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Jorge Dioni López

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«El civismo es saber cómo comportarse en cada lugar. No es lo mismo estar en una ceremonia religiosa que en la plaza Consistorial en Sanfermines»

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La Nación

La cámara se mueve con los pequeños tirones del vídeo doméstico y la luz deslumbra a las dos personas que acaban de salir de la piscina. Hasta que no reconocemos los rostros, es complicado saber si estamos en una película dogma o en un true crime. El formato ya nunca da pistas sobre el contenido. Los dos políticos, Jon Iñarritu, y Albano Dante Fachín, se secan con una toalla después de un baño nocturno, ese que suele estar entre la cena y las copas, uno de los mejores.

Suena una voz. No cuesta reconocer a Pilar Rahola, la persona que después subirá el vídeo a sus redes sociales, al igual que una foto con un grupo más numeroso que compromete a varios de los asistentes. Primero, por contravenir las medidas de seguridad vigentes en ese momento; segundo, por la relajación de dichas medidas para la celebración de ciertos festivales. La foto ata cabos, como la de El secreto de sus ojos, y hará que varios asistentes tengan que disculparse. Cuando vas a cenar con Rahola, tú eres uno de los platos. La frase no es mía, sino de un tuitero cuyo nombre lamento no recordar. La foto no te captura el alma, pero puede convertirte en el menú del día.

Unas semanas antes, la ministra Ione Belarra había subido a sus redes sociales una fotografía en la que, en situación de reposo sobre una hamaca, miraba el teléfono. «Trabajando, pero a la fresca». La frase acompañaba una imagen que estaba tomada por otra persona. En este caso, no había un impulso individual, sino un consenso entre varias personas sobre la pertinencia de fijar esa imagen y compartirla. Nadie dice «cuidado». Nadie sugiere que una foto en una hamaca en un momento de crisis social puede no encajar bien. Como en el caso anterior, nadie piensa en los diversos grupos a los que se pertenece o representa y a los que, quizá, se está dejando desarmados.

Hace un par de semanas, el diario argentino La Nación publicó varias fotos del cumpleaños de la esposa del presidente argentino, Alberto Fernández, el 14 de julio de 2020. Escenas improvisadas. La docena de asistentes se colocan a ambos lados de la mesa, donde el blanco del mantel no ha sido manchado por ninguno de los platos ni ninguna de las copas. La gente de orden que queda está en los partidos de izquierda. En primer plano, una tarta con cacao espolvoreado y frutos rojos tiene un pequeño corte. Alguien interrumpió el reparto para hacer una foto de recuerdo. Nadie, ninguno de los once asistentes que parecen mayores de edad advirtió: quizá no es buena idea porque todo el país vive un confinamiento feroz y nadie puede salir de casa. Si nos hemos saltado las normas, por lo menos no dejemos huella. Pero cómo resistirse a hacerse una foto de una celebración, cómo resistirse a una foto de grupo.

¿Es que tienen que esconderse?, me preguntaba una persona. Por supuesto que no, pero deberíamos pensar si las dos únicas alternativas de relación con el mundo son meterse en un monasterio en Lerma o vivir en la casa del Gran Hermano. Es decir, muros de piedra o paredes de cristal. Creo que existe una graduación de espacios entre la privacidad total y la transparencia casi total. Hay niveles en los espacios y cabe reservar a cada uno no sólo determinados contenidos, sino un tono y un registro. Hay fotos, comentarios o bromas que se ajustan a un círculo determinado y, por eso, cuando saltan de espacio, provocan malentendidos o discusiones.

Entonces, ¿cuál es la persona real? Todas. El civismo es saber cómo comportarse en cada lugar. No es lo mismo estar en una ceremonia religiosa que en la plaza Consistorial en Sanfermines. Incluso un mismo hecho, un funeral, tiene momentos que precisan de comportamientos diferentes. Saber diferenciarlos es una parte fundamental de la educación, lo mismo que saber delimitar bien todos los espacios intermedios que hay entre la intimidad y la vida social. La transparencia total como espectáculo televisivo o como proyecto político provoca fascinación por la univocidad, las personas de un único rostro, aunque esté dirigido por un guionista o un asesor. Produce un simulacro de cercanía y, algo peor, de honestidad. Es que soy así, soy como soy, nada me cambia. Ante esa amenaza, siempre hay huir. Ante una foto de grupo, también.

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