THE OBJECTIVE
La otra cara del dinero

¿Tendrían los padres que cobrarles a sus hijos el alquiler del piso, la alimentación, la luz y el agua?

La familia es el ámbito del afecto y la comprensión, pero seguro que tampoco le viene mal un poco de cultura financiera

¿Tendrían los padres que cobrarles a sus hijos el alquiler del piso, la alimentación, la luz y el agua?

La familia es el ámbito del afecto y la comprensión, y la empresa, el de los resultados y la eficiencia, y confundirlos lleva al ridículo, cuando no al desastre. | TO

TikTok arde desde que Samantha Bird desveló en un vídeo cómo enseña finanzas a sus hijos de seis, siete y nueve años.

Cada niño recibe un sueldo de seis dólares y «el primer día de cada mes —explica la madre— les cobramos un dólar por el alquiler, otro por la comida y otro por la luz y el agua». El resto de los emolumentos pueden administrarlos como deseen, pero consignándolo en el correspondiente dietario. «Queremos que aprendan lo que son las facturas ahora, en un entorno seguro».

Aunque Bird ha recibido numerosos apoyos, no todos comparten sus métodos.

Hay quien estima que no existe base legal para reclamarle pagos a un menor, quien habla directamente de explotación o quien simplemente señala que las criaturas no van a enterarse de nada y van a estresarse. «Son demasiado pequeños —sostiene Apple User882449415. Hay una elevada posibilidad de que se obsesionen con el dinero y desarrollen ansiedad».

Debo confesar que a mí tampoco me entusiasmó la idea cuando me enteré por la radio. ¿Por qué?

Una existencia multinivel

Nuestra vida se desarrolla en ámbitos diferentes y en cada uno de ellos rigen también principios diferentes.

La familia es el espacio del afecto y la comprensión, y la empresa, el de los resultados y la eficiencia, y confundirlos lleva al ridículo, cuando no al desastre. Si su hijo no rinde académicamente, no lo despide y contrata a otro más listo. Y cuando elegimos pareja, nos inspiramos en el amor, el atractivo sexual o ambos, pero no está bien visto que un consejero delegado seleccione a sus empleados en base a esos mismos criterios.

Lo que nos choca del vídeo de Samantha Bird es esa confusión de ámbitos.

¿Hay algo más contra natura que obligar a pagarse el alquiler y la comida a un mocoso que no levanta medio palmo del suelo? Parece sacado de una novela de Dickens. «¿Qué pasa si un mes no le alcanzan los fondos? —le pregunta a Bird un tal Hugh—. ¿Lo desahucia y se muere de hambre?»

Los límites del mercado

A la izquierda siempre le ha preocupado el insaciable afán de mercantilización de los neoliberales, y no sin fundamento.

Como denuncia Michael Sandel, hoy en día casi todo se vende: el acceso al centro de las ciudades, la nacionalidad, el vientre de las mujeres. Envolvemos los autobuses con carteles de Kentucky Fried Chicken y subastamos al mejor postor el nombre de los estadios o de las estaciones de metro. Nike incluso pagó 100.000 euros al Ayuntamiento de Barcelona para embutir la estatua de Colón en una de sus camisetas.

Este empeño por someterlo todo a la economía es peligroso.

No existe mecanismo mejor que el mercado para asignar recursos, pero ni siquiera Friedrich Hayek tuvo el candor de considerarlo equitativo. En Los fundamentos de la libertad niega que «las recompensas materiales» que otorga se correspondan con «lo que los hombres reconocen como mérito». El éxito depende de los vaivenes de la oferta y la demanda, que no tienen nada que ver con la virtud. Para comprobarlo, basta con comparar lo que gana un buen futbolista con lo que gana un buen maestro.

«El capitalismo no es moral —sentencia el filósofo André Comte-Sponville—. Nos corresponde, por consiguiente, serlo a nosotros».

En el nombre del bien se hace lo peor

Eso no significa, sin embargo, que haya que someterlo todo a la ética.

«Es en nombre del Bien —dice Comte-Sponville—, como casi siempre se permite lo peor». Los yihadistas que se inmolaron contra las Torres Gemelas lo hicieron para librarnos del pecado. Y los bolcheviques pretendían acelerar el advenimiento del paraíso comunista cuando decretaron en 1919 la ejecución de rehenes inocentes, y pocos mataron, en opinión de León Trotski. «Si la Revolución [rusa] hubiera manifestado desde el principio menos inútil generosidad —se lamentaría años después—, centenares de vidas se habrían ahorrado en lo que siguió».

¿Cuál es la síntesis ideal de ética y política, de moral y negocios? ¿Cuánto afecto hay que poner en la empresa, si es que hay que poner alguno? ¿Y cuánta eficiencia hay que poner en la familia, si es que hay que poner alguna?

Amor o dinero

«¿Qué vale más, subjetivamente, para los individuos que somos? —se pregunta Comte-Sponville—. Por supuesto, puede depender de los casos… Pero yo creo que la mayoría de nosotros […] respondería […]: amar y ser amado». Y si alguien dijera: «Para mí, lo que vale más, no es el amor, sino el dinero», la mayoría pensaríamos: «Qué rarito».

Pero, para los grupos, la cosa cambia.

«Tomemos —sigue Comte-Sponville— la empresa en la que ustedes trabajan o la que dirigen. Imagínense que, de pronto, por una razón X o Y, desaparece por completo el amor. ¿Qué sucedería?» Nadie va a la oficina por amor, así que el ambiente «sería un poco más difícil y triste», pero la diferencia sería «marginal. Es verosímil que el experto financiero o los accionistas no se dieran cuenta de nada».

Supongan ahora que, en esa misma compañía, desapareciera el dinero: supondría su fin instantáneo.

Una trágica inconsistencia

«Lo más valioso para los individuos —concluye Comte-Sponville— nunca es lo más importante para los grupos».

Lo sabemos desde Maquiavelo. La lógica (o la razón) del Estado no coincide con la de las personas. Muchos crímenes que engrandecen a la república repugnan a los particulares. Esta trágica inconsistencia nos condena a una insatisfacción permanente, porque no existe una síntesis unánime y definitiva.

La vida consiste en una permanente búsqueda de equilibrios.

Debemos aceptar el principio rector de cada ámbito, pero sin abandonarnos por completo a él. Una empresa debe gestionarse ante todo con rigor contable, pero mejora cuando sus integrantes se tratan con afecto y comprensión. Y en una familia deben prevalecer el afecto y la comprensión sobre cualquier otra consideración, pero seguro que tampoco le viene mal un poco del rigor contable que Samantha Bird inculca a sus hijos.

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