Es complicado hablar de inmadurez en una sociedad como ésta, tan infantilizada, y en la que resultan cada vez más habituales las conductas que se pretenden espontáneas e irreflexivas, fruto inmediato del capricho, esas reacciones propias de niño malcriado que se rebela contra el mundo entero, se pone de morros, da unas cuantas pataletas y responde airado con una pedorreta. Cualquier reivindicación de la inmadurez, ay, resulta improcedente en ese contexto. ¿Cómo? ¿Estar enamorado de la inmadurez? ¿Celebrar a esa muchachada desvergonzada y banal, a esos que no se liberan del móvil, que se expresan con monosílabos, que parece que van dando tumbos por la vida, pisando fuerte con sus zapatillas de marca y entre risotadas provocadoras?