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Los rumores sobre la muerte del dólar son exagerados

El abuso de las sanciones económicas por parte de Washington ha llevado a muchos países a reconsiderar la conveniencia de usar el billete verde para sus operaciones, pero ¿qué alternativa hay?

Los rumores sobre la muerte del dólar son exagerados

Billetes de dólar. | Dado Ruvic (Reuters)

Uno de los sueños húmedos de Vladimir Putin es que el petróleo deja de venderse en dólares. «¿No equivale eso a una quiebra de […] Estados Unidos?», se pregunta Rafael Poch. Más o menos. Piensen en lo que hizo el desplome del baht tailandés con Asia en 1997. El baht es una divisa insignificante de una economía modesta, pero su venta indiscriminada provocó una profunda crisis regional. Ahora imagínense a los inversores saliendo de forma desordenada del dólar. La Gran Depresión palidecería a su lado. ¿Es un escenario verosímil?

Poch cree que el bloqueo de las reservas del Banco de Rusia es autodestructivo «para la hegemonía del dólar». Lo que Washington le está diciendo al resto del mundo es que, si su política no le gusta, puede incautarse de su riqueza, y eso está creando las condiciones para la emergencia de una alianza monetaria alternativa en torno a China y los BRIC. 

No conozco a Poch, aunque por el tenor de su texto intuyo que muy de derechas no es. Pero una tesis similar defendía en junio de 2020 The Economist, que no es sospechoso de comunista. «El recurso agresivo a las sanciones», titulaba, «pone en peligro el reinado del dólar». Y reproducía unas palabras que pronunció Jack Lew en 2016, cuando todavía era secretario del Tesoro de Barack Obama. «Es un error pensar que [las sanciones] salen gratis. Si vuelven el entorno comercial impredecible o si interfieren en el flujo mundial de capitales, las transacciones financieras podrían comenzar a moverse fuera de Estados Unidos».

Un poco de historia

A principios del siglo XX, el dólar no desempeñaba ningún papel en el ecosistema internacional. En el orden de picoteo, venía por detrás de la libra esterlina, el marco alemán, los francos francés, suizo y belga, el florín holandés… Aunque el PIB de Estados Unidos ya era el primero del planeta, su economía resultaba demasiado volátil. En las décadas que van de la batalla de Sedan en 1870 al atentado de Sarajevo, mientras Europa disfrutaba del largo periodo de estabilidad conocido como la Belle Époque, Estados Unidos encadenó una docena de recesiones y corridas bancarias

Con la creación del Sistema de la Reserva Federal en diciembre de 1913 y el estallido de la Primera Guerra mundial los papeles se invirtieron. La volatilidad se disparó en Europa y se redujo en Estados Unidos, aumentando el atractivo de sus activos y su moneda. Hacia 1920 ya había desbancado a la libra y hoy la mitad del comercio internacional se factura en dólares. También es la divisa favorita de los bancos centrales y los mercados de capitales.

En 1965, el entonces ministro francés de Finanzas Valéry Giscard d’Estaing se refirió a esta situación como un «privilegio exorbitante», y no le faltaban motivos. «El turista americano que paga con dólares al taxista de Nueva Delhi se ahorra la molestia de cambiar su dinero», escribe el catedrático de la Universidad de California Barry Eichengreen. Lo mismo pasa con los empresarios. Un fabricante alemán que paga a sus empleados y a sus proveedores en euros se encuentra con que en China no aceptan más que dólares, lo que lo obliga a convertirlos y pagar las comisiones correspondientes. 

Pero hay más. La insaciable demanda de dólares constituye un fabuloso negocio. «Cuesta unos pocos centavos […] imprimir un billete de 100 dólares, pero para comprarlo hay que aportar el equivalente a 100 dólares de verdad en bienes y servicios», observa Eichengreen. Esa diferencia se llama señoreaje, un término que evoca el derecho medieval del señor feudal a quedarse con una parte del metal empleado para acuñar cada pieza. Aunque saberlo con precisión es complicado, los investigadores de la Fed Richard Porter y Ruth Jude calculan que entre el 55% y el 70% de los billetes que emite Estados Unidos acaban en el extranjero. Eso serían entre 955.000 millones y 1,2 billones de dólares. Si añadimos los 7,5 billones en bonos del Tesoro colocados por todo el mundo, obtenemos un formidable aluvión de liquidez que explica por qué Washington puede permitirse un déficit comercial que en otros países habría ocasionado una grave crisis.

