THE OBJECTIVE
Daniel Capó

Una nación de lectores

«Si cae la comprensión lectora es porque los colegios y las familias la trabajan poco y mal. No se cultivan las habilidades necesarias para la lectura lenta»

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Una nación de lectores

Ilustración de Erich Gordon.

Es sabido que la lectura desempeña un papel clave. El pueblo judío se alfabetizó masivamente en torno al siglo I de nuestra era, mucho antes que el resto de naciones. En la Europa cristiana, fue con la Reforma de Lutero que se extendió la práctica de la lectura sobre todo en los países del norte, partiéndose así en dos mitades la vieja unidad cultural de Occidente: un norte alfabetizado, un sur analfabeto. Todavía en el siglo XX se mantenía esa ruptura, según la cual la letra va ligada al desarrollo industrial y a la prosperidad de los países. Simplificando mucho, se diría que la libertad y la lectura van de la mano y que ambas activan el músculo moral de una sociedad. Sin acceso a una biblioteca, sólo cabe el sometimiento (en clave actual, diríamos que, sin una cultura rica, sólo rigen las emociones) y el sometimiento casa con el poder, pero difícilmente con la dignidad humana o con su anhelo de verdad.

La lectura desempeña un papel clave, decíamos al principio del artículo, porque nuestra inteligencia es básicamente lingüística: se construye, se articula y se desarrolla con las palabras y gracias a las mismas. Los matices de que es capaz nuestro pensamiento dependen del vocabulario, de la gramática y de la sintaxis. También de la memoria, por supuesto, porque sin memoria no hay lenguaje, ni cohesión, ni vida, ni biografía. ¡Qué cosas! La memoria se desprecia en los colegios, como si fuera anatema. Y se lamenta la pérdida de capacidad lectora, mientras el sistema educativo se adapta a la modernidad onerosa de las tabletas. Hemos convertido la escuela en una variante de las redes sociales y de su emocionalidad, buscada comercialmente por las multinacionales del gremio. Mucha indignación, mucha moralina, mucho falso pensamiento crítico y mucha aplicación móvil, en lugar de educar en la concentración, en la disciplina necesaria para dominar una materia, en el esfuerzo que exige la búsqueda de la verdad, en el conocimiento poderoso, en la riqueza del lenguaje, en la lectura de los clásicos…

«Saber leer es la clave de la interioridad y esa interioridad sostiene nuestra conciencia»

No deja de ser curioso que estos días haya aterrizado en España la profesora Zena Hitz, autora de un libro fundamental para entender en qué consiste la auténtica cultura –Pensativos (Ed. Encuentro)–, invitada por la Universidad de Navarra y por la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno, la misma semana que el informe internacional PIRLS –donde se analiza la comprensión lectora de los alumnos de cuarto de primaria–, nos haya vuelto a situar por debajo de la media de la OCDE. Si digo curioso, es porque Hitz no sólo enseña en el St. John’s College, un centro especializado en la lectura lenta de los clásicos, sino también porque ha puesto en marcha The Catherine Project, una iniciativa online que pretende acercar de forma gratuita la gran literatura a lectores de todo el mundo con el rigor y la exigencia adecuados. Saber leer es la clave de la interioridad, su respiración íntima. Y esa interioridad sostiene nuestra conciencia.

Los expertos han recalcado que los malos resultados obtenidos en las pruebas PIRLS son una consecuencia del cierre de colegios durante la pandemia y el uso habitual de las nuevas tecnologías entre los alumnos. Son excusas y, por tanto, mentiras. Más nos valdría afrontar las dificultades, en lugar de echar la culpa a factores externos sobre los que tenemos muy poca influencia. Si cae la comprensión lectora, es porque en los colegios y en las familias la trabajan poco y mal. No se le dedica el tiempo suficiente ni se cultivan las habilidades necesarias para la lectura lenta. Con el habitual bombardeo ideológico al que los políticos someten nuestras calles, para hacernos saber todo lo que es bueno y todo lo que es malo, se olvida lo prioritario: que no habrá una escuela (ni una sociedad) de éxito mientras no nos convirtamos en una nación de lectores.

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