THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

Fugarse después del dentista

«Los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado no se caracterizan por un sentido del humor autoirónico»

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Fugarse después del dentista

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Adrián Molina, el delincuente que meses atrás se fugó de la cárcel de Lledoners (Barcelona) durante una salida para visitar al dentista, y al que ayer volvieron a pillar, es muy joven, tiene 22 años; y seguramente por culpa de esa extrema juventud, que es la edad de la inconsciencia, ha cometido el error de fanfarronear en las redes de su recobrada libertad, haciendo befa de la policía autonómica, a la que burló ya con su fuga. ¡Mal!

¡Muy mal! De los mossos –y de ningún cuerpo policial— es mejor, créanme, no reírse nunca, porque lo toman a las malas. Los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado no son cuerpos y fuerzas que se caractericen por un sentido del humor autoirónico. Cuidan de su reputación. No les gusta que un niñato los ponga en solfa con una huida espectacular, y menos aún que los ridiculice. Poca broma. Se lo toman como un asunto personal. Así, en este caso, volver a detener a ese pequeño delincuente se convirtió para ellos en una prioridad.

Con tenacidad le han seguido las huellas, y, precisamente gracias a los vídeos que el ingenuo y presumido malhechor colgaba en las redes, fanfarroneando de su vida clandestina y despreocupada, lo han localizado en Montmeló, entre sus amigotes de la mala vida, contemplando carreras de motos; llevaba una gorra, como para disimular bajo la visera. Lo han acechado, esperando el momento oportuno, y entonces lo han atrapado y lo han devuelto al presidio.

Allí tendrá tiempo, ay, de meditar y de madurar. Ojalá que no se tuerza más y no se averíe del todo.

Pienso que a mí esto no me pasaría. Porque cuando especulo con la tentación de empezar otra vez de cero, abandonar el periodismo y empezar una nueva vida criminal, que sería lucrativa, pues se me ocurren varios delitos incruentos pero potencialmente provechosos (es cuestión de echarle imaginación), siempre tengo presente la conveniencia de ser humilde y discreto y no un bocazas.

Cuando siento esas tentaciones hipotéticas me viene a la memoria el ejemplo de un compañero del colegio, Pedro B., estafador de guante blanco, habilísimo timador de bancos, que alcanzó cierta fama en los papeles pero acabó su peripecia, según creo, muy mal…

Y también me viene a la memoria la imagen de El Chiquitín, ladrón ocasional de coches, especialmente de Fiat 1 («se abren con la uña, Inasio», me decía), la noche que volvió de los calabozos de los juzgados, en libertad provisional, y en el vestíbulo de mi piso se bajó los pantalones del chándal verde –con la bandera de España en la costura- para mostrarme sus partes nobles: tenía un testículo horriblemente amoratado e hinchado, del tamaño de un mango.

-Pero, Chiquitín,  ¿cómo te has hecho eso? -le pregunté.

Siguiendo su costumbre, El Chiquitín había robado un coche; había escapado a toda velocidad de la persecución de un coche patrulla («al volante, soy muy hombre», solía decir), hasta que impactó contra un bordillo, reventó un neumático, dio una vuelta de campana, salió a rastras del coche siniestrado y al entregarse a los agentes de la policía municipal, en vez de mostrarse cabizbajo y sumiso… se vino arriba; se le ocurrió pavonearse, diciendo:

-Menudo piro os he dado, ¿eh, coleguitas?

Como respuesta inmediata recibió una fulminante patada en las ingles, con la consecuencia ya descrita. El recuerdo de aquel cojón monstruosamente hinchado y como a punto de salir volando como un globo aerostático me mantiene fijado a este lado de la ley, por ahora. Me porto bien. I walk the line.

Pero estoy divagando, me voy por las ramas, volvamos al tema:

A Adrián Molina le ha perdido, como vengo diciendo, la jactancia. Y es una verdadera lástima porque a juzgar por los detalles de su fuga parece un joven con iniciativa e imaginación. E incluso con inteligencia práctica. Ya que al proyectar su fuga (con la ayuda de un compinche que desconcertó a los guardias acercándoseles sibilinamente por la espalda y rociándoles con la espuma de una bombona antiincendios) decidió aprovechar una visita al dentista; pero no se fugó cuando se dirigía al dentista, sino después de la consulta, esto es, al salir del dentista. Así empezaba su vida de prófugo con una libertad sin caries, con la dentadura en orden, dispuesto a morder la vida a grandes bocados. Chico listo.

Me pregunto, ¿a qué dentista iría? Quizá a la mía, que es tan profesional y de trato tan suave y relajante que, cuatro años después de venirme a Madrid, sigo volviendo periódicamente a Barcelona para someterme a sus tratamientos. Soy de esas personas privilegiadas que van al dentista como quien va a recoger una condecoración o un premio de la rifa.

Si por casualidad es precisamente a ella a quien visitó, entonces Adrián tendrá, además de las carreras de Montmeló, y las excursiones a la playa, y las fiestas con sus compinches, otro buen recuerdo de sus días de reconquistada libertad…

…Días tan breves, Adrián, tan veloces…

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