la habitual, pero que, precisamente gracias a la velocidad, era más fácil mantener el equilibrio. Poco a poco la masa de agua ralentizó su avance y comenzó a formarse una nueva ola. Ike se inclinó y la tabla avanzó con suavidad bajo sus pies. La pared creció frente a él, con la cara lisa y brillante salpicada de blanco, mientras él avanzaba en paralelo a ella, no ya a trompicones, como en la zona espumosa, sino con un movimiento suave y rápido. Estaba surfeando una ola». Por fragmentos como este, capaces de transportar al lector al interior del tubo de una ola, Huntington Beach se ha ganado también un lugar de honor entre los aficionados al surf.

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