La gran rebelión

Como dice Spiderman, un gran poder conlleva una gran responsabilidad y el uso que la Casa Blanca ha hecho de su privilegio exorbitante ha sido reiteradamente cuestionado. Y no me refiero a los sospechosos habituales, los dictadorzuelos populistas y demás calaña. Fue en el corazón de Europa en donde surgió en los años 90 la iniciativa de plantearle una alternativa, después de que la voladura de Bretton Woods por Richard Nixon en 1971 sumiera la economía internacional en una montaña rusa de inflaciones y deflaciones.

Y si el torpe manejo de los choques petrolíferos convenció a la UE de que tenía que (intentar) distanciarse de Estados Unidos, el mal manejo de la crisis asiática indujo a China a promover el yuan. Finalmente, el uso y abuso de las sanciones económicas, que Donald Trump llevó a una nueva dimensión, han terminado de convencer a los que aún no lo estaban de la conveniencia de dar la espalda al billete verde.

Se dan, además, dos circunstancias que facilitarían el relevo. Para empezar, el peso de Estados Unidos en la economía ya no es el que era. Al término de la Segunda Guerra mundial suponía el 50% del PIB planetario. Hoy se ha reducido al 22%. Y luego las nuevas tecnologías han creado canales (pago directo entre entidades, divisas electrónicas) que permiten sortear al gendarme americano.

Moscú es el que más lejos ha llegado en su desdolarización. Desde 2013, el Banco de Rusia ha reducido drásticamente sus reservas en billetes verdes: del 40% al 16,6%. El Kremlin también acometió a partir de 2018 una venta masiva de bonos estadounidenses, que han pasado de 96.100 millones de dólares a apenas 2.409 millones.

A pesar de este meritorio esfuerzo, no va a ser Rusia quien socave la supremacía de Estados Unidos. Su economía es un poco mayor que la española. Pero, ¿qué sucede con la UE y China? Entre ambas suman casi un tercio del PIB mundial. 

Para erigirse en divisa hegemónica, sin embargo, no basta con una economía grande. Hacen falta además instituciones sólidas y políticas adecuadas y, si en la métrica del tamaño Estados Unidos ha podido ceder terreno, en las otras dos conserva bastante ventaja. 

La realidad

«Nunca debemos cejar en nuestro empeño de fortalecer [el euro]», señala en Mi Agenda para Europa la presidenta de la Comisión Ursula von der Leyen. Y hay que reconocer que la moneda única ha realizado indudables progresos en dos décadas. Ya representa el 20% de las reservas de divisas y se utiliza en el 40% de los pagos transfronterizos y en más de la mitad de las exportaciones. Pero, como señala Eichengreen, es una moneda sin Estado. Se lanzó antes de tener resueltos todos los detalles técnicos y, como se vio a lo largo de la crisis griega, con cualquier enganchón se deshilacha.

En cuanto a China, el problema es el contrario: tiene demasiado Estado. Cuando en 2015 el FMI incorporó el yuan a la cesta que respalda sus DEG (derechos especiales de giro, el dinero del Fondo), muchos anticiparon que no tardaría en dar el sorpaso al billete verde. Desgraciadamente, ese mismo verano estalló una burbuja inmobiliaria en el gigante asiático, la bolsa de Shanghái perdió un tercio de su capitalización en un mes y, para atajar la caída, las autoridades impusieron férreos controles de capitales. Puesto ante el dilema de disputar la hegemonía al dólar o estabilizar su economía, Pekín optó por lo último y así ha seguido. Y como el panorama de ver tus fondos atrapados en un país no entusiasma a los inversores, la cuota del yuan como medio de pago internacional se ha mantenido en un humilde 2%. 

«El dólar tiene sus problemas, pero también sus rivales», filosofa Eichengreen. Por todo ello, ese colapso con el que sueña Putin no parece inminente. El dólar es, como el Real Madrid, un líder sólido, que depende solo de sí mismo. Donald Trump fue, por seguir con la analogía, un pésimo entrenador. Joe Biden es más sensato, pero, como Carlo Ancelotti, tampoco debe relajarse.

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