THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

El misterio del pangolín

«Nunca más diré que escribir sobre el confinamiento y el estado de alarma daría como fruto una colección de latazos»

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El misterio del pangolín

Imagen de un pangolín. | Zuma Press

Ya casi nadie recuerda al pangolín. El origen apócrifo de la pandemia estuvo en dos animales: el murciélago y el pangolín. Los murciélagos siempre han tenido mala fama. Pese al erotismo del conde Drácula y el carácter heroico de Batman, siguen transmitiendo la rabia y sus alas membranosas y articuladas, que algunos caballeros medievales se las ponían en los yelmos, remiten en la iconografía de Occidente a las alas del mal. El pangolín, en cambio, es un animal simpático y dormilón que por lo visto causa sensación en mercados, paladares y cocinas asiáticas. Apenas lo conocíamos: más popular entre nosotros era su pariente lejano el armadillo y ahora casi hemos olvidado al pangolín, que no tenía culpa de nada, el pobre. Y si no, que pregunten a los laboratorios chinos.

Mientras estábamos confinados, una cuestión que se planteaba a los escritores era si escribirían un ensayo o una novela sobre la peste y el encierro. Los había que decían que sí y yo pensaba en los pobres editores rechazando un original tras otro, precisamente por su falta de originalidad. Bastaba, creía yo, haberlo vivido como para aburrirse luego recreándolo en la escritura. Hasta que el poeta Enrique Juncosa me lo desmintió, escribiendo un libro de poemas en prosa titulado, precisamente, El pangolín. Durante cuarenta días estableció una disciplina escrituraria donde se mezclaban memoria, viajes –así sublimaba la inmovilidad forzosa un cosmopolita como él–, relato y poesía y tenía como resultado un poema diario. Ahora acaba de aparecer en la editorial Turner –una edición preciosa, por cierto, de gran formato– con una serie de acuarelas esenciales del artista brasileño Iran do Spiritu Santo.  

Juncosa empezó escribiendo sonetos barrocos y posmodernos. La ironía que encierra el barroco está en la forma pero no se queda en ella y aquellos sonetos suyos oscilaban entre la finezza de esa ironía y el humor grueso del sarcasmo, envueltos en un dandismo esteticista. De esto hace ya muchos años, prácticamente todos, y Juncosa lleva ya publicados muchos libros distintos. Al mismo tiempo ha sido subdirector del IVAM y del Reina Sofía –las mejores épocas de ambos museos, con Juan Manuel Bonet en el puente de mando y el añorado Carlos Pérez en la sala de máquinas– y hay qué ver cómo han cambiado las cosas de entonces a hoy. Antes de retirarse a escribir y comisariar exposiciones, Enrique fue también director del Museo de Arte Moderno de Irlanda durante nueve años. En este momento tiene una muestra antológica de Miquel Barceló en Japón y otra de Joan Brossa en Madrid. Su última crítica apareció la semana pasada en The Art Newspaper, sobre el cine del tailandés Apichatpong Weerasethakul’s: puro Juncosa. Y El pangolín, en librerías.

El libro tiene algo de atlas de tiempos y lugares –también de invitación al viaje– enmarcado en una colección de cuarenta prosas poéticas que trazan el territorio por el que Juncosa se mueve como pez en el agua. Ciudades y lugares exóticos, literatura, arte, viajes, zoología y botánica configuran un primer acercamiento al territorio memorialístico, del que siempre he creído que el día que entre de lleno en él, nos dará un libro maravilloso –y uso el término como lo usó Marco Polo para titular el libro de sus viajes– y único en nuestra literatura. El Pangolín es un avance de lo que podría ser ese libro y al mismo tiempo una poética que le da la vuelta a la pandemia, al estado de alarma, al confinamiento, al tedio y a la zozobra, y los destierra con el pasaporte de la gran cultura y la experiencia de vida de su autor. Y si en otras ocasiones he dicho que Juncosa es nuestro Frederik Prokosch, en El Pangolín luce como nunca su lado Somerset Maugham, que lo tiene y nadie lo ha tenido como él en España.

Pero antes he hablado de ironía y de sarcasmo y Juncosa nunca ha abandonado el humor como método para interpretar la vida y acompañarla. En la conservación del título primigenio se encuentra también ese humor. Del pangolín nos hicieron creer lo que no era –el animal causante de la tragedia mundial– pero lo que no era, es ahora un libro que sólo nos habla de la belleza del mundo y de la poética de Juncosa, un autorretrato. Nunca más diré que escribir sobre el confinamiento y el estado de alarma daría como fruto una colección de latazos, aunque tengo para mí que El pangolín es la gran excepción que confirma la regla: menuda maravilla.

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