THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

Adiós a la nueva política

«Es posible que estemos al inicio de la reconstrucción de un pilar del bipartidismo, el PP. Queda por ver qué hace el PSOE en el post-sanchismo»

Opinión
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Adiós a la nueva política

Pablo Iglesias y Albert Rivera, durante uno de los debates que mantuvieron en 2017. | EFE

Los insultos de Edmundo Bal a los que han echado el cierre en Cs son solo ruido y furia. La marcha de cargos en Podemos por el fracaso absoluto del 28-M y la lista negra de Yolanda Díaz, que excluye a Irene Montero y comparsa, es algo más que un síntoma. Los centristas de Arrimadas saben que no conseguirán nada en las generales, y han dado un paso atrás. Los bolivarianos venidos a menos manejan encuestas soñando con alcanzar el número suficiente para tener grupo parlamentario

¡Cómo han cambiado las cosas! Hace ocho años, uno y otro, Cs y Podemos, se veían como los dos grandes partidos de la vida política española. Sus dirigentes y propuestas marcaban la agenda. Eran jóvenes y bien parecidos. Sus ideas eran demagógicas y quedaban bien en la tele. Muchas personas aceptaron sus propuestas con tal de salir de la crisis del sistema. Es lo que tiene prometer una solución fácil a un problema complejo. 

Hicieron entonces un discurso dicotómico de buenos y malos. No había término medio. Se arroparon en la virtud y se dedicaron a pontificar y mandar a la guillotina social a los de la «vieja política». Cuántos tribunales mediáticos y en las redes sociales hicieron unos y otros. Se buscaba la muerte civil de quienes habían gobernado el país durante décadas. Hubo muchas víctimas por el camino acusadas de corrupción solo por pasar por ahí, por ejemplo, Rita Barberá, a la que también abandonó el PP para no quedar fuera de juego. 

«Depositar la confianza en el PSOE o el PP era de viejos o de memos»

El populismo de Podemos se combinó con el electoralismo de Ciudadanos. El ambiente político se hizo irrespirable. Todo se puso en cuestión: la Constitución, la Transición, la monarquía, la democracia, la legislación electoral, el sistema de partidos y el Estado de la Autonomías. ¿Cómo no entender que era el momento justo para que los nacionalistas catalanes dieran un golpe de Estado? Los independentistas aprovechan siempre la debilidad del poder y un estado de opinión que cuestiona la legitimidad de las instituciones centrales. 

Los ejemplos internacionales menudearon. Que si Italia, Grecia y Francia habían enterrado a sus partidos tradicionales. Que si Trudeau, el canadiense, era un estadista de talla mundial. O que la verdadera democracia era la de Venezuela que, como dijo Errejón, el que ahora se protege bajo las faldas de Yolanda, podría dar muchas lecciones a Europa. Y sacaban encuestas: la juventud, la generación mejor preparada de la historia (no sabemos todavía para qué), votaba a los nuevos partidos. Depositar la confianza en el PSOE o el PP era de viejos o de memos, porque, además, los de la nueva política se arrogaban la superioridad moral e intelectual. 

Eran los indignados que no se veían representados. Eran los profesionales liberales que sentían vergüenza ajena por la baja calidad de las personas que desempeñaban cargos públicos. Eran el «Otro mundo es posible» y el «Sí se puede» convertidos en merchandising para erigir otra oligarquía, con los mismos defectos que la anterior. Es lo que tiene el ser humano, que se repite. Aquellos políticos de la imagen, la demagogia y el electoralismo tuvieron su oportunidad y fracasaron. Errar es humano y es preciso aceptarlo para seguir adelante.  

Ciudadanos, tras una trayectoria errática desde 2008 con el pacto con Libertas, se convirtió en la voz antinacionalista en Cataluña gracias a Albert Rivera. Ganaron las elecciones de 2017. El milagro se encarnó en Inés Arrimadas. Se desprendieron de la socialdemocracia para abrazar un liberalismo social -no hay diferencia entre uno y otro en el mundo anglosajón-, con el objetivo de sustituir al PP. Hicieron la guerra a los populares y perdieron. Pablo Casado consiguió remontar entre las dos elecciones de 2019 a costa de Cs, y ahora ha culminado Feijóo. La idea de desembarcar en Madrid se arruinó. Dejar Cataluña fue un error estratégico, como el no presentarse a la investidura en 2017, o la selección del personal. El remate fueron las mociones de censura de 2021 en Murcia, Madrid y Castilla-La Mancha para entregar el Gobierno al PSOE sanchista. ¿Y qué decir del voto a favor de la ley del solo sí es sí?

«Querían trincheras dialécticas y físicas, convertir cada rincón de la vida privada en un conflicto político»

Podemos ha sido el ejemplo perfecto de cómo funciona una organización comunista. Purgas, mentiras, centralismo democrático, oligarquización y enriquecimiento de la cúpula, al tiempo que se mantiene un discurso guerracivilista. Quisieron ser un partido-movimiento compuesto por confluencias y un «núcleo irradiador». Soñaron con sustituir al PSOE y casi lo consiguieron, como Cs al PP. Querían trincheras dialécticas y físicas, convertir cada rincón de la vida privada en un conflicto político, y echar de la vida pública a todos los que no piensan como ellos. Pablo Iglesias llegó a decir en el Congreso, siendo vicepresidente, que habían formado una mayoría de poder para cambiar la estructura de España. Ningún demócrata en su sano juicio pactaría nada con Podemos. De hecho, el 28-M los electores se lo han dicho a Sánchez.  

La existencia de los nuevos partidos, natural o artificial, sirvió al adversario tradicional para dividir el voto de su contrincante. La repartición de los electores de la derecha en tres formaciones benefició al PSOE, que solo competía con Podemos. Ahora los papeles se han invertido, aunque no con la misma magnitud. A un lado están el PP y Vox, el último en llegar a la nueva política, y al otro los socialistas con Sumar y Podemos, aterrados por la división en tres justo cuando caen en las urnas. 

Por cerrar el tema aquí. El adiós a la nueva política, al menos a dos de sus partidos más emblemáticos, es el cierre de una etapa y el comienzo de otra. La nueva política pudo ser solo oportunismo, o la fiebre necesaria para pasar la enfermedad, o una lección que nadie pidió y que no se ha aprendido. Es posible que ahora estemos en los primeros pasos de la reconstrucción de uno de los pilares del bipartidismo imperfecto, el PP. Queda por ver qué hace el PSOE en el post-sanchismo. 

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