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Laurence Debray: «El regreso del Emérito depende de su hijo y del Gobierno» 

En ‘Mi rey caído’, la periodista narra su amistad con el Rey emérito -y las razones de su lealtad- desde que lo conociera en el rodaje del documental ‘Yo, Juan Carlos, Rey de España’

Laurence Debray: «El regreso del Emérito depende de su hijo y del Gobierno» 

MATSAS Stock | Cedida por la editorial

Es hija de una antropóloga venezolana y de un político francés de izquierdas. Es, como ella misma se define en el libro, «una heredera roja, laica, republicana y cartesiana, nacida en el progreso y la libertad de los años setenta» que, sin embargo, cruzó su camino con «un heredero azul, católico, español y de raíces europeas, criado en medio del recuerdo de la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial. Y, sin embargo, la amistad que se fraguó entre ambos tras el rodaje del documental Yo, Juan Carlos, Rey de España (2016) -para el que la periodista le entrevistó- perdura, y Laurence forma parte a día de hoy del estrecho círculo de personas que han visitado al Emérito en Abu Dabi. La última vez, cuenta durante la entrevista, en febrero de este año. «Quería ver en qué condiciones estaba», me explica, aduciendo que visitarlo «es lo normal» después de que tantos amigos y el propio país le hayan dado la espalda.

Charlamos por teléfono, en mitad de los preparativos para Sant Jordi. A Laurence le hubiera gustado disfrutar con más calma de esta festividad, pero las jornadas de promoción no le dejan demasiado respiro. Va en un taxi mientras hablamos, y me pide que le pregunte un poquito más alto. Subo la voz, entonces, y le anuncio que voy a hacerle la pregunta inevitable, teniendo en cuenta que ella es de las pocas interlocutoras actuales del Emérito: ¿Va a volver? «A él le encantaría regresar mañana o pasado mañana mismo, pero eso no depende de él: depende de su hijo y del Gobierno. Su jefe es su hijo en realidad», afirma. Y me dice algo más que revela el carácter de urgencia con el que el monarca abandonó su palacio: «Le hubiera gustado poder volver por lo menos un rato a Zarzuela por ver su casa y para recoger sus cosas, algunas pertenencias personales, porque se fue pensando que se iba solo unos meses, no varios años». También, cuenta Debray, le gustaría volver para «ver a su familia y a la gente que trabaja ahí. Es muy difícil vivir tan aislado y tan lejos de todo, sobre todo a esa edad». 

A propósito de esto, le cuento a la autora que, recientemente,este hilo de Twitter se volvía viral al especular con la posibilidad de que Juan Carlos hubiera vuelto a España y estuviera pasando una temporada en Sanxenxo. En él, una vecina de la localidad argumentaba que la seguridad se había reforzado sobremanera, que se estaba pidiendo la identificación mucho más que de costumbre a los ciudadanos e incluso que se habían inhibido las frecuencias en la zona de Nanín, donde suele hospedarse el Emérito cuando visita el municipio. «Yo creo que es posible que vaya allí, pero no creo que esté allí hoy en día. Pero creo que el hecho de ir allí es una opción, porque si no puede ir a Zarzuela, ¿dónde va a ir? Al menos sabe que allí tiene amigos y que lo esperan y que lo quieren», dice Debray, añadiendo que «él tiene muchas ganas de estar allí, de ver su barco, participar en regatas y volver a ver a sus amigos».

Image vía Editorial Debate.

Historia de un idilio político

Laurence vivió en España durante los primeros años de la Transición, y su fascinación por este proceso político fue tal que lo eligió como tema de su tesina en la Sorbona. En concreto, siempre le fascinó la figura del Rey Juan Carlos, de quien en su libro dice que podría ser «el único ejemplo de líder autocrático convertido voluntariamente en líder democrático», quien «podría haber sido el abanderado de los pueblos que luchan por su emancipación, convirtiendo a España en un referente en el corazón de la lucha política del siglo. Pero, por despreocupación y discreción, el rey Juan Carlos decidió no serlo. Y España, por despreocupación y amnesia, tampoco lo fue». Toda una declaración de intenciones. 

«Juan Carlos I ha tenido una vida de novela, muy trágica y shakespeariana, lo que le hace aún más interesante»

Le pregunto cuánto hay, en su lealtad al Rey, de componente de razón y cuánto de emoción: «Es una mezcla de las dos cosas, porque cuando conoces a la persona, ves sus sombras y sus debilidades tiendes a ser más subjetiva y comprensiva. Todo parte de una cierta valoración que siempre he tratado de hacer de su papel político, de su cargo oficial, y de la historia de España» en la que pesa, reconoce,  la particularidad de que se trata de un «jefe de Estado con una vida de novela, muy trágica y shakespeariana, lo que le hace aún más interesante». 

En la páginas de su libro, la autora carga contra nuestro país acusándole de desmemoria: «Juan Carlos sigue siendo un problema para España. Su ausencia de casi dos años no deja de obsesionar a los españoles; la más mínima noticia, aunque sea falsa, acapara los medios de comunicación. ¿Es por mala conciencia que se mantiene a un hombre en el ocaso de su vida lejos de su casa y su familia mientras la justicia se esfuerza por encontrar una razón válida para condenarlo? (…) ¿Qué imagen pretende dar España tratando de esa manera a su antiguo héroe?». Yo le lanzo a ella otra pregunta, y es si le han acusado de indulgencia para con el Rey, tal y como ella misma presume en el libro que puede pasar: «Me acusan de muchas cosas y de eso también, y lo entiendo muy bien porque entiendo las desilusiones y el desencanto que él pudo provocar en la gente y en los españoles. Pero cuando uno tiene un trabajo intelectual y de reflexión se tiene que apartar de esas críticas y seguir con lo suyo».

Laurence Debray presenta su libro en Madrid. | Foto: Atilano Garcia / Zuma Press / ContactoPhoto.

«Los santos no existen, y aún menos en la política»

En algunos pasajes del libro, Laurence describe precisamente ese proceso de desencantamiento del país con el Rey. Por ejemplo en este: «Los españoles descubren abruptamente la cara oculta del Rey: su amante germano-escandinava veintiséis años más joven que él, Corinna Larsen, sus actividades trasnochadas dignas de otro siglo y políticamente incorrectas, su tren de vida de coste prohibitivo, aunque fuera invitado por un amigo de origen saudí». Le pregunto entonces si entiende las razones que hay para la ruptura de aquel flechazo con el rey campechano, como siempre había sido apodado cariñosamente por el pueblo: «Sí, lo entiendo, incluso reconozco que yo también me he sentido decepcionada». ¿Y qué es lo que te ha decepcionado a ti?, le pregunto ya metidas en harina: «Que yo sé que los santos no existen y aún menos en la política, pero me ha decepcionado que caiga en temas tan elementales como las mujeres y el dinero, ¿no? Para mí son temas tan básicos que me decepcionaron, claro». 

Para la última pregunta tomo aire, pero la formulo igual. Le pregunto a Laurence si, aunque sea desde la benevolencia de la amistad, le ha reprochado alguna vez al Emérito que ocultara a Hacienda el regalo de 65 millones por parte del rey de Arabia Saudí. Y me contesta: «No, sí, claro, y él sabe que ha cometido un error». ¿Lo sabe?, apostillo. «Claro, claro», concluye Laurence.

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