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Cristina Casabón

El 'kairos' en política

«¿Es el auge del radicalismo una profecía auto-cumplida que se ha lanzado a las cabezas de los votantes?»

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El ‘kairos’ en política

JuanJo Martín | EFE

En el kairos, o tiempo circular en política, recogemos lo que sembramos. Imaginar una sociedad, o una civilización como un jardín nos permite observar el tiempo cíclico, el proceso de la plantación y la cosecha. «¿Puedes plantar un jardín para detener una guerra? Depende de cómo pienses en el tiempo. Depende de lo que creas que hace una semilla, si se arroja a un suelo fértil» (Lang). Se debería lograr reconciliar de alguna forma el tiempo lineal, que los griegos llamaron chronos, y el tiempo cíclico, o kairos, que es el tiempo del cuidado de la tierra, de la siembra y de la recolección. En realidad, el kairos es también el tiempo de nuestras sociedades.

Hay algo de parecido entre cuidar un jardín y «cuidar de ‘la’ civilización». El paralelismo hace pensar no solo en los ciclos de cambio social, sino también en la importancia del arraigo de la persona con su comunidad, sus valores y su cultura. Simone Weil dejó constancia en Echar raíces de la que puede, según ella, ser la necesidad más importante e ignorada del alma humana. «Es una de las más difíciles de definir. Un ser humano tiene una raíz en virtud de su participación real, activa y natural en la existencia de una colectividad que conserva vivos ciertos tesoros del pasado y ciertos presentimientos de futuro». Y añade: «Un árbol cuyas raíces casi están podridadel todo cae al primer golpe».

Si adoptamos los conceptos del tiempo clico y el desarraigo a la hora de analizar nuestras sociedades podemos hacernos, al menos, dos preguntas para entender la convulsión política actual. La primera, ¿a qué se debe el auge y crecimiento de los partidos radicales? «La siembra ha resultado provechosa en tempestades»parece decirnos un análisis publicado esta semana donde se muestra la correlación entre la constante atención hacia Vox por parte de los partidos de izquierda y el auge del «temido partido». Podría haber ocurrido lo mismo con el auge de Podemos. ¿Es el auge del radicalismo una profecía auto-cumplida que se ha lanzado a las cabezas de los votantes?

La segunda cuestión que surge atañe a sus votantes. ¿De dónde han salido millones de votantes desarraigados, que no encuentran representación ya en el suelo infértil de la política tradicional? La cuestión del desarraigo de estos votantes «radicalizados» se hace patente, no solo en España, también en otros países europeos como Italia o Francia. Millones de votantes hoy apoyan partidos extremistas y sienten un desarraigo con respecto a la política tradicional. El desarraigo ocurre cuando existe la percepción de que se acaba el sistema de valores que te sostiene, tu representación, tu capacidad de participar en la sociedad y tu legitimidad. Y mirando al futuro próximo, pensando en el kairos o tiempo circular de nuestra sociedad, hay que volver a Simone, quien decía que hay dos caminos posibles cuando la enfermedad del desarraigo se ha instalado en una sociedad: se puede «transformar la sociedad para que las personas puedan echar raíces, o se puede extender a toda la sociedad la enfermedad del desarraigo».

Y si nos fijamos en los cambios cíclicos de nuestra política, parece que la estrategia de los partidos tradicionales hacia estos nuevos partidos conduce al desarraigo y al incremento del radicalismo, porque es básicamente oportunista. Es oportunista por dos razones. En primer lugar, los partidos tradicionales hoy azuzan a estos partidos extremistas (y les prestan excesiva atención) cuando son parte de la oposición pero pactan con ellos cuando pueden sumar votos. «Pablo, tenemos doce días para ganar», dice el candidato gris del PSOE mientras su partido tacha a toda la oposición de fascistas y bebe del frasco de la virtud democrática. Algunos de los votantes de los partidos tradicionales se han hinchado tanto de virtuosismo democrático que cuando se cruzan con un votante departido de la oposicióse ponen una pinza en la nariz. Tanta es su perfección y el miedo que tienen de contaminarse de la oposición, que buscan aliados en los extremistas que son ideológicamente afines. El extremismo, bajo esta estrategia, es malo solo cuando procede de la oposición.

En segundo lugar, la estrategia es oportunista porque se utiliza en campaña el fantasma de la radicalización para arañar votos de manera burda y desacomplejada. En esta campaña, los políticos que van de moderados son los que azuzan a los votantes, centrando la campaña en la morbosidad de la lucha contra los radicales del bando contrario, y todos los que nos enfurecemos con esta burda y desacomplejada propaganda estamos siguiendo el guión de la campaña, y dando motivos para alimentar el discurso «moderado» de «hay que luchar contra la radicalización y el auge del extremismo».

Queda expuesta la incógnita de hasta qué punto los políticos moderados hoy instrumentalizan el radicalismo, e incluso fomentan el auge de estos partidos populistas, ya sea por falta de escrúpulos o de inteligencia estratégicaResistir lo que es venenoso para el suelo ideológico, evitar las malas hierbas en la política, requiere hacerse preguntas sobre cuál es la estrategia adecuada. Toda esta especie de histerismo de masas azuzadas por gobiernos y partidos tradicionales contra del fascismo o el comunismo es una pantomima, porque al final todos los partidos tradicionales pactan, cuando les conviene, con estos partidos. Y sobre todo, porque no hay fascismo ni comunismo, sino votantes desarraigados y descontentos con los partidos tradicionales. Con este modus operandi, no es de extrañar que a largo plazo los partidos extremistas vayan acumulando votantes. En el kairos, o tiempo circular en política, recogemos lo que sembramos. 

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