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Economía

El gráfico que explica la ira de Putin

La evolución del poder adquisitivo en los países vecinos de Ucrania que pertenecen a la UE explica la creciente desafección hacia la «oferta» rusa

El gráfico que explica la ira de Putin

El yate del ruso Roman Abramovich. | Albert Gea (Reuters)

Que si la madre patria injuriada por Occidente, que si la historia y los imperativos de la abisal alma rusa, dicen Putin y su propaganda. Bien, no decimos que no. Quizá. Pero echemos un vistazo a los números. La gestora de activos alemana DWS propone un gráfico con el sugestivo título de «El verdadero motivo de la guerra de Putin». Johannes Mueller, head of Research de la casa, apuesta a un clásico: un simple gráfico del poder adquisitivo. Lo veremos con detalle, pero adelanto un breve resumen, para ir entendiéndonos: el motivo es la envidia. Envidia de la Unión Europea. Como aspirante a «padrecito» (título que se autoimpuso Stalin, por cierto), Vladimir puede dar miedo (caro) y admiración (barata) a un líder capaz de posar a caballo con el torso desnudo. Pero nunca podrá competir con la UE en lo que de verdad distingue a un padre de familia: la fecundidad proveedora. Por eso Ucrania se estaba alejando de su regazo. Y no lo podía soportar.  

Las diferentes instituciones internacionales usan el PPA para comparar el nivel de vida de diferentes países porque ajusta la capacidad de compra a los diferentes tipos de cambio.

Veamos. Dice Mueller que «la Unión Europea ejemplifica cómo se pueden combinar la libertad económica y la libertad política. Eso la convierte en una amenaza para el Kremlin». Y lo desarrolla con un poco de historia. Pero, a diferencia de Vladimir Putin, no se remonta a unos remotos orígenes medievales, tipo abuelo cebolleta, sino un poco más acá: «Si algo unía a los ciudadanos del bloque comunista a principios de los años 90 era la esperanza de dejar atrás la miseria soviética. Con independencia de su nacionalidad o de su edad, los ciudadanos aspiraban a llevar una vida ‘normal’, tal y como la entienden la mayoría de los ciudadanos de las sociedades democráticas de Occidente. Tener libertad para enriquecerse, pero, también, para leer y pensar lo que uno quiera y decir o escribir lo que piensa, sin miedo a la represión del gobierno o a una invasión extranjera». 

¿Te acuerdas, Vladimir? A ti aquello te pilló precisamente como agente del KGB acuartelado justo en Alemania. La del Este, claro, esa de la que gente quería salir. Tú estabas allí para evitarlo. Hacia el otro lado no había problema, ahí podías relajarte, nadie moría acribillado por intentar cruzar el muro hacia el paraíso comunista de la República ¿Democrática? Alemana. Cuando la evidencia de que los insolentes hijos sajones y prusianos no querían ser rusos era ya excesiva incluso para la esquizofrenia soviética, y el muro cayó a golpes de la gente (que diría el otro), tus jefes te llamaron de vuelta a casa, donde empezaste desde cero a elaborar el Padrecito 2.0.  

Mientras, en el otrora paraíso comunista patrocinado por la Madre Rusia… «30 años después», continúa su relato Mueller, «algunos países han tenido más éxito que otros en términos puramente económicos». Y aquí, lo siento padrecito, salen los números a relucir. «Si comparamos la paridad del poder adquisitivo a precios actuales, observamos que, cuando acabó el comunismo, Ucrania tenía prácticamente el mismo producto interior bruto (PIB) per cápita que Polonia. Hoy es menos de la mitad. De hecho, Polonia ha logrado superar por un buen margen a Rusia, a pesar de que esta última es rica en materias primas. Lo mismo puede decirse de Letonia, mientras que a los otros dos Estados bálticos (Estonia y Lituania) les ha ido incluso mejor».

Ucrania está en plena encrucijada. Podría haber seguido ejerciendo de colchón, pero a los ucranianos les fastidiaba eso de «os ha tocado, se siente». Imagínese que está usted mirando a un lado y al otro. ¿Por qué no me dejan escoger? Imperativos históricos, geopolítica … Bien, no decimos que no. Ahora… ¿nos dejan elegir? Pues no. Bueno, no exactamente. En realidad es que dentro de vosotros hay un ruso deseando salir a la santa superficie de la patria. Ese es el que tiene que elegir, pero como vuestras impías ansias de libertad y prosperidad no lo dejan hablar, nosotros lo hacemos por él. Porque, más que impiedad, lo vuestro es insania manifiesta. Para prosperidad, la de Rusia. Un imperio inmenso donde además uno se puede hacer muy, pero que muy rico.  

Eso último es cierto. El problema es que, para ello, hay que encontrar la oportunidad de entrar en una corte muy selecta, la de Vladimir, primer paso para ser millonario al estilo que solo sus amigos pueden: sacando la pasta de, precisamente, Rusia. Hablamos, por supuesto, de los oligarcas. Las noticias de los megayates partiendo rumbo a las esteparias islas Maldivas y Seychelles para evitar expropiaciones, de mansiones en esa extensión de Siberia que es Marbella, de clubes de fútbol en la tundra londinense… todo eso puede sonar a tópico pintón, fácilmente utilizable como propaganda en tiempos de guerra. Solo que es verdad, nadie lo niega, y sobre todo tiene una base, otra vez, avalada por los malditos números. Mueller introduce el escalpelo en Rusia y descubre que «el gráfico probablemente minimiza el desempeño económico de Rusia desde el punto de vista del ciudadano medio y no solo porque Rusia partía desde un nivel de rentas más alto, al ser el centro industrial y la capital imperial del antiguo bloque soviético. Desde los años 90, la distribución de rentas y de riqueza parece haber sido extremadamente desigual: según algunas estimaciones, en 2015 el volumen de riqueza privada que los grandes patrimonios rusos habían sacado de Rusia superaba tres veces la cifra oficial de reservas netas en divisa extranjera del país».

Putin ofreció su modelo a las élites ucranianas, que obviamente aceptaron. Tipos como Víktor Yanukóvich gobernaron a su estilo y los ucranianos tragaron y tragaron hasta que, en 2013, cuando tocaba negociar el acuerdo de asociación con la UE, como había prometido, recibió una llamada de Moscú y donde dijo Diego… Y por ahí ya no. El sueño europeo es el límite que los ucranianos no aceptan traspasar. De todos: esa inmensa mayoría que no puede comprarse un yate ni un equipo de fútbol y prefiere tener el nivel de vida y la libertad de las clases medias estonia o polaca. De ahí las famosas protestas de Euromaidán, que en ucraniano no significa otra cosa que Europlaza. O sea, todos a la plaza a decirle a los políticos que vale que sean unos corruptos, pero que por los menos la esperanza de la UE no nos la toquen. Yanukóvich tuvo que recular y convocar unas elecciones en las que, obviamente, los ucranianos ya solo se fiaban de quienes se declaraban más europeístas que la Merkel.

Mueller concluye: «A diferencia de lo que parece pensar Putin, hace tiempo que los ucranianos se consideran a sí mismos una nación europea y claramente independiente en proceso de definir su posición con respecto a sus países vecinos. Y, por si fuera poco, quieren decidir su propio futuro mediante elecciones libres y justas, como se hace en la mayor parte de Europa. Que Putin se sienta mortalmente amenazado por esto dice tanto sobre su régimen como las terribles imágenes de ciudades bombardeadas que está viendo el mundo estos días».  

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