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Cultura

'Las vidas que no viví', las voces de los otros en el paraíso perdido de Menorca

Patricia Almarcegui nos habla en su último libro de los destinos cruzados de dos mujeres que se encuentran en la isla

‘Las vidas que no viví’, las voces de los otros en el paraíso perdido de Menorca

Patricia Almarcegui. | Editorial Candaya

Patricia Almarcegui es viajera y escritora, autora de cuadernos y diarios de viaje, además de novelas. Asimismo es profesora de Literatura Comparada. Por ello no es raro que en Las vidas que no viví (Candaya, 2023) se entrecrucen países, historias, crónicas y literaturas. Además, fue bailarina profesional entre los 16 y los 21 años, antes de dedicarse a la academia. Así que tampoco extraña la chispeante gracilidad de su prosa festiva, que busca entre los recovecos de la belleza de una Menorca cambiante, hermosa y paradisíaca, pero también hostil e incómoda. Como ella misma dice de su pasado como bailarina de clásico y contemporáneo, «después de toda una formación como bailarina, estar sola girando y haciendo equilibrios en el escenario, todo resulta casi fácil». Y es así como va engarzándose esta novela, con una facilidad ufana, en pequeños giros temporales que van hilvanando historias de tiempos y lugares, con centro en el presente y en la isla de Menorca.

Las vidas que no viví nace hace unos cinco años, cuando la autora comenzó un proyecto de entrevistas con una treintena de mujeres de diferentes edades y países, tratando de averiguar cuáles eran o podían ser sus preocupaciones comunes, dificultades, sueños. Entretanto, dio a imprenta el celebrado libro de viajes Cuadernos perdidos de Japón (Candaya, 2021). En un determinado momento, se dio cuenta Almarcegui de que aquel material periodístico que tenía acumulado pedía un territorio de ficción. De ahí nacen dos personajes y dos espacios: Irán (y Paris, una mujer mayor), Menorca (y Anna, una mujer en la mitad de la treintena), que acabarán coincidiendo en la isla de Menorca. Dos espacios muy vinculados sentimentalmente con la propia autora, pues es en Menorca donde reside desde hace unos diez años, y es Irán un país en el que ha pasado mucho tiempo y con el que mantiene numerosos vínculos.

Portada de Las vidas que no viví

Así, la novela se concreta en un diálogo entre las dos mujeres, que recorre espacios, vivencias, memorias y anhelos, como en una suerte de larga noche eterna, ya que ambas no necesariamente están la una frente a la otra mientras se sostiene este diálogo. Sí se concretará hacia el final del libro, cuando coinciden en un hotel abandonado y ocupado, próximo a ser demolido después de haber sido adquirido por un fondo de inversión. La una (Anna) embarazada y sola; la otra, también sola (pero no embarazada), esperando la posible llegada de un visitante.

Naufragios y supervivientes

No sin gran carga metafórica (de la que está preñada todo el libro) se abre la novela con un naufragio: el del Général Chanzy, en 1910, un barco que hacía la ruta entre Marsella y Argel. Ya ahí se nos demuestra la hermosura de la naturaleza, pero también su brava hostilidad. Tono que irá apareciendo durante el resto del trayecto narrativo, pues el libro está planteado como un viaje por las vidas de las dos mujeres protagonistas, lo que implica no solo bucear en la intrahistoria de sus familias, sino también en la historia más grande de sus dos lugares de origen. Y, de ahí, como una metáfora paralela a la de la naturaleza surge uno de los grandes temas del libro: la maternidad. «La maternidad es importante porque es una decisión que todas las mujeres de cualquier generación se plantean, se tienen que enfrentar a ella. Es algo común a cualquier mujer de cualquier generación y de cualquier país», dice Almarcegui . «Además, cuando se es madre, se acaba manteniendo una relación diferente con tu madre. La maternidad es uno de los grandes temas de la mujer en estos momentos», añade.

A pesar de lo que pueda parecer, no quedan tan lejos Irán y Menorca. «Paris y Ana, las dos protagonistas del libro, no están tan alejadas, a pesar de donde nacen, donde viven y de la edad que tienen, eso es, de hecho, uno de los motivos que me llevó a escribir la novela», confiesa Almarcegui. Y agrega: «El saber que hay una serie de cosas que le ocurren casi siempre a las mujeres frente a las que hay que decidir. Ya que son cosas que se deben al contexto en el que creces y que provocan unas heridas, y son heridas que hay que reparar». Así, en Las vidas que no viví, esa conversación que se produce entre ambas funciona como intento de reparación mutuo. Almarcegui se ha dado cuenta en sus viajes y hablando con la gente de que, «sean de la generación que sean, todas las mujeres se han encontrado con esas dificultades, dudas y cuestiones que vienen a ser las mismas para todas».

Patricia Almarcegui, en Las vidas que no viví, se hace eco de una cita del Libro de las ausencias del escritor mexicano Eduardo Ruiz Sosa, que dice así: «A veces uno debe inventarse la voz de los otros para que la propia [no] se haga presente». Este es, al fin, el leit motiv del libro, hablar con las voces de otras para hablar, también, de la universalidad de una misma.

Naturaleza y resistencia

En esta novela el huerto es importante. El que se encuentra en el viejo hotel Torrepetxina, a punto de ser demolido, y que se cuida con esmero, y a pesar de todo, a pesar de saber que no es el huerto propio de Paris, a pesar de saber que pronto todo acabará en ruinas cuando vengan las máquinas a consumar la demolición, ella sigue cuidándolo, cada día, como símbolo de rebeldía y fuerza y apuesta por la belleza. «El huerto es un espacio de resistencia, también el jardín, y lo es porque tiene vida propia y aunque tú decidas no hacerlo, no cuidarlo, pues obviamente la vegetación sigue saliendo», dice Patricia Almarcegui. «Muchas veces no hay ni siquiera que actuar sobre él, porque es un espacio en sí mismo, los pájaros hacen lo que les da la gana, las lombrices también. Crece de cualquier manera todo allí, por eso es una resistencia, porque no hay que intervenir en él, y porque, a pesar de las circunstancias, tenemos un espacio político que sigue funcionando sin nadie», afirma la escritora zaragozana afincada en la isla.

A este respecto, podemos hablar de la literatura de Almarcegui como englobada en la tendencia de la liternatura. «Yo hablo de belleza, de diluvios, de catástrofes naturales, de huertos, hablo también de jardines, y eso es la naturaleza». La liternatura es como la naturaleza se representa en los libros, y sobre ello, opina Almarcegui, que la naturaleza habría de ser reconsiderada. «Creo que en el contexto que estamos ahora mismo de crisis climática tendríamos que cambiar la mirada sobre la naturaleza, no hablo sobre la acción de la naturaleza, sino sobre que quizá habría otras cosas que habrían de formar parte de ella, cosas que habría que naturalizarlas para que formen parte también de la naturaleza».

«Menorca se relaciona con la naturaleza y con el paraíso perdido, es hermosa, a todos nos gusta mucho Menorca, pero también es curioso cómo acabamos viendo bellas las cosas que nos gustan cuando la relación que mantenemos con ese lugar es de ocio o vacación; porque cuando estás trabajando en un lugar lo ves diferente», dice Patricia Almarcegui. Y asegura: «Nos gustan aquellos lugares de los que podemos disfrutar en nuestro tiempo y en nuestro ocio». Añade la escritora y viajera que ahora Menorca es otra cosa, a diferencia de hace diez años, cuando ella vino; ya no es tan paraíso. Quizá porque los paraísos soñados no son siempre (todo) lo que parecen.

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