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Capital sin reservas

Feijóo, en busca del tiempo perdido

El líder ‘popular’ espera superar su fallida investidura mediante un pacto con el PNV gracias a las empresas vascas

Feijóo, en busca del tiempo perdido

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo.

El Partido Popular ha esperado demasiado tiempo para conquistar el corazón partío del PNV en su forzada estrategia para alcanzar la mayoría imposible que busca Alberto Núñez Feijóo en el Congreso de los Diputados. Nadie en los cuarteles generales de Génova reparó durante la campaña electoral en la trascendencia de buscar apoyos más allá de los que garantizaban los pactos de conveniencia con Vox y en el caso de los nacionalistas vascos ninguno de los dirigentes populares se encargó previamente de suturar la herida abierta con motivo de la tristemente célebre moción de censura contra Rajoy. De hecho, en los últimos cinco años las relaciones entre las dos formaciones han sido inexistentes, lo que no quiere decir que el reencuentro sea imposible en un futuro siempre y cuando el PP acepte su suerte y renuncie a cualquier sentimiento de revancha tras la más que probable investidura de Pedro Sánchez.

La desesperación de los populares por recuperar los contactos con la plana mayor del Gobierno vasco se puso en evidencia a lo largo del mes de agosto cuando Feijóo tuvo la ocurrencia, al parecer no quedaba otra, de llamar a la puerta de Francisco Álvarez Cascos para pedirle que intermediara con sus viejos amigos del PNV en busca de algún tipo de alianza parlamentaria. El llamado ‘bulldozer’ de José María Aznar fue, en efecto, unos de los hombres clave en los pactos con los grupos nacionalistas que permitieron al PP llegar al poder en 1996. Casi tres décadas más tarde Cascos le hizo ver a su cándido interlocutor que de aquella etapa no quedaban ni los ordenanzas en la actual organización del Euskadi Buru Batzar, el órgano ejecutivo que realmente dirige la estrategia y los movimientos políticos del lehendakari Íñigo Urkullu

Las precarias expectativas del PP se desvanecieron del todo cuando, después de algún que otro palo de ciego, el entorno del PNV trasladó la imposibilidad de cambiar su relato a estas alturas del partido, ofreciendo en contrapartida la alternativa de discutir de manera tranquila y meditada una confluencia futura de oposición frente al nuevo Gobierno de corte social comunista que se constituirá previsiblemente antes de que termine octubre. La formación que preside Andoni Ortúzar está atenazada por el temor que supone el ‘sorpasso’ de Bildu de cara a las elecciones vascas de la próxima primavera, donde los abertzales podrían recibir el apoyo de los socialistas vascos si ahora el PNV se convierte en la bisagra de Feijóo para saltar el candado de Moncloa. Por si fuera poco la sola presencia de Vox al lado del PP, con su pretendida derogación del concierto vasco, supone una contraindicación insalvable para los dirigentes nacionalistas.

Puntos cardinales de un acuerdo entre el PP y el PNV

Los cinco diputados del PNV apoyarán la renovación de Sánchez en la presidencia del Gobierno sin remisión pero intentarán a partir de entonces nadar y guardar la ropa ante las acometidas de esa alianza Frankenstein corregida y aumentada que encabezará el truchimán del PSOE. De ahí que los emisarios vascos hayan depositado su tarjeta de visita en los buzones del PP en busca de una entente de legislatura que, en su caso, podría cristalizar en un pacto de gobierno a la vuelta de un año escaso. Los puntos cardinales que condensan las reivindicaciones del todavía partido mayoritario en Euskadi se sustancian en el desarrollo del Estatuto de Gernika, la garantía de bilateralidad en las relaciones con el Estado, la obtención de los fondos Next Generation que no terminan de llegar a la comunidad autónoma y la jerarquía de las empresas vascas en el programa de reindustrialización de España.

La importancia de los compromisos económicos es crucial y Feijóo puede aprovechar su travesía como líder de la oposición para restaurar las relaciones con un PNV deseoso de resarcir las afrentas sufridas a manos de Sánchez que, a la postre, han desembocado en la proyección de Bildu como una seria amenaza para el liderazgo político del partido incumbente en Euskadi. La propuesta confederal de Urkullu no ha representado más que un intento de huir hacia delante para recuperar la iniciativa frente a la crecida del movimiento abertzale. En ese mismo orden de improvisaciones, la visita de Ortúzar a Waterloo para retratarse en amor y compañía con Puigdemont refleja la angustia que existe entre los nacionalistas vascos ante el peligro evidente de una confabulación de izquierda radical y ultramontana dispuesta a dirigir el país a su antojo durante los próximos cuatro años.

Las elevadas cotas que trata de escalar el disparate secesionista han nublado las perspectivas políticas en el contexto de una memoria histórica distorsionada con premeditación y alevosía. Así y todo, no se puede ni debe olvidar que el PNV y Junts son fuerzas nacidas bajo el amparo de principios constituyentes instaurados en el seno de una derecha tradicionalista y alejadas por su propia naturaleza de los flamantes postulados esquizofrénicos que mancillan la franquicia de ese PSOE cesarista que denuncia Alfonso Guerra. Es cierto que el esperpento del llamado ‘procés’ en Cataluña y la insoportable levedad política del País Vasco dificultan el pragmatismo de Feijóo a la hora de buscar el sustento parlamentario que necesita para presidir el Gobierno de la nación, pero ello no es óbice para empezar cuanto antes a labrar el terreno de la mano de las grandes corporaciones económicas nativas de las dos grandes regiones históricas.  

La ‘toma de la bastilla’ empresarial

El mundo empresarial se muestra todavía escéptico ante la voluntad y determinación del líder de los populares para encarar una legislatura a cara de perro y en la que es previsible que el nuevo monstruo en fase de construcción termine pasando el rodillo a todos los que osen con plantar cara a su impostado cambio de régimen. Los sediciosos independentistas hace tiempo que han tomado la matrícula de las grandes sociedades cotizadas y no cejarán en su empeño de aquilatar la toma de su particular ‘bastilla’, llámese amnistía o como se quiera decir, con el control de esas entidades que tratan de huir despavoridas del interminable incendio territorial provocado en España. Dentro del mercado persa que ha puesto en marcha Sánchez las mejores esclavas están en el Ibex y el presidente del Gobierno no suele mostrarse nada escrupuloso a la hora de comerciar con intereses corporativos que puedan ayudarle a consolidar su precario ejercicio de poder.

El Partido Popular tiene la oportunidad de actuar ahora como coraza de una sociedad civil resignada y que quizá no sepa lo que le espera ante las acciones desaprensivas de un Gobierno antinatural. El líder conservador está obligado a crecerse en el castigo que supone perder la investidura después de haber ganado las elecciones, lo que implica el despliegue inmediato de una agenda que garantice la protección y la seguridad jurídica de los agentes productivos con la economía como bandera de oposición. El viejo aforismo de ‘cuanto peor, mejor’ no es válido si se pretende legitimar una alternativa eficaz para un tiempo cargado de incertidumbres. Probablemente Sánchez lleve en el pecado una enorme penitencia que ni los nacionalistas vascos ni los catalanes querrán sufragar. Es cuestión de tiempo, pero lo último que puede hacer Feijóo es permanecer sentado a ver pasar el cadáver político de su enemigo

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