THE OBJECTIVE
Luis Antonio de Villena

Del lujo disidente a la rebelión promiscua

«De nuestra política de ahora mismo, equilibrista, sombría, sin altura de miras, todo me da miedo. Que Sánchez no quiera y Feijoo no pueda. Miedo»

Opinión
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Del lujo disidente a la rebelión promiscua

El escritor Antonio de Hoyos y Vinent. | Wikipedia

Quienes se han sentido marginados, desheredados, despreciados y de algún modo perseguidos, aunque parezcan estar en campos diversos, a menudo se unen, defienden su disidencia. Antonio de Hoyos y Vinent, sobre ser un personaje de película, pena que a nadie se le haya ocurrido, unía en sí muchos opuestos y encarna momentos diversos, fascinantes u horribles, de una vida española reciente y no superada aún. Digámoslo rápido: hijo segundo de una aristocrática familia, con títulos y Grandeza de España, murió enfermo y solo en la madrileña prisión de Porlier, acusado de inmoralidad, republicanismo y corrupciones, al año de terminada la espantosa guerra civil.

Había sido, entorno a 1920, el elegante refinado, sofisticado y lujoso que no engañaba con su homosexualidad (el título de Vinent tal vez lo defendiera un poco, unido al dinero) y el novelista «perverso» y decadente por antonomasia. Sordo desde muy niño, hablaba con vez honda y paposa, manejando la cinta de seda de su infaltable monóculo, en un lujoso palacio que había sido de su madre -desaparecido hoy- en la calle Marqués de Riscal. González-Ruano, no poco seducido, dirá de Hoyos que «era un personaje imponente con una casa más imponente aún». Hijo de Isidoro de Hoyos y de la Torre y de Isabel de Vinent y O’Neill, se educó en famoso Teresianum de Viena, donde su padre fue embajador, poco antes de morir, ante el Imperio de Austria-Hungría.

Hasta el punto cimero de su carrera literaria (primeros 20) prologaron novelas suyas Emilia Pardo Bazán, Gregorio Martínez Sierra, Miguel de Unamuno, Jacinto Benavente, el doctor Luis Simarro -una celebridad en la época-, El Caballero Audaz (que al fin abjuró de Hoyos) u Ortega Munilla, notorio periodista, padre de Ortega y Gasset. Hoyos colaboró además con Ramón Pérez de Ayala. Tales variados nombres dan fe de la importancia que se daba a aquel personaje que juntaba sordideces naturalistas con lujuriantes pecados de la decadencia. Y no sólo en literatura, pues su vida iba de salones llenos de lujosa ambigüedad hasta los recorridos crápulas por los barrios bajos, con torerillos, chulos o daifas… Un libro de 1913 se titula El pecado y la noche y él aseguró que esas palabras eran claves en su obra.

«¿No es verdad que esta España singular y modernísima apenas es conocida?»

Españoliza el decadentismo francés de Lorrain o Rachilde, y añade la crueldad y la sordidez naturalista sin dejar de sentir, desde su mundo de oro, compasión y cercanía por esos desheredados o marginados a los que frecuenta y paga, siempre en un círculo de nobles y artistas cuya «inversión sexual» (usemos la fea expresión de época) era bien sabida. Gloria Laguna -marquesa-, los dibujantes y diseñadores decó Antonio Juez o Pepito Zamora, el tremendo marqués de Villalobar, que era todavía embajador del reino o la exótica bailarina Tórtola Valencia a la que Rubén Darío encomiaba.

¿No es verdad que esta España singular y modernísima apenas es conocida? Algunos títulos más de Hoyos y Vinent, hablan por sí solos: La vejez de Heliogábalo (1909) -creo que la primera obra que se reeditó en 1989, con prólogo mío-, El martirio de San Sebastián, Del huerto del pecado, El crimen del fauno o El sortilegio de la carne joven, entre muchas, que acaso culminen -1927- con un título impresionante, que es imposible no repetir: Aromas de nardo indiano que mata y de ovonia que enloquece. 

¿Qué ocurre para que este personaje alto y grande, pagado de decadencias y vicios que sus pariguales respetaban sin decisiva explicitud, se vuelva anarquista o anarcosindicalista, hacia 1931? ¿Sólo la 2ª República o las ideas que conoció y leyó por entonces de Ángel Pestaña? No dejó de lucir su estilo, incluso con un mono azul hecho a su medida, pero escribió hasta el final de la guerra, cientos de artículos a favor de la libertad total y el anticlericalismo. Sin duda, el crucial momento político, le hizo pensar a Hoyos y Vinent que él -en lujo- era un marginado, un maldito, que la gente de Orden detestaba y que, en consecuencia, acaso era llegado el momento de unirse a los suyos de verdad, los de abajo, aunque él había nacido y vivido arriba. Su aristocrática clase social lo desterró para siempre, y el franquismo lo encerró, como apunté, dejándolo morir solo y enfermo. La diferencia o la disidencia seguían siendo pecado grave. Su hermano mayor, José María, marqués de Hoyos, que poco después sería alcalde de Madrid, nada hizo por él, y en sus posteriores y anodinas memorias ni lo menciona. ¿Siempre media España contra la otra media? Es grande desdicha. No hablo sólo de un raro sino de un tema muy cerca.

(De nuestra política de ahora mismo, equilibrista, sombría, sin altura de miras, todo me da miedo. Que Sánchez no quiera y Feijoo no pueda. Miedo.)

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